La Voz de Asturias

Mossa: «En Oviedo viví la ilusión de ser futbolista como en ningún otro lado»

Azul Carbayón

Pablo Fernández Oviedo
Mossa, en un partido del Huesca de la presente temporada

La Voz de Asturias charla con el exjugador oviedista, ahora segundo entrenador de Ziganda en el Huesca, a dos días del derbi asturiano

15 Dec 2022. Actualizado a las 18:57 h.

Cinco temporadas vistiendo la camiseta del Real Oviedo, 151 partidos oficiales de azul y formar parte de la historia de los derbis asturianos dan para mucho. Y si a todo esto le añades el colgar las botas de forma prematura para acompañar a su entrenador y embarcarse en su primera aventura en los banquillos del fútbol profesional, pues imaginen. 

Cinco meses y medio después de despedirse del oviedismo, José María Angresola, Mossa (Valencia, 1989) se sienta con La Voz de Asturias para hablar de su maravillosa etapa en la capital del Principado, de la decisión que tomó en verano, el día a día con el Cuco Ziganda en el Huesca y, claro, de los derbis. Este sábado (Carlos Tartiere, 21:00 horas), se jugará el primer Oviedo-Sporting sin Mossa desde que ambos clubes se rencontraron en 2017. 

—¿Qué tal en Huesca?

—Muy contento y ocupado. De jugador pasas muchas horas entrenando y descansando, pero no tantas horas pensando en fútbol como ahora. Ese ha sido el mayor cambio. También cambia la visión de uno: antes era todo mucho más individual, aunque lógicamente también pensases en el equipo, pero ahora ese pensamiento es mucho más colectivo. No ves nombres, solo ves jugadores que conforman un equipo.

—¿Se esperaba la llamada de Ziganda?

—No me lo esperaba, ni mucho menos. Cuando el Cuco me dijo que él no iba a continuar en el Oviedo nos despedimos y yo todavía tenía que esperar por un tema contractual. No hablamos más desde aquella despedida, hasta se me olvidó felicitarle cuando se anunció su fichaje por el Huesca.

—¿Cuándo le llamó?

—El día que el Oviedo anunció que no iba a continuar, el míster estaba buscando segundo entrenador porque Bingen (Arostegi) se iba al Athletic. Y se enteró de lo mío. Me llamó a las 11 de la noche y me dejó en shock, casi no dormí. Me preguntó si me había preparado estos años, si tenía la licencia de entrenador y si se me había pasado por la cabeza dar ese paso. Me dijo que había pensado en mí y que estaba convencido de que podía aportar cosas.

—¿Qué hizo?

—Mi idea era seguir jugando y ya llevaba dos semanas entrenando junto a mi preparador físico. Tenía poco tiempo para dar una respuesta y, como ya te dije, no dormí en toda la noche. Era una decisión importante: dejar de ser futbolista, lo que más me gustaba y tanto me había costado conseguir. Pero la decisión me fue tomando. Cada vez me estaba haciendo más ilusión tomar ese camino y dije sí sin haber preguntado por ninguna circunstancia más. Volví a hablar con el Cuco y ya mi pregunta fue si de verdad estaba convencido de que yo le podía aportar.

—Y lo estaba.

—Casi estaba más que yo. Llamé al preparador físico para decirle que iba a dejar de jugar y a los tres días me estaba yendo a Huesca.

—¿Llegaron a hablar en Oviedo de esta posibilidad?

—Para nada. De camino a Huesca, llamé a dos compañeros para decirles que me iba y flipaban, me decían que todavía estaba para jugar. Me sorprendió la llamada de Ziganda, pero pronto lo vi como una suerte y como una gran oportunidad el entrar en los banquillos por el camino del fútbol profesional.

—¿Le costó colgar las botas?

