A los hechos vamos (por las pensiones y por más cosas)

OPINIÓN

Ayuso, en su gira americana, delante del Capitolio
Ayuso, en su gira americana, delante del Capitolio Craig Hudson | Europa Press

02 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

¡A las cosas!, dijo Ortega a los argentinos en los años treinta. No fue su intención, pero el ministro Escrivá, con lo de trabajar hasta los 75 años con menos pensión, nos dio un chasquido de dedos delante de la cara más contundente que la exclamación de Ortega. Espetarnos lo de las pensiones es una forma rotunda de ponernos a las cosas. Lo que dijo ya lo habían dicho otros. Hay que hacer sostenibles las pensiones trabajando más años y ahorrando. Es decir, nos proponen que hagamos sostenible el gasto de las pensiones de la misma manera en que yo hago sostenible mi gasto en diamantes y en coches Audi Q3 como el de Froilán: sencillamente no compro diamantes ni Audis Q3 de 80.000 euros. Así que la forma de hacer sostenibles las pensiones es no cobrarlas; trabajar hasta los 75 y depender del ahorro solo significa que no haya jubilación, que el que pueda ahorre y el que no que arree. Añade Escrivá que se trata de un «cambio cultural». Porque lo de trabajar hasta cierta edad y seguir viviendo con dignidad es una «cultura», una especie de costumbre.

Pero decía que tiene su parte positiva que Escrivá nos ponga a las cosas. Ahí tenemos a Díaz Ayuso en Nueva York defendiendo el idioma y el imperio español del acoso de los indígenas. La de viajes y giras que tendrá que hacer Toni Cantó. El español tiene ya más hablantes nativos que el inglés y solo el chino mandarín lo supera. No parece una lengua en peligro más que en los chiringuitos de Ayuso y Cantó. Andar por Nueva York con aires neocoloniales de marquesa destemplada contra el indigenismo, aparte de facha e ignorante, es cutre (y la prensa internacional no le hizo ni caso; solo algún artículo desganado para situarla en la extrema derecha). El sector antañón del PSOE lleva toda la legislatura sufriendo por la desintegración de España y por la dictadura de las feministas. A Yolanda Díaz le silban los oídos de egos ruidosos. Ahora se añaden Hernán Cortés, el imperio y las albóndigas castizas. Y en esto llegó Escrivá y nos dijo que a las cosas. Nos recordó sin querer que la barbarie neoliberal avanza como la lava en Palma, y que eso sí que es un hecho.

Cortázar escribió un relato en el que un señor se enreda al ponerse el jersey y sus esfuerzos no hacen más que complicar la maraña del jersey ingobernable, la cara sepultada en la lana y los aspavientos cada vez más desorientados de su cuerpo y sus brazos. El forcejeo consigo mismo se desliza a la locura y al final una mano que ya es extraña y como de otro ser apunta las uñas hacia sus ojos. El Gobierno parece un engarce de ministerios movidos por motores distintos que recuerda a veces al forcejeo del personaje de Cortázar consigo mismo. Las declaraciones de Escrivá debieron aparecer a los ojos de Yolanda Díaz como la mano de uñas amenazantes a la cara del señor del jersey que no se daba cuenta de que la mano y los ojos eran del mismo cuerpo; o como antes se le había aparecido a los ojos de Sánchez la preocupación ecológica del chuletón de Garzón. Pero aquí no hablamos del imperio en el que no se ponía el sol ni de Ayuso y cierra España. Hablamos de las pensiones, de un aspecto cardinal de la organización social, de ese núcleo de la política que es hablar en serio de la columna de ingresos del estado, la columna de gastos y los principios que rigen la relación entre las dos columnas. No es un asunto en el que el cuerpo del Gobierno pueda desordenarse en aspavientos donde los propósitos de unos ministros son inesperadas uñas aterradoras para los propósitos de otros. Aquí hay que ir a las cosas y hablar claro.

