De cómo el PP se deshizo del PSOE, lo hará con Podemos y gobernará «ad multos annos»

OPINIÓN

30 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El Gobierno de Mariano Rajoy entrará en los manuales de Historia como el período más lacerante para los españoles desde 1982 en dos aspectos determinantes: convertir en sima la brecha de las desigualdades económicas y socavar las libertades colectivas e individuales que legó Rodríguez Zapatero y que nos situaron en la primera línea, al lado de las míticas democracias escandinavas y por encima del cada vez menos referente francés. Si esto es, como sostengo, cierto, el segundo mandato consecutivo de Rajoy, propiciado por la abstención del Partido Socialista, se antoja deleznable y, por consiguiente, causa náuseas a quienes aun no perteneciendo a ninguna formación de izquierdas consideran que los socialistas han sido colaboradores necesarios para que ayer el Congreso de los Diputados respaldara de nuevo al Partido Popular, que hoy es visto como el enemigo del pueblo por antonomasia. Esta tesis está asistida además por una parte del aparato del Partido Socialista, el que arropó el «no es no» de Pedro Sánchez, y por la mayoría de la militancia.

Sobre estas consideraciones, elementales y no desencajadas, se levanta un interrogante superlativo, cual es: ¿Por qué el PSOE, al final, cambió un no-es-no por un no-es-abstención-sí? Se ha respondido en las últimas semanas a esta cuestión desde atalayas de altitud similar, que convergían en la tesis de que viejos elefantes del partido, caso de Felipe González, y variados poderes fácticos, caso del influyente grupo editorial PRISA, dirigido por Juan Luis Cebrián, encaminaban al PSOE hacia el centro político con el propósito de cerrar el paso al emergente Podemos, que ponía en peligro la alternancia de populares y socialistas y aseguraba con correas una navegación tranquila por las aguas de la economía liberal. La presidenta andaluza, Susana Díaz, sería el referente del complot.

Ahora bien, el elegido para abortar la deriva de Pedro Sánchez y volver a la ruta de las aguas tranquilas fue el hombre fuerte del socialismo asturiano, Javier Fernández, y esta elección transciende el complot al que acabo de referirme. Porque a Javier Fernández no hay que sumergirlo en los torrentes devastadores de Felipe González y compañía. Él, que como apunté en un artículo anterior, tomó algunas decisiones que habrán de ser computadas en su debe, se guía las más de las veces por ideales que perfectamente se ajustan a la banderola  de justicia social que ahora quiere levantar en solitario Podemos. Precisamente la actitud agresiva de Pablo Iglesias, no tanto la de Íñigo Errejón, soliviantó al presidente de Asturias, más todavía por la aproximación de los morados al separatismo catalán. Con todo, el más grande de los objetivos de Fernández al ponerse al frente de la gestora fue el de intentar evitar la descomposición del Partido Socialista. A la vista, finalmente, de los votos de varios de sus correligionarios contrarios a la abstención en el pleno de ayer, es patente que sigue la descomposición del cuerpo del partido, y es aventurado pronunciarse acerca de su evolución, aunque sí se puede predecir una convalecencia larga.

Es tentador afirmar que Mariano Rajoy se equivocó al no forzar unas terceras elecciones, en tanto en cuanto saldría beneficiado, hasta el punto de que le valdrían los escaños de Ciudadanos para una singladura más sosegada de la que tendrá con la oposición del PSOE. Sin embargo, no parece del todo equivocado intuir que los ideólogos del PP le hayan sugerido que era preferible gobernar con esta hipoteca (no durará mucho y el PP será votado otra vez, y por mayoría suficiente), a cambio del destrozo socialista y su inhabilitación en años como alternativa de poder. Y esta línea de racionamiento está socorrida a su vez por la radicalidad de Pablo Iglesias, entendible por otro lado ante las despiadadas políticas socioeconómicas de los populares; una radicalidad que supone un fardo grueso y pesado que impedirá a Podemos sustituir a un PSOE estructurado en esa alternancia.

Sea posible o no lo expuesto en el párrafo anterior, mi entendimiento me arroja la idea de que Javier Fernández y Pablo Iglesias, aunque dirimen sus diferencias en cruento combate, tienen uno de sus pies en la misma roca, la de la moralidad estoica, la que Maquiavelo (Partido Popular) quiso enterrar al elevar el poder principesco de Florencia por encima de cualesquiera otras consideraciones, entre las que, por supuesto, estaba el bien del pueblo. Y ya desde la certeza, con el volumen de El Príncipe anotado y subrayado por sus asesores, Mariano Rajoy ha asestado una estocada salvaje al Partido Socialista y ha invitado a la mesa a Podemos, a quien le ha alargado un vaso de vino con cicuta. Y por muchos años, el Partido Popular mantendrá subyugado a este país.