Juliette Binoche, la francesa que rueda mucho más que películas bonitas

CULTURA

ETTORE FERRARI | EFE

«Je ne sais quoi». Es el ejemplo viviente de ese halo indefinible que rodea a ciertas actrices francesas, ese encanto que hace que cualquiera de sus películas gane puntos. Intensa, brillante y versátil, sopla 60 velas y lo hace convertida en Coco Chanel

02 abr 2024 . Actualizado a las 09:09 h.

Si algo se puede salvar de The New Look, la serie de Apple sobre Christian Dior, es la gracia innegable con la que Juliette Binoche se mete en la piel de una desmitificada, amarga Coco Chanel. Quién si no Binoche, 60 años recién cumplidos, de vuelta de todo, podría atreverse a asumir semejante papelón. Y como en todos los papeles de sus cuatro décadas en el cine, lo hace con el mismo entusiasmo. Ese entusiasmo que convierte en creíbles a todos los personajes que interpreta, por improbables que parezcan. Joven viuda, madura cocinera, enfermera en la Segunda Guerra Mundial, maestra chocolatera, heroína de las Brontë, exploradora en el Ártico.

Hija de un artista y una actriz, su carrera en el cine comenzó de la mano de André Téchiné, Jean-Luc Godard y Jacques Doillon. Después llegaría a su vida y su carrera el inclasificable Léos Carax, con quien rodaría dos cintas tan extrañas como fascinantes: Mala sangre y, sobre todo, Los amantes del Pont-Neuf. Dos papeles al límite, que marcan además el principio y el final de su relación sentimental, entre el 86 y el 91. Por el medio, se convertiría en una pieza clave del triángulo amoroso de La insoportable levedad del ser, la adaptación al cine de la novela de Kundera firmada por Philip Kaufman, en la que comparte protagonismo con Daniel Day-Lewis y Lena Olin. Supuso su lanzamiento al cine internacional, y abrió para ella una década, la de los 90, en la que se convertiría en un sinónimo de calidad: ahí están la arriesgadísima Herida, de Louis Malle, en la que se convierte en el muy oscuro objeto de deseo de Jeremy Irons, la arrolladora El paciente inglés, que le dio el Óscar a la mejor actriz de reparto por su atormentada Hana. Con Ralph Fiennes ya se había puesto romántica unos años antes, en la adaptación de Cumbres borrascosas que dirigió en el 92 Peter Kosminsky.

Dinosaurios o colores

¿Se imaginan a la Binoche escapando de un Velociraptor? Podría haber ocurrido, o al menos eso quería el todopoderoso Spielberg para su Parque jurásico. Pero la actriz ya se había comprometido con el polaco Krzysztof Kieslowski para uno de sus papeles más inolvidables: el de Julie en Azul, la primera parte de la fascinante trilogía Tres colores. Binoche borda esta reflexión oscura sobre la libertad, la soledad y el dolor, y se lleva el César y la Copa Volpi por su trabajo.

Hace unos años, contaba que Gerard Depardieu le espetó un día que solo rodaba películas bonitas. Tal vez podría decirse esto de Chocolat, uno de sus éxitos más empalagosos, ¿pero quién podría decir lo mismo de sus dos perturbadoras colaboraciones con Michael Haneke? Ahí están Código desconocido y Caché para llevar la contraria a Depardieu. O Camille Claudel 1915, de Bruno Dumont.

Weinstein y el Me Too 

Juliette Binoche fue víctima de abusos sexuales cuando era una niña, con solo 7 años, y más tarde, a los 18 y los 21. Abusos que, dice, hicieron su carácter más fuerte, y de los que habló en su infancia con su familia, y más tarde, sin detalles, pero sin tapujos, antes de que el movimiento Me Too revolucionase Hollywood. Un movimiento, por cierto, que provocó en Francia que un grupo de mujeres del mundo del arte, entre ellas Catherine Deneuve, firmase un manifiesto muy ambiguo que condenaba la violación, pero arremetía contra un supuesto puritanismo en las denuncias y defendía la libertad sexual. Binoche, que no firmó el manifiesto, cree que la situación en el cine ha cambiado para mejor, pero también ha defendido que el movimiento tiene que evolucionar. Y hace unos años, al preguntársele por Harvey Weinstein (productor ejecutivo de El paciente inglés) en la inauguración del Festival de Berlín, afirmó que no se podía negar que había sido un gran productor, que había que dejar actuar a la Justicia (Weinstein fue condenado a 23 y 16 años de cárcel en distintos procesos por acoso, agresión y violación). Y que aunque ella no había tenido problemas con él, sí percibía que alguien podía tenerlos.

Nada parece frenar a Juliette Binoche. Ni los años, ni el idioma, ni las distintas culturas en la que se mete de lleno para rodar. Lo decía Isabel Coixet al presentarla, en febrero del 2023, en la gala en la que la actriz francesa recibió el premio Goya internacional: «Es la mujer en la que están todas las mujeres, es el cine sin fronteras, sin los putos algoritmos». En su discurso de agradecimiento, Juliette Binoche hacía gala de esa intensidad con la que vive el cine, al hablar del ardiente deseo que la invade, del fuego que la habita, pero no le pertenece. «Solo soy un instrumento de ese ardiente deseo», aseguró, antes de cerrar su discurso tarareando el Por qué te vas, de Jeanette, en su particular homenaje a Carlos Saura. Solo unos meses antes, Binoche había recibido el premio Donosti en el Festival de San Sebastián. También fue Coixet quien se lo entregó, y una emocionadísima actriz rendía homenaje al silencio, fiel compañero de camino, decía, ya que «de la fuerza del silencio es de donde saco las emociones».

Madre de dos hijos, ha tenido como parejas a cuatro hombres de cine: los directores Léos Carax y Santiago Amigorena, y los actores Olivier Martínez y Benoît Magimel. Con este último, padre de su hija, ha vuelto a compartir rodaje en su última cinta, A fuego lento. Llevaban años sin contacto, y de alguna manera, esta historia de amor y cocina les permitió arreglar cuestiones pendientes.

Con esta película, además, parece confirmar cierta tendencia, en los últimos años, a abordar historias de amor maduro. Ella, que fue musa de todos los amores locos y jóvenes en sus primeros años, demuestra que la pasión y la búsqueda del amor no se pierden con el paso de los años, en películas como Fuego, Clara y Claire o Un sol interior. Incluso en la serie que ahora defiende, su Coco Chanel busca esa misma pasión, bien sabe la historia que en los brazos equivocados. Y sin embargo, a pesar del confuso guion de esta serie que pretende encumbrar a Dior, pero en la que solo queremos saber qué está haciendo Coco, Binoche es capaz de encontrar espacios en los que esbozar la compleja personalidad de la diseñadora francesa, colaboradora de los nazis en el París ocupado, egocéntrica y genial al mismo tiempo. Reconoce que el guion, precisamente, solo le hablaba de una mujer imposible de amar. Pero ella, que defiende a capa y espada la preparación para un papel, investigó y leyó para intentar entenderla. Si Binoche es todas las mujeres, como dice Coixet, también puede bordar a las más cuestionables.