Salvo terremoto, la suerte de las elecciones del 23J está echada. No sabemos lo que va a pasar en estas extrañas elecciones. Sería una sorpresa descomunal que no ganara Feijoo, pero nadie puede garantizar que no volvamos a votar en diciembre. Todas las encuestas avanzan que el PP mejorará sus resultados, pero casi ninguna sostiene que obtendrá una mayoría como la de Rajoy, ese gallego sabio, incomprendido en la egocéntrica capital, Madrid. Por lo tanto, hay que meter a Vox en la ecuación.
Ahí vienen las curvas. Y la munición para redes y tertulias. Ese puede ser el factor que los americanos llaman game changer. Por palabras y por hechos. Por los pronunciamientos de los de Santiago Abascal (los partidarios patrios del futuro convicto Donald Trump). Y por lo que han demostrado en su gestión provocadora e irresponsable en comunidades como Castilla y León. ¿Cuánto pesará en la jornada electoral? Ahí está el dilema. Son unas elecciones distintas. Por el impacto del perfil de Sánchez. Y por el hecho de votar desde el chiringuito. Conviene recordar que no es una anomalía. En Galicia y el País Vasco lo hacemos por segunda vez en tres años. Entonces no pasó nada. ¿Y ahora? En ciertas zonas de la península votar será de valientes el domingo. Por las olas de calor vinculadas al cambio climático que algunos niegan.