—Siempre dije que, sí podía, quería dejar el fútbol yo, no que el fútbol me dejase a mí. Me preocupaba mucho ese tema y no me imaginaba dicho momento y cómo sería el día siguiente en casa. Durante estos años me había preparado para tener algo fuera de esto e incluso ahora tenía una oferta laboral para trabajar en asesoría financiera, porque yo estudié eso. Pero llegó la llamada y se dibujó el mejor escenario para dejar el fútbol. En ese momento existía el miedo por si me había equivocado, pero seis meses después puedo decir que no me arrepiento en absoluto. La decisión ha sido la correcta.

—¿Pensó en la retirada antes de que le llamase Ziganda?

—Era finales de junio y todavía quedaba mucho mercado, pero mis agentes ya estaban hablando con dos clubes sobre la posibilidad de fichar. Mi idea era seguir jugando, pero venía de cinco años en un club en el que me había sentido especial y en el que ya tenía un estatus dentro de la plantilla. Ahora me tocaba irme a otro club para empezar casi de cero y que, sin duda alguna, no iba a ser tan especial para mí. La idea de dejarlo tras ser capitán del Oviedo y jugar bastantes partidos no me disgustaba, pero ni mucho menos estaba tomada.

—Primer día de pretemporada, ¿qué le pide el Cuco?

—El míster me recibió con los brazos abiertos y me dijo que yo estaba en Huesca porque confiaba en mí. Me dijo que con él se trabajaba mucho y que también exigía mucho en el día a día, y que me iba a pedir mucho, pero siempre convencido de que iba a poder aportar. Yo le dije que lo sabía y que por trabajo no iba a poder ser, me conozco y no me cuesta echarle horas en algo que me gusta como el fútbol. Estoy para ayudarle en todo lo que pueda, para eso está un segundo entrenador.

—¿Se cumple eso de que el primer entrenador es el ‘poli malo’ y el segundo el ‘poli bueno’?

—Creo que no, la verdad. El entrenador exige como jefe que es y como primer interesado en que el equipo funcione, pero no noto que yo esté haciendo ese papel de ‘poli bueno’. Hago lo que me sale, y si lo que me sale es apretar a un jugador porque creo que puede apretar más, lo hago. Siempre desde el respeto, claro. No cambia mucho a cuando era jugador o capitán, siempre intenté ayudar a los compañeros buscando que rindiesen al máximo.

—¿Cómo es eso de pasar de protagonizar los entrenamientos a observarlos y analizarlos?

—En la primera llamada del Cuco le dije que de metodología, realmente, no controlaba mucho. Llevo jugando al fútbol toda mi vida, pero no estaba preparado para entrenar ya mismo. Y me dijo que no me preocupase, que eso lo iba a coger con el paso de las sesiones y que iba a aprender. Así me lo estoy tomando todos los días, con ilusión y aprendiendo mucho cada día. Mi gran ventaja es que conozco muchas de las tareas que realizamos y que, sobre todo, sé lo que el míster quiere de los jugadores. Eso ha sido fundamental para adaptarme bien al ritmo de trabajo. Estuve dos años y medio con él y tener una idea de lo que quiere de sus equipos y de sus jugadores en todas las fases del juego me ha hecho más fácil el día a día.

—¿Hubiese dado este paso de la mano de un entrenador que no fuese Ziganda?

—No lo sé. Me hubiese costado mucho más, claro. Sobre todo, el integrarme en el modelo de trabajo del cuerpo técnico. Estoy tremendamente agradecido al míster por pensar en mí a la hora de darme esta oportunidad. Ha sido todo muy natural y prácticamente desde el principio me he podido involucrar en las tareas y he podido dar mi opinión sobre muchos aspectos del juego. También el hecho de haber trabajado y conocer bien a Berto (preparador físico) lo ha hecho más sencillo, me sentí muy arropado Si no, estos primeros meses tendrían que haber sido de observación: qué pide, cómo lo pide, qué quiere conseguir… Con Ziganda, esa fase ya la pasé como futbolista.

Mossa, en un partido del Huesca de la presente temporadaSD Huesca

—¿Nota como poco a poco pasa de ser futbolista a entrenador?

