Todas las mentiras que el calendario gregoriano nos hizo creer

Francisco Balado Fontenla
F. Balado LA VOZ

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Los sistemas a los que el hombre se aferró para llevar la cuenta del tiempo, desde las crecidas del Nilo hasta el paso de Luis XVI por la guillotina, han dejado todo tipo de consecuencias, anécdotas y curiosidades

04 oct 2016 . Actualizado a las 12:47 h.

El calendario gregoriano responde a la necesidad del ser humano de medir el tiempo. En las sociedades menos desarrolladas, el patrón más común era sencillo: el sol y la luna. Así, todas las actividades de caza, recolección o descanso se regulaban bajo la influencia de estos astros. Miles de años después, con el actual calendario establecido en casi la totalidad de los pueblos, tanto el sol como la luna siguen jugando un papel primordial. Sin embargo, las herramientas con las contamos hoy en día son mucho más exactas que entonces. El camino hasta aquí no ha sido sencillo. 

Antes de la instauración del calendario gregoriano, los primeros sistemas coinciden con la llegada de las primeras civilizaciones. Los historiadores están de acuerdo en que los campesinos del antiguo Egipto disfrutaron de un calendario fijado en función a las crecidas del Nilo, para garantizar sus cosechas. Después vinieron los romanos (los griegos no tuvieron mucho que decir en este aspecto), que establecieron un nuevo calendario de 304 días repartidos en 10 meses. Al primer mes se le llamó Martius, en honor a Marte, dios de la Guerra. Era en esta época del año cuando se decidían las campañas militares. El siguiente mes era Aprilius (April viene de «abrir», probablemente muy relacionado con la primavera y las flores). Tras este, Maius, por Maia, diosa de la abundancia. Luego llega el turno de Junius; por Juno, la diosa del hogar y de la familia. Le siguen Quintilis (el quinto), Sextilis, September, October, November, December, Januaris (mes de Jano, en la mitología romana, dios de las puertas) y por último Februaris, que recibía este nombre por Februa, un popular festival purificatorio con el que se daba la bienvenida a la primavera. 

De este calendario ya empiezan a sonarnos muchas cosas. Llama la atención como incluso el nombre de cuatro de estos meses han conservado el nombre en inglés. Sin embargo, como decíamos, la cuenta sistemática romana solo constaba de 304 días (seis meses de 30 días y cuatro de 31), por lo que todos los años se formaba un considerable desajuste que trataba de paliarse con decretos casi siempre con intereses políticos, por lo que muchas veces el remedio resultaba peor que la enfermedad. 

El calendario Juliano 

Tuvo que llegar Julio César, el padre del imperio romano, para poner un poco de orden en el asunto. Lo hizo en el 46 a. C., dos años antes de su muerte en uno de los magnicidios más famosos de la historia. El gran padre del Imperio Romano se rodeó de sabios que le aconsejaron implantar un calendario de 365, 25 días. Es decir, que cada cuatro años se instauró un bisiesto con 366 jornadas para corregir el error. Sin embargo, según se conoció años más tarde, el tiempo que tarda la Tierra en completar una vuelta alrededor del Sol es exactamente 365, 242189 días. Por lo que a pesar de la implantación de los años bisiestos, continúa generándose un desfase de once minutos. Esta inexactitud es pequeña, pero acumulada durante miles de años, se llega a notar. Por ejemplo, en el 1582 se arrastraba un error de diez días. Fue entonces cuando la mayoría de los príncipes y pueblos de Occidente abrazaron el calendario Gregoriano, que recibe este nombre por su gran impulsor, el papa Gregorio XIII, y que este martes se cumplen 434 años de su instauración

Julio César, por Uderzo.
Julio César, por Uderzo.

