«Los buscadores de loto», las luces de la bohemia se apagan en una isla griega

CULTURA

Charmian Clift, junto a su familia y amigos, en la isla de Hidra
Charmian Clift, junto a su familia y amigos, en la isla de Hidra Archivo Johnston&Clift

Charmian Clift, escritora y periodista australiana, autora de Cantos de sirena, cierra con este libro el círculo de una vida a orillas del mar Mediterráneo

31 ago 2023 . Actualizado a las 08:41 h.

Es febrero de 1956, huele a sal y buganvilla y Charmian y su marido acaban de comprarse una casa en la isla de Hidra, en Grecia, donde están decididos a vivir para siempre. «Kalorísiko!», le felicitan sus vecinos y amigos. Pero ella solo puede pensar que ahí se van todos sus ahorros, que la nueva casa no tiene ni inodoro y que solo le quedan dos meses de embarazo.

Así comienza Los buscadores de Loto (Gatopardo), la segunda y última parte de las memorias de Charmian Clift (Australia, 1923-1969) que retoma el relato justo donde lo dejó Cantos de sirena (Gatopardo). Y lo hace con un estilo muy pausado, sin dejar ningún detalle atrás. Como si el día tuviera horas suficientes para apreciar cada ola, cada color, cada curva del artesonado de madera.

Allí, en Hidra, Clift encontra a una comunidad de artistas y escritores que busca lo mismo que ella, esa serenidad que se encuentra en los márgenes. «Cada uno de nosotros se las ha apañado de algún modo para liberarse de la bola y los grilletes y huir de ese mundo de lucro desenfrenado [...] Nos hemos encariñado mucho los unos de los otros», escribe.

A medida que pasan los meses, a aquella todavía salvaje isla de Hidra van llegando cada vez más almas perdidas. Primero desembarcan Toby y Katherine, dispuestos a renunciar a los lujos del viejo continente. Después llega Jacques, francés, con un pendiente en la oreja y su gata embarazada. Las siguientes caras nuevas ya no tienen nombre, son «tres alemanas», «unos suecos»… Y así hasta que, finalmente, el turismo de yates y estrellas de cine se merienda a la pequeña comunidad de artistas. Las luces de la bohemia se apagan y se encienden las luces, cámara y ¡acción! de Hollywood.

Esa gentrificación que estaba viviendo su querida Hidra es solo una de las grietas que se abren en la burbuja de Charmian, que comienza también a plantearse si haber dejado atrás un trabajo estable en Londres y haberlo cambiado por una austera vida rural fue una buena idea. Los cheques no llegan, las chinches sí. Mantener a tres hijos con los beneficios de una carrera de letras no es tan fácil como preveía. «¡Qué diferencia hay entre vivir con sencillez porque una elige hacerlo y porque te ves obligada a hacerlo!», exclama.

Aun así, no se alarmen. Esta no es una lectura triste. Clift se va dando cuenta poco a poco de esa realidad tan quebradiza, pero el final aun está lejos. Esta es la foto fija de unos meses felices en los que disfruta y nos hace disfrutar del paraíso idílico que ya es su hogar. La estampa de una familia que se arraiga, una comunidad que va encontrando su lugar y una nueva vida que comienza al lado del mar.

La gran tragedia griega

La escritora australiana llegó a la isla de Hidra de la mano de su marido, el también escritor George Johnston. Su historia en común es convulsa y con un final trágico propio del mismísimo Eurípides.

Se conocieron en un periódico local en el que él era el ojito derecho de todo el mundo y ella la recién llegada. Cuando a Clift la pusieron de patitas en la calle, Johnston decidió dimitir en señal de protesta. De aquella historia de amor nacerían más de veinte años de matrimonio, tres hijos y una novela escrita a cuatro manos, High Valley. Fue gracias al éxito de ese tándem literario marido-mujer que pudieron dedicarse a escribir a tiempo completo y mudarse a la pequeña isla griega. Aquel sueño a orillas del Mediterráneo duró doce veranos.

Cuando se les acabó el amor, Charmian, que en aquella sociedad de los años 50 siempre había estado a la sombra profesional de su marido, regresó a Australia y comenzó a trabajar como opinadora en el Sydney Morning Herald. Allí encontró su voz en una columna semanal donde hablaba de los derechos de las mujeres, de la guerra de Vietnam, de la censura y la justicia social. Se reivindicó como ensayista y pensadora en un trabajo que, según su biografista Nadia Wheatley, fue para ella «una bendición» y a la vez su condena: «Era una persona muy reservada y exponerse a los lectores vació sus reservas».

Charmian se acabó suicidando a los 45 años con una sobredosis de pastillas. Y aunque no dejó ninguna nota, sí sabemos que decidió quitarse la vida la noche antes de que su ya exmarido, George, publicase una novela —de ficción, por supuesto— sobre un escritor australiano que se muda a una isla griega con su mujer, pero solo encuentra insatisfacción y desazón.

El trágico final de Charmian, sin embargo, no aparece en Los buscadores de Loto, que nos coloca mucho antes de que todo esto sucediera. Nos hace viajar a la pequeña isla de bohemios y artistas que todavía tenía olor a principios y en la que cabían todos los futuros posibles. Nos hace enamorarnos de la vida en marchas cortas y a velocidad de crucero. Y nos coloca a la altura de un desconocidísimo Leonard Cohen que, como muchos otros amigos de la pareja, también se dejó hechizar por el encanto de Hidra alojándose durante una temporada en aquella casa familiar que siempre tenía las puertas abiertas.