—Siempre vi mucho fútbol y siempre me gustó intentar entender el juego, pero tendía a fijarme, sobre todo, en los que jugaban en mi posición. Ahora tengo una mirada más global: me fijo en la presión de los puntas, en los movimientos de los mediocentros o en las distancias entre líneas. No dejo de aprender cada día y al final esto va de echarle horas.

—¿Y el mono de jugar? ¿Sigue ahí?

—Hay días en los que me pica el gusanillo y lo mato cuando algún jugador deja el entrenamiento antes de tiempo y se necesita a uno para un partido reducido o algo. Entro y entreno como si fuese a jugar, eh, si no, no entro. Me veo bien, aunque está mal decirlo, pero soy consciente de que eso no es el fútbol. Un reducido te lo compito e, incluso, te lo puedo ganar, pero el ritmo de competición y de los partidos es otro mundo. Pero me sirve para matar ese gusanillo de jugar en el día a día, porque son profesionales y es exigentes. El gusanillo de la competición no me hace falta matarlo porque ya lo vivo cada fin de semana como entrenador.

—Si el equipo no funciona, los primeros que se van son el entrenador y su cuerpo técnico.

—Cuando tomé la decisión de dar el paso tenía claro que existía la posibilidad de que a los dos meses estuviese en casa, así son las reglas del juego. Pero cuando uno acepta un reto así lo acepta con todas las consecuencias. Si llega ese momento, que espero que no, lo asumiré a sabiendas de que es algo normal en este mundo.

—¿Se celebran más las victorias como entrenador?

—Se viven de manera diferentes, eso sí. Te dan mucha tranquilidad y, encima, te alegras mucho por los jugadores, porque los ves sufrir y disfrutar cada día.

—¿Cómo lleva el vestuario el tener de segundo entrenador a alguien contra el que jugaron hace un año?

—Jugué con varios de ellos y, cuando se enteraron de que fichaba por el Huesca, se pensaban que era como jugador. Y no se lo creían. Fui compañero de Gerard Valentín, de Timor o de Juanjo Nieto, que acaba de llegar. Se mostraron sorprendidos, pero ahora entienden más o menos la decisión. Incluso algunos dicen que ojalá les llegue una oportunidad así cuando estén cerca de retirarse.

—¿Ve mucho fútbol?

—Tenemos un departamento de análisis propio del club, pero junto con el míster vemos y analizamos muchos partidos al margen del trabajo -y muy bueno- que ya realizan los analistas del club. Estoy haciendo varios cursillos porque interesa conocer todos los aspectos del cuerpo técnico, y conocer y manejar las herramientas del análisis es una. Aunque luego en el día a día no lo utilice mucho. Antes veía mucho fútbol, pero no lo analizaba. Ahora sí y la diferencia es enorme.

—¿La convivencia le está haciendo descubrir a un nuevo Ziganda?

—En cuanto al trabajo diario, evidentemente no pasaba tantas horas junto a él como ahora, pero sí sabía que esos entrenamientos no se preparaban diez minutos antes de empezar. Veía que estaba todo bien estudiado y ahora es igual, ahí no me ha sorprendido. Me ha sorprendido lo mucho que le gusta el fútbol: si yo ya veo mucho, él ve más. Es un tío que le encanta lo que hace, aunque eso ya me lo imaginaba. En Oviedo teníamos charlas sobre cómo habíamos visto al equipo, jugase o no jugase, y eran conversaciones naturales en las que ya veía que nuestra idea futbolística era bastante similar.

—¿Le sorprendió que Ziganda no siguiese en el Oviedo?

—Sí y no. No porque la tendencia de los últimos años era un baile continuo en la dirección deportiva y en el banquillo. Yo tuve cuatro entrenadores, por ejemplo. Y sí porque habíamos hecho una grandísima temporada y lo normal era darle continuidad a ese proyecto que se estaba empezando. Al final las partes tomaron diferentes caminos, pero sí me sorprendió porque se había hecho un buen papel y la mayoría de los jugadores ya estaban adaptados a esa forma de trabajar. Y eso es una ventaja bestial a la hora de comenzar una nueva temporada.