Curiosidades con el calendario gregoriano 

Cervantes y Shakespeare 

El tiempo ha constatado que el calendario gregoriano es el más exacto (al menos, más exacto que sus predecesores) y el más útil. Sin embargo, no todos los pueblos lo abrazaron a la vez. Como siempre, de fondo, las cuestiones políticas. Y como todo, cada cosa hay que entenderla en su tiempo. El siglo XVI es el siglo de la Reforma protestante y de la Contrarreforma.

Como el gran impulsor de este calendario fue el Vaticano, los primeros en acatarlo fueron los más obedientes a los Estados Pontificios, esto es, la España de Felipe II, y las por entonces muy católicas Francia y Portugal, junto a todas sus colonias. Poco a poco lo fueron aceptando el resto de países de Europa (salvo los ortodoxos, que no lo harían hasta el siglo XX). Uno de los últimos fue Inglaterra. Tras la ruptura de Enrique VIII con Roma, Gran Bretaña se resistió a adoptar el calendario gregoriano hasta 1752. Por este motivo, aunque habitualmente se considera que dos de los grandes genios de las letras como Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día, 23 de abril de 1616, en realidad el Manco de Lepanto falleció 240 horas antes que el autor de Hamlet. En concreto, los diez días de desfase de los que hablábamos que acumulaba el calendario Juliano. 

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El año sin Navidades

Para corregir estos diez días de desfase, se decretó que el día siguiente al 21 de diciembre de 1583 sería el 1 de enero de 1584. España se quedó sin Navidades. 

El ¿octubre? rojo

En todos los libros de historia se estudia que la revolución bolchevique liderada por Lenin triunfó en octubre de 1917. Sin embargo, Rusia, entonces la URSS, todavía no había adoptado el calendario Gregoriano, por lo que técnicamente la derrota de «los obreros» sobre el gobierno provisional de Petrogrado se produjo en noviembre. La Unión Soviética adaptaría el calendario gregoriano pronto. Fue el propio Lenin el que decretó en 1918 el abandono del calendario Juliano.

En 1229, el economista Yuri Larin convenció a Lenin para realizar un par de adaptaciones de este calendario bajo el pretexto de lograr una mayor productividad, ya que consideraba que no todos los trabajadores debían disfrutar de la misma jornada como festiva. Se mantuvo la división del año en doce meses, pero cada uno de ellos con 30 días (lo que hace un total de 360). Las cinco fechas restantes se repartían entre cada trimestre. Así, se celebraba el día de Lenin un día después del 30 de enero, los días del trabajo durante las dos fechas siguientes al 30 de abril y los días de la Industria durante las 48 horas siguientes al 7 de noviembre. El experimento, que también conllevaba a cambios en la duración de las semanas, no gozó de una gran aceptación, por lo que se dio por finiquitado tan solo dos años más tarde. 

Caldo blanco de termidor

Pero para calendarios revolucionarios, el francés. Francia fue uno de los países que abrazó el calendario gregoriano sin rechistar. Sin embargo, la revolución francesa sacudió el país por completo. Por supuesto, también afectó al calendario. Nada de dioses. Tres años después de la toma de la Bastilla, la Convención Nacional decidió implantar un nuevo calendario. Los tres meses de otoño eran vendimiario, brumario y frimario, los del invierno nivoso, pluvioso y ventoso; la primavera para germinal, floreal y pradial; y el verano para mesidor, fructidor y termidor. Los cambios no solo afectaron a los nombres. Las semanas desaparecieron y los meses se dividieron en tres décadas de días. Por supuesto, desaparecieron los nombres de santos. En termidor, por ejemplo, cada día fue dedicado a un producto: el tercer día de la segunda década era el día del albaricoque, el noveno día de la tercera década el del algodón, o la segunda jornada de la primera década al caldo blanco (Bouillon blanc), que venía justo antes del melón. En 1805 fue abolido. A la hora de llevarlo a la práctica nadie puede poner en duda su espíritu revolucionario. Otra cosa era entenderlo bien. En 1805 fue abolido.

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