Sentencias para dos escándalos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Sede del Tribunal Constitucional
Sede del Tribunal Constitucional Kiko Huesca | EFE

03 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los tribunales de Justicia son los que han diseñado en la práctica y durante muchos años la política social de este país. Decenas de sentencias, muchas de ellas del Tribunal Supremo, han determinado cuáles son los motivos justificados de despido, cómo se debe practicar la igualdad y cuáles son los derechos y obligaciones de los trabajadores ante las empresas y ante el propio Estado. Otras veces, como el caso de las bajas reiteradas por razón de salud, una sentencia del Tribunal Constitucional ha servido de llamada de atención al Gobierno sobre las normas legales del ámbito laboral que debe corregir.

Ahora ese ámbito se acaba de ampliar a la libertad de expresión, que no es la más pequeña de las libertades, con dos sentencias, una del Constitucional y otra de un juzgado de lo Penal de Madrid. Lo que hace que esas sentencias sean noticia es que coinciden en el tiempo, tienen argumentos parecidos y se pronuncian sobre hechos que han escandalizado a la sociedad.

El Constitucional anuló la sentencia del Tribunal Supremo que condenaba a prisión e inhabilitación total al músico César Strawberry por una serie de chistes de mal gusto sobre el retorno de ETA, la «voladura» de Carrero Blanco y otras gracias equiparables al enaltecimiento del terrorismo y quién sabe si eran una incitación a la violencia política. Pero el tribunal de garantías anula la sentencia condenatoria del Supremo porque entiende que no valoró debidamente la libertad de expresión. Si lo dice el Constitucional, no hay nada que discutir.

A su vez, el juzgado número 26 de Madrid ha absuelto a Willy Toledo de un delito contra los sentimientos religiosos. A pesar de las palabras del actor, que todos entendemos como blasfemia, su señoría opina que Toledo es un maleducado, tiene mal gusto y utiliza un lenguaje soez, pero eso no es delito. Sus expresiones, que ni siquiera me atrevo a reproducir, también han escandalizado a mucha gente que, aunque no vaya nunca a misa, no anda por la calle blasfemando. Puede ser pecado, pero eso es un asunto privado.

Para que después digan que la Justicia está dominada por carcas de vieja moral… Habrá jueces antiguos, incluso caducados. Pero ningún magistrado del Constitucional es joven ni el juzgado número 26 tiene pedigrí de revolucionario ni fama de aplaudir insultos a la religión católica y sus santos. Yo no estoy seguro de si declararía inocente a Toledo, si tuviese esa facultad. Pero sí lo estoy de otras cosas: de que nuestros jueces son profesionales; de que muchas denuncias no deberían presentarse porque colapsan los juzgados para nada; y de que algunos delitos sí deberían matizarse en el Código Penal. Y no solo el de sedición.