—¿Cree que Ziganda dejó un buen recuerdo en Oviedo?

—Tendemos mucho a valorar la opinión de demasiada gente. Se puede -y se debe- escuchar la opinión de todo el mundo, pero darle valor es otra cosa bien distinta. Estamos hablando de profesionales de esto, que llevan toda su vida dedicándose al fútbol y cuyo método de trabajo está ahí. Creo que, al menos entre los profesionales y la gente que entiende un poco el mundillo, Ziganda dejó un buen recuerdo en Oviedo en lo futbolísitico. Eso sí, creo que dejó un poso todavía mayor como profesional que entendió, representó y defendió los valores del club por encima de todo. Eso lo que al final trasciende al fútbol, y lo que queda cuando las luces se apagan.

—Hablemos de su salida, ¿en qué momento siente que es el momento de marchar?

—Como persona, a veces, sientes cuando sí y cuando no. Yo desde que empecé la temporada sabía que era mi última en Oviedo. Había un desgaste, tenía 33 años y sabía que no era el mismo que el que llegó al club con 27 años. Y, sobre todo, que me quería ir en un buen momento del equipo. Había pasado por momentos complicados y la temporada pasada la disfruté desde el principio porque veíamos que el equipo era bueno. En la segunda parte atravesamos un momento de juego brutal, para mí el mejor que vi en el Oviedo desde que llegué en 2017. Hicimos partidos muy buenos y vi que se volvía a despertar entre la afición una ilusión maravillosa.

—El último día en el Tartiere.

—Mi círculo más cercano sabía que el de Ibiza (última jornada) era mi último partido con el Oviedo en el Carlos Tartiere. Di la vuelta de honor junto al equipo llorando. Después existía una situación contractual por la cual el club me podía renovar si ellos querían, así que tenía que esperar. Cuando se hizo la restructuración salarial el club se guardó ese derecho.

—Aun así, tardó en hacerse oficial su salida.

—Todo se retrasó porque hubo un cambio en la dirección deportiva, Tito tardó llegar y cuando lo hizo tenía que hablar conmigo. Años atrás, cuando fiché por el Oviedo, Tito me intentó fichar para el Levante. Me conocía bien. Por eso no entendí que esperasen tanto a decirme definitivamente que no seguía, aunque yo ya sabía que no. Era el momento de irse. Quería sentarme con ellos porque la conversación iba a ser cordial, de eso no tenía dudas.

—Y por fin se despidió del oviedismo.

—Escribí el texto en una mañana, cogí un bolígrafo y un papel y me salió solo. Acabé de escribirlo entre lágrimas. En Oviedo viví la ilusión de ser futbolista como en ningún otro lado. Y eso es la hostia.

—Cinco temporadas y 151 partidos oficiales.

—Me cuesta mucho ver al Oviedo, me pongo nervioso. Aunque al final lo veo siempre. Pero también me pasa cuando vengo a la ciudad, eh. Me entra como ansiedad. Supongo que será por todo lo vivido aquí, siempre siento algo especial cuando estoy en Oviedo, como si el cuerpo se pusiese en alerta. Voy a estar unido a esta ciudad de por vida y mis hijas van a ser ovetenses y oviedistas, todavía no han nacido y ya tienen la equipación del equipo.

Mossa y Christian Fernández, tras ser homenajeados en el Carlos TartiereReal Oviedo

—El mejor Oviedo de los últimos siete años vio como el sueño se escapaba en Las Palmas.