No paramos de oír cosas sobre la demografía. Los boomers somos un montón, y seremos una legión de jubilados que costará un pico. Los millennials son pocos y tienen trabajos peor pagados y más precarios. Esa parte de la intuición que es el sentido común dicta que los millennials en activo no podrán sostener las pensiones de los boomers jubilados. Pero el móvil del razonamiento y la indagación fue que nuestras intuiciones son contradictorias y nuestro sentido común nos dice una cosa y la contraria. No fue la curiosidad, como decía Asimov, sino la paradoja. Si miramos una escuela o un centro de salud en España, suponemos que lo que vamos a ver será distinto de la escuela y centro de salud que veríamos en países más pobres. Imaginamos más medios y mejores instalaciones. Nuestra intuición no nos hace esperar la escuela o centro de salud que pueden costear los impuestos de los millennials con sus bajos salarios. Nuestra intuición nos dice que será la escuela o centro de salud que el país se puede permitir. Cuando miremos, no a una escuela, sino a la gente mayor y la vida que lleva, el mismo sentido común nos dictará que deberíamos ver la vejez que España se puede permitir. Cuando un país del nivel económico de España no tiene recursos para atender debidamente a sus escuelas, sus centros de salud o sus mayores, es porque muy poca gente se queda con demasiada parte de la riqueza nacional. El sentido común nos dice que si hay que trabajar hasta los 75 y vivir de los ahorros no es por la pirámide de población, sino por una insoportable desigualdad social en la que los ricos se lo quedan todo.

Por supuesto, esto puede estar equivocado y puede tener su explicación lo de reducir al mínimo la jubilación. Pero en las explicaciones el orden lo es todo y más cuando hablamos de temas que en realidad son internacionales. Necesitaría entender por qué las decenas de miles de millones de euros que Rajoy sacó de nuestros bolsillos para pagar los desmanes de los bancos no pueden ser devueltos a nuestros bolsillos. Seguro que hay una explicación, pero preferiría no oír ninguna explicación sobre las pensiones antes de escuchar esta. Decía que la cuestión acaba siendo internacional, porque se trata de impuestos. No sé qué factores impiden el control fiscal que evitaría que los ricos y grandes empresas cada vez paguen menos impuestos en todas partes. Tampoco sé por qué no se pueden desmontar los paraísos fiscales, ni por qué no hay más control e intervención pública en la banca. Cuando se trata de explicaciones, el orden lo es todo. Escucharía gustoso el problema de sostenibilidad de las pensiones, después de haber entendido estas otras cosas previas; y sería comprensivo con el gobierno que tomara decisiones difíciles sobre pensiones, pero solo después de ver que ese gobierno se bate en todos los frentes del saqueo fiscal. Si se acepta el choque con la mayoría de la población por su jubilación, pero se evita con la banca, monarcas, grandes empresas o poderosos de cualquier tipo, aunque el problema de sostenibilidad de las pensiones tenga su explicación, me temo que la actitud correcta es no atender a razones.

En momentos como este se exige estar a las cosas, como pedía Ortega. Y esta exigencia marca una necesidad y un riesgo, y de las dos cosas tiene que tomar nota el Gobierno, y más este gobierno que otros. Es una necesidad porque mucha gente perdió mucho, todos fuimos muy castigados y la gente no va a tener consuelo en victorias simbólicas de batallas de principios. El Gobierno tiene que ofrecer cosas más palpables que no ser de los de la Plaza de Colón y cosas palpables que exigen discordias y confrontaciones que no deben rehuirse: con fortunas que no quieren pagar impuestos, con oligopolios insaciables que no quieren normas, con especuladores parásitos, con alianzas delincuentes de empresas y poderes públicos para repartirse canonjías y negocios espurios a costa de la mayoría.

Pero la exigencia anuncia un riesgo. Puede parecer que cuando la gente quiere hechos y no principios o elegantes discusiones exige remangarse la camisa. Cuando la gente está así, se complace en la acción enérgica, en la simplicidad y en la claridad. La acción sin dirección ética puede encontrarse en los peores contrabandos y parecer tenacidad y esfuerzo, la simpleza puede parecer simplicidad y la brutalidad puede parecer claridad. Y la ultraderecha espera el rebote. El Gobierno tiene que ir a los hechos palpables y con tracción ideológica y ética reconocible. A las cosas, sí, pero también a los principios, sin titubeos ni confusiones. Y en las explicaciones que no sigan su orden no hay que atender a razones.