El hundimiento del Titanic

OPINIÓN

Eduardo Parra | EUROPAPRESS

06 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Puede que sea por esta sensación de provisionalidad, de que todo puede ir a peor, de que da igual que uno se proclame «víctima, no cómplice», porque al día siguiente puede tocarle recoger las cosas del despacho, las carpetas y fotos, los pocos libros y el polvoriento cactus. Quién sabe lo que sucederá hoy, mañana. Acaso es por eso que cuando dos socialistas, digamos de pro, se cruzan estos días por el pasillo del Congreso de los Diputados, es como si el tiempo se detuviese, stop. Y entonces, un saludo cobra una trascendencia inusitada, como si se estuviese transformando, por arte de birlibirKoldo, en algo así como una despedida. Como si al abrazo entre Francina Armengol, ella «víctima, no cómplice», y Patxi López solo le faltase ya la música que tocó una madrugada de abril una orquesta en la fría cubierta del Titanic, donde no había lanchas salvavidas para todos. Y en efecto, nada hay más político que un «sálvese quien pueda».