La última cita con García Márquez

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Retrato de Gabo. A la derecha, la editora Pilar Reyes y Gonzalo García Barcha, el hijo menor del Nobel colombiano, este martes en la presentación de la novela.
Retrato de Gabo. A la derecha, la editora Pilar Reyes y Gonzalo García Barcha, el hijo menor del Nobel colombiano, este martes en la presentación de la novela. The Douglas Brothers | Random House, Violeta Santos Moura | Reuters

Llega este miércoles a las librerías «En agosto nos vemos», novela de amor inédita a la que el escritor colombiano no dio el visto bueno pero sus hijos han decidido publicar

06 mar 2024 . Actualizado a las 16:52 h.

Cuando contaba 77 años, en el 2004, Gabriel García Márquez envió a su agente Carmen Balcells el borrador de la que terminó por ser su última novela, inédita, por cierto, hasta ahora. Sí, veinte años después, En agosto nos vemos ve la luz póstumamente el día en que el Nobel colombiano habría cumplido 97 —Penguin Random House publica la novela este miércoles simultáneamente en todos los países de habla hispana, salvo en México, donde aparece de la mano de Planeta; a poco de que el 17 de abril se cumpla un decenio de su fallecimiento— contra el criterio del propio autor, un criterio que sus hijos han decidido no respetar.

En el 2004 la obra estaba terminada, pero no pulida en el modo en que García Márquez solía darse por contento. Eso no quiere decir que su prodigioso y peculiar estilo no esté ahí, negro sobre blanco. Para garantizar esto ha mediado la fina tarea del editor Cristóbal Pera (Sevilla, 1961), estrecho asistente del escritor en sus últimas obras. Ya en 1999 anunció Gabo que trabajaba en un nuevo libro cuya protagonista era nada menos que Ana Magdalena Bach, con el amor y el deseo femenino en su centro gravitatorio. Frisando sus ochenta años seguía insatisfecho con el resultado, y, como relatan sus hijos Gonzalo García Barcha y Rodrigo García Barcha, la memoria, su crucial herramienta de trabajo, el manantial del que manaban las palabras, los materiales de la ficción, empezaba a fallarle. Él mismo lo reconocía y aceptaba con triste desazón, lo que lo empujó a desechar el manuscrito. Dijo así a sus hijos que lo destruyeran.

Con la complicidad de la agencia literaria Balcells, en la sede del Instituto Cervantes, Gonzalo y Rodrigo —este conectado desde Los Ángeles— presentaron este martes en sociedad la novela, que salvaron apoyándose en que su padre dejó sentado testamentariamente que dispusieran de su legado como les pareciera. Y, por otra parte, los originales estaban libremente accesibles para los estudiosos en el Harry Ransom Centre de la Universidad de Texas, en Austin. La primera edición —que pone en circulación 250.000 ejemplares— acaba con esa situación irregular, y hasta injusta, para los lectores de a pie. Eso y que quizá las facultades mermadas impedían a su padre percatarse de los valores de En agosto nos vemos, de la misma manera que le impedían rematarla con todas las garantías. La versión sobre la que trabajó Cristóbal Pera quedó numerada como quinta y estaba datada en el 5 de julio del 2004 (aunque Pilar Reyes sostiene que siguió haciendo enmiendas «contra viento y marea» hasta el 2008).

Tanto Maribel Luque, directora de la agencia Balcells, como la editora Pilar Reyes pusieron de relieve la feminidad del relato resucitado. Lo corroboraba Gonzalo, el hijo menor: «Gabo se consideraba un feminista en el modo en que conducía su vida», anotó en un intento de explicar la relación del narrador con las mujeres, por otra parte, rara vez protagonistas de sus obras. Los editores elogian la nouvelle como «un canto a la vida, a la resistencia del goce a despecho del paso del tiempo y al deseo femenino».

«Gabo guardó todo libro terminado. Los que no lo satisfacían plenamente los destruía. Quiso terminar este libro puliendo más y más, y lo hubiera corregido hasta el final. De no ser así, lo habría destruido. Es su testamento. No hay más obras pendientes porque no hay más libros no terminados», apuntó Gonzalo García Barcha para zanjar cualquier duda que —insidiosa, de doble filo— pudiese persistir en el aire.

Gabo: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo»

Para quien vea en el lanzamiento de En agosto nos vemos una clara operación comercial de dimensión planetaria, resuenan las palabras de los hijos de Gabriel García Márquez —Gonzalo García Barcha y Rodrigo García Barcha— apelando al perdón paterno por esta «traición» y esgrimiendo sus razones: lo que ha pesado en la publicación, dicen, es la posibilidad del disfrute del lector, de que el admirador confeso —que son cientos de miles en todo el mundo, si no millones— pueda acceder a un nuevo texto del gran narrador colombiano, saciar esa maravillosa expectativa. Los deseos de Gabo, expresados de forma nítida y tajante en sus últimos días de lucidez —«Este libro no sirve. Hay que destruirlo»— no han sido suficientes para que la familia entregase el borrador al fuego. Tras un tiempo de reposo en los cajones, la novela les ha parecido mejor de lo que habían creído en un inicio, y han decidido «anteponer el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones». Han encontrado en esa revisitación valores dignos de ser compartidos, «muchísimos y muy disfrutables méritos». Admiten que tiene «algunos baches y pequeñas contradicciones», que «no está tan pulido como lo están sus más grandes libros», pero nada encontraron en el texto que impida gozar de lo más sobresaliente que caracteriza la obra del gran patriarca del boom latinoamericano: «Su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano y su cariño por sus vivencias y sus desventuras, sobre todo en el amor. El amor, posiblemente el tema principal de toda su obra», concluyen los hermanos entregados a la devoción parental. Y quizá tengan razón. El lector tiene la última palabra, y si hace gala de memoria, esta puede jugarle una mala pasada trayéndole al recuerdo pasajes perfectos, momentos de eufórica excelsitud de El coronel no tiene quien le escriba y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Sin embargo, la radicalidad del fuego —tantas veces purificador— no siempre ha de ser la solución universal. Qué sería del común de las gentes tocadas por el mal de los letraheridos —o incluso vicios menores— si el traidor de Max Brod hubiese atendido los deseos de Kafka y dejase que los manuscritos inéditos de su genial amigo fuesen pasto de las llamas. Pues eso, por qué no acudir sin más a la última cita con Gabo: En agosto nos vemos.