Un oso de peluche en un columpio de una zona residencial destruida por las tropas rusas, en Járkov (Ucrania)
Un oso de peluche en un columpio de una zona residencial destruida por las tropas rusas, en Járkov (Ucrania) RICARDO MORAES | REUTERS

26 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

I. El mal total

El tirano es un sujeto histórico naturalmente humano. Un no humano, naturalmente, no está capacitado para ser un tirano. El mal, pero el mal total, es la expresión máxima, la más contundente y definitiva del ser del ser humano. Desde el comienzo del tiempo histórico, el tirano es el protagonista, el imán del devenir de los hombres en cualesquiera de las latitudes y longitudes que habite. Una de estas coordenadas es Europa. Europa es el paraíso del tirano.

En la madrugada del 24-02.2022 se oyó el chasquido del látigo de un tirano y, desde entonces, el horror. Un cuarto de millón de muertos, probablemente más, de los que decenas de miles de civiles asesinados no fueron el resultado del cínico «daños colaterales», sino de bombas y misiles lanzados por el verdugo del látigo contra escuelas, hospitales, viviendas y fuentes de energía, agua y alimentos. El látigo, incapaz de tragarse la tierra soñada, la está devastando, cuando decenas de terremotos. Para arruinarla. Para que no se levante nunca. El látigo, pues, lo maneja un genocida, un criminal compulsivo, para quien «ellos» (los agredidos) y los «suyos» (sus soldados, sus familias) son carne de cañón. La cotización de ambos en su particularísima bolsa de valores es muy inferior al de sus muy queridas mascotas.

Sin embargo, esta es una de las líneas de tensión de todos los déspotas universales. Es la norma. Otra es la indispensable retahíla de obscenas patrañas del sátrapa para justificar la hecatombe desencadenada: esa tierra es mía; sus gentes son o rojos o ultras, subhumanos siempre; yo soy el imperio a  resucitar.

II. El pueblo ruso

En la Plena Edad Media se fundó el Principado de Moscú, al que siguió el Imperio de los zares y su expansión por Siberia sobremanera, el comunismo, la URSS (consecuencia de la anexión de los países vecinos), el colapso del 1989-1991 con Gorbachov, la Rusia del errático Yeltsin y la vuelta al zarismo con el tirano desde el inicio de esta centuria. Desde el principado, y hasta hoy, y sin visos futuros de remedio, el ruso (en un porcentaje que puede superar el 80% de sus gentes) es uno de los pueblos más lerdos y masoquistas de la Historia.

Ha aguantado esclavitud, servidumbre, miseria, sufrimiento indecible, y ahí sigue firme, cuan estatuas heladas. Parece como si la evolución por selección natural haya mutado largos fragmentos de ADN de sus cromosomas que lo capacita para ser domesticado, convertido en un dócil corderillo que no bala cuando lo conducen al matadero. La Revolución de Octubre-Noviembre de 1917, la toma del Palacio de Invierno y la destitución del jefe del Gobierno provisional, Alexander Kerenski, triunfó más por los errores de este socialista moderado, y menos por la estrategia de los bolcheviques, aunque se les debe reconocer su acierto en la propaganda populista que diseñó, que, de inmediato, reveló qué llevaba oculto: no la dictadura del pueblo; sí la dictadura de Lenin y los espantosos crímenes de Stalin.

Y hoy, este pueblo corderil va al matadero al son de la flauta del genocida, de la que salen las notas musicales que suenan desde hace casi mil años. El renacido flautista de Hamelin. Y, en contrapartida, le da las gracias, y con reverencia, como implorándole «¡péganos más fuerte, amo, tortúranos para ser dignos de ti, oh dios de dioses!» Y con él repiten: el Mundo nos odia, pero somos invencibles; la madre patria es lo absoluto, y por ella hay que morir; nuestros valores son superiores a los valores decadentes de Occidente (de los que, sin embargo, disfrutó la oligarquía y el propio genocida). Nosotros representamos las bondades eternas de la familia, de la religión, del patriarcado, de la mujer como fábrica de críos para la guerra (algunos miles, ucranianos, robados para la causa), frente a la degeneración de la homosexualidad, el feminismo y otras tantas aberraciones, algo parecido a la «gente de bien» del portentoso estadista Núñez Feijoo, algo más parecido todavía a la ideología del nacionalcatólico franquista Santiago Abascal.

