El supremo maestro de Bruckner

césar wonenburger

CULTURA

PACO RODRÍGUEZ

El director de orquesta polaco Stanislaw Skrowaczewski falleció el pasado martes a los 93 años

23 feb 2017 . Actualizado a las 08:02 h.

El buen aficionado suele saber distinguir el grano de la paja, por eso las contadas, pero inolvidables, ocasiones en las que el director polaco Stanislaw Skrowaczewski (Leópolis, 1923) nos visitó, siempre al mando de la Sinfónica de Galicia, fueron vividas como acontecimientos excepcionales. No en vano, su compatriota, el gran pianista Krystian Zimmerman, había dicho sobre él que merecería ocupar el mismo lugar que Karajan o Bernstein entre los más grandes directores de orquesta del siglo XX.

Stan, para sus conocidos, falleció el pasado martes a los 93 años, con el pie aún en el estribo, en Minneapolis, a cuya orquesta consagró un par de décadas como titular, antes de vincularse a la Hallé de Manchester y la Deutsche Radio Philarmonie Saarbrücken. Con esta última llegó a grabar una integral de las sinfonías de Bruckner que es oro puro por la capacidad que este humanista poseía para sugerir en el oyente todo lo que el autor despliega a través de un discurso sonoro de fuerzas ocultas, de conexiones con la más íntima espiritualidad.

Skrowaczevski (que también componía, buscando sobre todo la emoción), se tomaba su tiempo para hacer que las líneas puras que conforman el imponente edificio bruckneriano respirasen y cobraran forma en toda su magnitud. En sus profundas lecturas, como prolongadas meditaciones, no había lugar para efectos rebuscados, todo parecía expresado con una coherencia aplastante y una única finalidad: desvelar el secreto de esta música desde la humildad de quien la servía con un fervor desconocido en este tiempo que el definió como «muy peligroso para nuestra civilización, porque el hombre sin la cultura es un ser incompleto, y sin embargo ahora mismo solo parecemos interesados en la tecnología». «El arte, la filosofía, la historia han dejado de ocupar un lugar central en nuestras vidas, no parecen interesar ya a nadie», se quejaba. Y no le faltaba razón.