Miedo

OPINIÓN

El portavoz del Comité de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, en una imagen de archivo.
El portavoz del Comité de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, en una imagen de archivo. Óscar Cañas | Europa Press

16 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El lunes último Xabier Fortes, en su programa televisivo nocturno, entrevistó a Jorge Buxadé, vicepresidente de Acción Política de Vox. La entrevista fue pertinente porque en «La Noche en 24 horas», como servicio público que es TVE, rotan los dirigentes de los partidos políticos legales. Su pertinencia se reforzó por el verbo salido de la boca de Buxadé, un despliegue del ideario del buen fascista, que no por conocido está de más que se nos recuerde.

Pero hubo un momento que ha de ser acotado y subrayado con grueso y negro rotulador. Fue cuando Fortes, como es su costumbre cuando finaliza la entrevista, cede la palabra a los cuatro periodistas y politólogos que le acompañan para que formulen una pregunta al invitado. Esa noche estaba Carlos E. Cué, del diario «El País». Cuando le llegó su turno, Cué le recordó que años atrás había militado en la Falange Española y, en virtud de ello, le inquirió acerca de si seguía sintiéndose falangista. Es decir, si estaba coligado el ayer y el hoy en su ser interior.

Buxadé, entonces, respondió con un circunloquio que, tras dar la vuelta a nuestra galaxia, se dirigía como un rayo a la de Andrómeda, repitiendo los puntos cardinales de Vox y sin terminar, y sin apariencia de que lo fuses a hacer, de aclarar la cuestión. Fue así que Cué le interrumpió para que concretase, pues la pregunta era muy, muy concreta, e incluso podría despejarse con un sí o con un no.

Como volvió a su cohete espacial para adentrarse en el agujero de gusano que conecta ambas galaxias (salir por peteneras), terció Fortes en el sentido antes dicho: pregunta directa, respuesta sencilla, Buxadé, ¡por fin!, contestó lo que tenía que contestar, la verdad: «me siento español»; o sea, un español de pata negra. Es, desde luego, habitual que los políticos eludan escandalosamente lo que les pone en un aprieto a él o a la formación que representa, por eso los más ordinarios y mentecatos suelen ser los políticos para un periodista y su audiencia, siempre que esta sea sensata, comedida, no parte de la parte.

Con esto ya se cuenta y Buxadé no fue una excepción, no en vano, de abrirse el pecho y mostrar incrustado en su corazón el yugo y las flechas, reforzaría el voto de los falangistas que, de todos modos, ya lo tiene Vox, pero correría el riesgo de ahuyentar el voto de quienes no circula por sus venas (que no arterías, que estas no portan suciedad) el glorioso pasado acaudillado por el Caudillo del Crimen. En una palabra: normal. Sin embargo, lo que se ha de remarcar con ese grueso y negro rotulador, dejando en la cuneta que Buxadé confesó en una ocasión que se arrepentía de haber militado en el Partido Popular, pero no en la Falange, es la mirada que surgió de sus cuencas cuando dijo «me siento español».

Esos ojos irradiaban mitad locura, mitad maldad, ambas infinitas y aterradoras. Me pregunté mientras Fortes despedía al invitado y le agradecía su presencia en la «televisión pública», para diseccionar seguidamente con sus tertulianos los hechos más destacados del día, de qué sería capaz Buxadé y sus correligionarios si hoy fuese 18 de julio de 1936…, y en adelante. Me dio miedo. Ese individuo me dio miedo. Miedo presente. Miedo futuro.

«Relatos salvajes»: Podemos sostiene que Franco y Putin son dos dictadores sanguinarios, pero, al igual que Buxadé, orbita para no emplear esos mismos términos con Daniel Ortega, Nicolás Maduro o Díaz-Canel. Rafael del Pino ha plantado un pino en Madrid y levantado el becerro de oro en Ámsterdam. Desde Doñana ya se oye el rugido del Sáhara. En Cataluña siguen dando la tabarra con el referéndum, un derecho que se han sacado del recto. Madrid es la comunidad que, en proporción, menos recauda en impuestos, por ejemplo, en el IRPF, y menos gasta en educación y sanidad; en los impuestos a los hiper ladrones, ha de recalcarse. Y así, la riqueza acelera la ostentación y el derroche y, conforme a la ecuación einsteniana, a más velocidad más aumenta la aporofobia. Y así, también, la Torá deja claro que «la bondad es la más alta sabiduría», por lo que Yahvé, nuestro Dios, debe odiarnos a muerte. Y así, finalmente, descendemos a buen ritmo no al infierno sino al polvo, que ruge cada vez con más vehemencia).