Cuando los conventos de clausura no lo eran tanto

La Voz REDACCIÓN

CULTURA

Univeridad de Oviedo

Una investigación de la Universidad de Oviedo desmonta algunos de los tópicos relacionados con la vida monástica y desvela que las monjas salían a la calle y vivían con capellanes

05 oct 2016 . Actualizado a las 18:35 h.

Un proyecto de investigación, en el que participa la Universidad de Oviedo, desmonta algunos de los tópicos más extendidos vinculados a la vida monástica de las religiosas en los reinos peninsulares durante la Edad Media. El trabajo, que lleva por título Paisajes espirituales, está liderado por el Institut de Recerca en Cultures Medievals de la Universitat de Barcelona y cuenta con financiación del Ministerio de Economía y Competitividad.

El equipo adscrito a la institución académica asturiana está compuesto por Raquel Alonso Álvarez, profesora de Historia del Arte, y Laura Cayrol Bernardo, becaria FICYT. Ambas estudian, respectivamente, el papel de las mujeres en los monasterios de Santa María de las Huelgas (Burgos) y San Pelayo (Oviedo).

Raquel Alonso destaca que la novedad del proyecto reside en que investiga, desde una perspectiva de género, cómo vivían las religiosas en los reinos peninsulares entre los siglos XII y XVI. «Es un tema muy poco estudiado en España», comenta. La profesora de la Universidad de Oviedo añade que, pese a que el proyecto todavía está en curso -está previsto que finalice en 2017-, pueden extraerse ya algunas conclusiones preliminares. Las más importantes acaban con algunas falsas creencias sobre la religiosidad femenina en los monasterios.

 Así, según apunta esta docente, era frecuente que las monjas no respetaran la clausura. «Salían habitualmente para visitar a su familia o confirmar donaciones al monasterio, y también entraban laicos a las zonas de recogimiento», indica. Además, era bastante común que el mismo monasterio acabara siendo compartido por comunidades femeninas y masculinas. «Los conventos de mujeres necesitaban capellanes para la asistencia sacramental. En los más ricos, su número era elevado y, en la práctica, llegaban a establecerse dos comunidades en la que los capellanes entraban también a las zonas de clausura», subraya. Tampoco era raro que en estos monasterios llegaran a residir mujeres no religiosas. Raquel Alonso cita, por ejemplo, la figura de la domina, una laica, perteneciente a la familia fundadora, que gestionaba los aspectos económicos del convento y que llegaba incluso a imponer su autoridad sobre la madre abadesa.

San Pelayo

Algunos de los mitos a los que se refiere esta profesora se observan a la perfección en el caso concreto de San Pelayo, en Oviedo. La doctoranda Laura Cayrol indica que durante un tiempo funcionó de forma conjunta con la comunidad masculina del que se convertiría en el vecino monasterio de San Vicente hasta llegar a conformar lo que en la historiografía tradicional se califica como monasterio dúplice. «Una vez separadas ambas instituciones, guardaron una relación de gran cercanía que es clave para entender algunos aspectos de la historia de los dos monasterios», destaca esta investigadora. «Si bien ya era conocido que San Pelayo albergó una comunidad masculina en sus orígenes, la conexión con San Vicente no ha sido explorada en profundidad hasta la fecha», añade.

Laura Cayrol destaca además la importancia de San Pelayo como monasterio de fundación regia que, durante siglos, fue protegido por la monarquía. De hecho, llegó a formar parte del Infantado -herencia destinada a las hijas de los reyes leoneses- y en él residieron varias mujeres del entorno regio. La conexión de San Pelayo con la nobleza asturiana ha sido estudiada por profesores como Francisco Javier Fernández Conde e Isabel Torrente Fernández, pero su papel como monasterio regio y centro del Infantado asturiano ha recibido mucha menos atención.

Precisamente, el hecho de que San Pelayo fuera un monasterio poderoso, en el que la intervención laica -regia y aristocrática- desempeñó un papel fundamental explica una cierta laxitud en el respeto de la clausura. «La vida monástica estaba más condicionada por el estatus social elevado de las monjas que por su condición de religiosas», concluye esta investigadora.

Ambas investigadoras matizan que las cuestiones relativas a la laxitud en el respeto de la clausura como a la cohabitación de comunidades de mujeres con colegios de capellanes afectan sobre todo a las órdenes benedictinas y cistercienses y no a las más modernas: franciscanas y dominicas.