Adiós al VHS

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

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Las tecnologías modernas aparecen y desaparecen y con el final del reproductor VHS se pone fin a una pequeña subcultura tecnológica que en su momento trajo nuevas costumbres

30 jul 2016 . Actualizado a las 09:57 h.

Cuando se popularizaron las cintas de vídeo y la gente empezó a grabar películas y recuerdos familiares en ellas, surgió la preocupación de cuánto podría durar la señal magnética antes de que se borrase. Era una ingenuidad: son las prótesis antiguas de la memoria, como el papel o el mármol, las que viven lo suficiente como para experimentar la erosión. Las tecnologías modernas aparecen y desaparecen rápido.

Es lo que acaba de pasar con el vídeo doméstico. Está previsto que hoy se deje de fabricar el reproductor de VHS, un cachivache tan asociado a la década de 1980 y 1990 que hay que decirle adiós de alguna manera. Es el fin a una pequeña subcultura tecnológica que en su momento trajo nuevas costumbres, como la de mirar las películas a cámara rápida para acabar antes, o la de castigar a los amigos con reproducciones de bodas en tiempo real. Incluso dio lugar a un hábitat específico: el videoclub, que, para aquellos que no lo conocieron, era algo así como una mezcla de una librería y un estanco.

Es el fin, también, de uno de los duelos más aleccionadores en la historia de la tecnología, el que enfrentó al Beta y al VHS, y que encierra una paradoja que resulta útil para otros ámbitos de la vida. El Betamax, o Beta, era indiscutiblemente mejor, y sus inventores de Sony se frotaban las manos pensando que se iban a hacer de oro vendiendo licencias de fabricación. Pero sus rivales de JVC tuvieron una idea brillante: en vez de comprar el formato que les ofrecía Sony inventaron el suyo propio, VHS, y prácticamente regalaron la licencia a todos los fabricantes de entonces: Hitachi, Mitsubishi, Sharp? El VHS tenía una calidad pésima, pero al producirlo muchas más compañías resultaba más barato e inundó el mercado. Es un ejemplo de la ley de Gresham: «El dinero malo desplaza al bueno». Se estudia en economía, pero vale para muchas otras cosas.

Los videoclubes permitían observar objetivamente el proceso. Se veía cómo iban adelgazando de mes en mes los estantes de Beta, como un termómetro que registraba visualmente el triunfo de lo malo sobre lo mejor. Y el golpe de gracia llegó cuando la industria del cine porno se decantó por el VHS. Sexo y dinero, los grandes motores de la sociedad. Eso terminó por inclinar la balanza. Beta se siguió produciendo, pero reducido a un uso profesional y para una minoría de usuarios domésticos exigentes o atrapados en el formato.

En todo caso, para entonces, los dos sistemas estaban ya marcados para su extinción. Desde la introducción del CD y el DVD a finales de la década de 1990, la agonía ha sido rápida. Hace catorce años, Sony dejó de fabricar reproductores de Beta. En marzo de este año abandonó la producción de cintas en ese formato. Es fácil suponer que a las cintas VHS les quedan también unos meses.

El VHS y el Beta democratizaron la memoria, e iniciaron esa tendencia a convertirnos a todos en documentalistas y archiveros sin sueldo, que llega ahora al paroxismo con las redes sociales. Pero no creo que echemos mucho de menos aquellos cacharros lentos y ruidosos. Si acaso, en su obituario yo lamentaría otra cosa: la pérdida de una metáfora. Porque las cintas de vídeo se parecían a la memoria humana. Siempre desordenadas, casi siempre mal etiquetadas o sin etiquetar, había que pasarlas incesantemente para adelante y para atrás, en medio de sonidos mecánicos, para buscar algo que habíamos grabado y no sabíamos dónde. Como los recuerdos, tampoco se borraban nunca del todo. Quedaban las sombras en un firmamento de grises y puntos.