(No es incoherente que Franco haya sido monárquico, que, por otra parte, lo fue por imponderables, para calificarlo de fascista, como no es obstáculo llamar a Lenin comunista cuando, incumpliendo la teoría marxista referida a la necesaria etapa socialista antes de la creación de un comunismo igualitario, el tirano «del pueblo», Lenin, tiranizó a su pueblo. Es decir, como aprendimos de Gustavo Bueno, entre otras lecciones, durante once años bajo su magisterio, la Historia es una ciencia de segundo orden; no es Física ni es Química, que son de primerísimo orden, o lo que es lo mismo, sus leyes, sus condiciones, son dogmas, hasta que se demuestre lo contrario: el falsacionismo de Popper. ¿Le queda claro a determinado lector? Por descontado que no, que la tozudez es cartesianismo puro).

III. Unidas Podemos

Ya hemos sostenido en este espacio que la paz es un objetivo irrenunciable, pero hay un pero, puesto de manifiesto con estimable precisión por Kant y que es principio inalienable de las sociedades democráticas: no invadir al vecino ni al lejano. De no ser así, el agredido tiene el derecho de defenderse.

Es pues loable que Unidas Podemos reitere y reitere que se dialogue, que se dejen de enviar armas a Ucrania. Ahora bien, ¿negociar qué?, ¿que el invasor anexione al invadido?, ¿que el invasor se quede con la parte que ya tiene en su poder? De otro modo: de lanzar Marruecos una ofensiva contra España para recuperar la Andalucía del Medievo, ¿qué negociaríamos?, ¿la cesión sin lucha?, ¿tal vez que lleguen al Cantábrico?

Con un autócrata no se puede negociar porque él solo negociaría con el «status quo» presente, y aún más: con la toma de la nación soberana. Al no poder negociar la retirada del ocupante, ¿qué hacer?, ¿dejar que un país de 144 millones de habitantes aplaste a otro de 41, nueve de los cuales se refugian en países diversos, y cuyo arsenal militar es nimio y sin bombas nucleares, que tuvo que entregar al imperialista para poder cortar las amarras que le amarraban al monstruo?

Porque, además, el déspota, con una OTAN indiferente y desunida, no saciaría su hambre: hay están los 9 de Rumanía, aterrorizados. Porque, además también, la bestia siberiana es el azote de las libertades y derechos fundamentales. Todos los militantes y dirigentes de Unidas Podemos no existirían si la OTAN no les protegiera. El aproximadamente 20% de los que viven esta tiranía, porcentaje irracionalmente bajo, han abandonado su tierra (alrededor de millón y medio), están en las cárceles (unas cárceles no disímiles a las de la película El expreso de medianoche, de Alan Parker), se esconden en remotos lugares o han sido envenenados o acribillados a balazos. Las organizaciones humanitarias no adeptas al régimen, ilegalizadas…, si hasta en las pasadas Navidades no se podía escribir en las tarjetas de felicitación la palabra paz.

No obstante lo escrito, es todavía más infame comparar, por ejemplo, la invasión de Irak con la de Ucrania. También lo es señalar a la OTAN como la desencadenante del conflicto, cuando, precisamente, esta organización militar estaba, tras Donald Trump, otro despiadado, en «estado de coma», en palabras de Emmanuel Macron, estado del que salió hace un año y dos días, cuando el látigo golpeó brutalmente el cuerpo ucraniano. Quien sostenga lo uno o lo otro o ambos o algo por el estilo, es, en consecuencia, un infame.  El innombrable, porque hoy nos repugna hasta nombrarlo, debería «tutelarlos» , solo para que cayeran en la cuenta de lo que es vivir apastado por sus botas. Un «vivir» del que no tienen ni puta idea.