—Era una final, en su casa y en un momento en el que ellos estaban muy bien. Fueron mejores y punto, no hay mucho que decir. Hicieron un partidazo y nunca vi a Jonathan Viera jugar como aquel día. Fue dueño del partido. Desde el calentamiento me fijé en él y nunca en Segunda División vi a un jugador dominar un partido como él. Se jugó a lo que él quiso, casi nunca había visto eso. Paraba el balón y era un entrenador del campo, ordenaba todo lo que pasaba a su alrededor. Fueron mejores, pero creo que en el Tartiere hubiese sido otra historia.

—La mejor puntuación desde el regreso a Segunda.

—Hubiésemos dado guerra en el playoff, seguro. El partido en Las Palmas no tiene que empañar la temporada, porque fue buenísima. Y yo la disfruté muchísimo. Los entrenamientos eran una gozada, hacíamos partidos de titulares contra suplentes y siempre acababan apretadísimos.

—Parece que jugó poco, pero fue el 14º en minutos de la plantilla.

—Diez compañeros jugaron menos que yo, así es. Fue un buen año. Y eso que no tenía contrato, eh. En algún medio salió que había aprovechado la restructuración para asegurarme un año más si subíamos a Primera, eso era mentira. Fui el primero en firmar la restructuración porque quise apoyar al club, pero sabía que mi círculo se cerraba ya.

—Estuvo cinco temporadas, ¿con qué Oviedo se queda?

—Me quedo con dos: el del año pasado, que era la plantilla más completa, y con el que jugó tras el confinamiento, ya con Ziganda en el banquillo. Ese equipo se llegó a sentir muy fuerte, eh. Salíamos al campo sabiendo que, si teníamos que ganar, ganábamos. Partido cada tres días, todo o nada, era muy jodida la situación. Nos jugábamos la vida.

—Demasiado drama en cada partido, ¿no?

—No ganábamos sobrados, ni mucho menos, pero teníamos determinación. Nos agarrábamos a los partidos, sabíamos sufrir. Fue muy estresante a nivel mental, se juntó jugarse el descenso cada tres días con hacerlo en este club, con todo lo que significa. Recuerdo que todo el mundo se comprometió, también los cedidos. Tengo muy buen recuerdo.

—¿Y la 20/21?

—Fue una temporada más de transición. En noviembre y diciembre llegamos a jugar muy bien y estuvimos cerca de engancharnos arriba, pero en enero nos caímos y nos costó un mundo recuperarnos. Nos salvamos en las últimas jornadas, pero no sufrimos demasiado.

—Supongo que la tercera en su ranking es la primera en la que estuvo, con Anquela.

—Jugamos en Cádiz tras el derbi, ganábamos al descanso y estábamos segundos en la tabla. Cuando expulsaron a Rocha en el primer tiempo. Si nos hubiésemos reforzado en enero, que no pudimos, cuidado… Era una plantilla corta, pero dimos guerra. Jugábamos con cinco atrás y creábamos peligro con poco, disfruté muchísimo aquella temporada junto a Saúl (Berjón).

—El ataque de aquel Oviedo se basaba en esa banda izquierda.

—Saúl me sorprendió muchísimo cuando llegué: era fuerte, rápido y encima tenía calidad. No lo conocía y joder, flipé.

—Igual faltó un delantero, aunque Linares no hizo mala temporada.

—Toché tuvo la mala suerte de lesionarse cuando había empezado bien la temporada -5 goles en las primeras 10 jornadas-, pero Linares ojo. Era mi debilidad. Dentro del campo daba gusto estar con él, para mí fue muy importante que me hizo ser mejor. Como capitán, lo tengo como a un referente, sin duda alguna. Y eso que estaba algo discutido cuando yo llegué aquí. Es un tío que se ha hecho así mismo, que se rompió la rodilla dos veces y se labró su carrera a pico y pala. Su coraje empujaba muchísimo al grupo.

—¿Y el Oviedo de ahora?

—Tienen un gran equipo y todavía están a tiempo de todo. Obviamente estoy al día conozco la categoría y estoy convencido de su potencial. Cervera tiene las cosas muy claras y luego la plantilla… Los centrales, sin ir más lejos, son de lo mejor de la categoría. Lucas está haciendo una temporada tremenda y Borja Sánchez todavía no ha arrancado, pero es diferencial.

