La IA y el debate del «copyright»

Loreto Corredoira PROFESORA DE DERECHO DE LA INFORMACIÓN EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

OPINIÓN

DADO RUVIC | REUTERS

17 ene 2024 . Actualizado a las 08:40 h.

El 2023 ha terminado con el impulso de aplicaciones basadas en inteligencias artificiales para usuarios: el ChatGPT por supuesto, que ha movido mucha tinta, pero también otras para hacer incluso bromas en los pasados días navideños, cantando con Wombo, o modificando fotos personales desde el móvil. Sin embargo, eso es solo la punta del iceberg de lo que se asomará en el 2024. Quien haya visto la última entrega de Indiana Jones lo entenderá, con un Harrison Ford rejuvenecido gracias al uso de programas que procesaron sus miles de fotos, gestos o grabaciones de voz.

La firma creadora del ChatGPT (OpenAI) ha afrontado sus primeras demandas por infracción del copryright —que no vienen solo de la prensa, sino también de bases de datos como Getty—. El New York Times ha denunciado hace unos días a OpenAI y a Microsoft en el distrito de Manhattan. Según Bloomberg, la propia OpenAI comienza a buscar convenios con las editoras de prensa para pactar pagos por licencia de uso para el adecuado «entrenamiento» de la máquina.

Claro que la IA es «inteligente» porque se le ha enseñado antes, también por su gran potencial de computación y ha sido entrenada en distintas fuentes (su origen está, de hecho, en el «aprendizaje de máquina» o machine learning).

Desde el punto de vista de las profesiones creativas y de contenidos en cuyas obras se basa, el conflicto es claro. No en vano los actores de Hollywood han estado en huelga más de tres meses hasta dejar por escrito la obligación de los estudios de pedirles permiso expreso para futuros usos de la IA. También la base de datos fotográfica Getty Images demandó en Londres hace un año a la poderosa StabilityAI por uso de sus contenidos. Igualmente, numerosos artistas de diseño gráfico, dibujantes o ilustradores han expresado su preocupación y se han unido a esa demanda también contra Midjourney, otro de los programas de generación de imágenes por inteligencia artificial, y piden a los tribunales que el uso de sus obras sea legal.

El tema no está resuelto en las leyes de propiedad intelectual, tampoco en la nuestra de 1996, parcheada en múltiples ocasiones; solo se abre una puerta al uso libre de la minería de datos en directivas europeas sobre datos abiertos. O en otra ley europea sobre datos e IA.

Me explico: cuando los datos, documentos, fotos, no están en abierto o en dominio público, es decir, todo lo que está en internet con menos de 70 años desde la muerte del autor, solo hay un camino para su uso legal: acordar el uso de bases de datos (de prensa, fotos, música, etcétera) para entrenar, enseñar a la IA, con lo que las reproducciones serán lícitas y podrán publicarse para mayor transparencia. Es el momento de los contratos o licencias, pues al final lo que la IA hace es una nueva obra derivada modificando otras anteriores.

El resultado de ChatGPT, Wombo o de Midjourney, como ha dicho la Oficina del Copyright de EE.UU. al querer registrar el Teatro de la Ópera espacial, «no es una obra protegible porque no es autor»; bueno, digamos que esto es así de momento, pues habrá que estudiar un nuevo derecho afín o similar. El tema nos ocupará a académicos y legisladores para buscar soluciones éticas y jurídicas que permitan innovar sin perjudicar a terceros. No todo en el derecho es prohibir.