Terremoto en Ishikawa

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

KIM KYUNG-HOON | REUTERS

07 ene 2024 . Actualizado a las 10:17 h.

Japón es el país teóricamente más y mejor preparado para afrontar las consecuencias de un movimiento tectónico. Y, de hecho, pese a que es sacudido regularmente, el número de bajas humanas siempre es sustancialmente inferior al que tendría lugar en cualquier otro lugar del mundo. Pero ello no es óbice para que cuando la naturaleza nos muestra su rostro más cruel siempre se pueda minimizar su impacto. Es prácticamente imposible contrarrestar los efectos de un terremoto de magnitud 9,1 y posterior maremoto, como los del 11 de marzo del 2011, que arrasaron las prefecturas niponas de Chiba, Ibaraki y Fukushima, incluyendo las centrales nucleares I y II de esta última, y ocasionaron más de 15.000 muertos, 2.500 desaparecidos y 6.100 heridos. Fue el seísmo más potente sufrido por el país asiático y el cuarto más fuerte en los últimos 500 años, según los datos técnicos disponibles en la actualidad. Tal devastación oscureció el siguiente terremoto en importancia, que tuvo lugar en 2016 en la localidad de Kunamoto y que ocasionó la muerte de 278 personas y la evacuación de 44.000.

Este año tampoco ha comenzado bien para los japoneses. El primer día del 2024, el país del sol naciente fue sacudido por un terremoto de magnitud 7,1, principalmente en la prefectura occidental de Ishikawa (en Wajima se han producido la mayoría de las muertes). Las imágenes sobre la sacudida y cómo los tejados de algunas viviendas se craqueaban al tiempo que otras sucumbían son sin duda impactantes. Son edificios de pocas plantas, la mayoría de construcción tradicional y, por lo tanto, no erigidos siguiendo la estricta normativa japonesa. La destrucción material es importante, pero, aunque ha habido más de 110 muertos y 200 desaparecidos, la mayoría de la población está a salvo. Impresionante el orden y el respetuoso silencioso de los evacuados en los diferentes centros de atención. La priorización del bien común sobre la individualidad es lo que determina la aceptación y seguimiento de los protocolos de protección ciudadana. Admirable su resiliencia ante un fenómeno incontrolable que los mantiene siempre en la cuerda floja. Los edificios se pueden reconstruir, las carreteras reparar, pero la vida solo es una y no se puede volver atrás.