—Sacaba la primera vuelta y el Oviedo todavía no ha podido contar con el mejor Borja Sánchez.

—Borja es mi debilidad, he disfrutado muchísimo jugando a su lado. Nos entendíamos bien. Muchas veces estaba en el campo y cuando veía las cosas que hacía pensaba “joder, qué cabrón. Qué bueno es”. El Oviedo necesita a ese Borja. Si está bien… Tiene talento y tiene clase, que no siempre van de la mano. Tiene todas las condiciones para ser un futbolista de Primera División y él se lo tiene que exigir. No se puede retirar sin jugar en Primera, y eso se lo tiene que exigir él.

—Cuando llegó en 2017 casi no había canteranos en el primer equipo, ¿qué ha pasado?

—Normalmente, los canteranos suben porque son muy buenos o porque hay una necesidad en el primer equipo. Suele ser así, pocos clubes tienen una política en la que se apueste de verdad por los de abajo. Yo se lo dije a Ziganda, y no ahora, cuando era mi entrenador en Oviedo, que una gran parte del mérito de que todos esos canteranos estén ahora donde están es suyo. Es un excelente formador porque se crio en clubes con cultura de cantera, y les dio la oportunidad. He visto todo el tiempo que “perdió” con ellos en mejorarles, la paciencia que tuvo con Lucas, Viti o Obeng. Les puso y les dio continuidad. Apostó por Obeng cuando el equipo se estaba jugando el descenso y marcó dos goles muy importantes ante Zaragoza y Racing en la 19/20.

—¿Aquello sorprendió al vestuario?

—Claro, algo de miedo te entra. Pero le salió bien. Por eso le tengo mucho respeto a Obeng, porque ha respondido en el campo cuando se le necesitó. Le podrán haber salido mejor o peor las cosas y habrá fallado goles, pero siempre lo ha intentado. Si le preguntas a sus compañeros, muchos te dirán que quieren jugar con él porque exige mucho al rival en salida de balón, estira al equipo en ataque y libera de trabajo al resto, a los de detrás. De cara a puerta no es Bastón, claro, pero ha metido goles. En general le tengo respeto a todos los canteranos, porque Cuco les dio la oportunidad, pero también se la ganaron ellos, y ahí están ahora.

—¿Un vestuario nota cuando hay mucha gente de la casa?

—Sí, sí. Al menos los de aquí, son gente trabajadora, humilde y que han mamado oviedismo. Sienten y, sobre todo, respetan al club. Eso es muy importante. Estoy muy orgulloso de haberles visto crecer y es un gusto verlos competir ahora. Los partidos que hizo Viti la temporada pasada, cuando le vi entrenar hace años, le vi subir al primer equipo y bajar al filial otra vez, seguramente por su culpa, y le vi volver a subir para hacerse un profesional de esto del fútbol.

—Jimmy ya es uno de los capitanes.

—La temporada pasada, cuando se marcharon Arribas y Simone (Grippo), tomamos la decisión de meterlo entre los capitanes. Entendimos que tenía que haber gente de casa entre ese grupo de jugadores y acertamos con él. Conoce como pocos los valores de la casa. Y el vestuario le respeta. No todo el mundo vale para llevar el brazalete, pero Jimmy sí. Un capitán debe tener los mismos derechos y, siempre, más obligaciones.

—El primer capitán, eso sí, es Borja Bastón.

—Si el vestuario le ha elegido es porque se ven identificados en él. Y porque saben que, en los momentos complicados, él pondrá el pecho. No me sorprende que lo eligiesen, dentro del campo ya era un referente, seguramente el jugador más diferencial del Oviedo de los últimos cinco años. Lo conozco, hablo con él casi todas las semanas y se ha identificado con este club como pocos.

—Su gran adaptación al club y a la ciudad recuerda a la de Linares.

—A Borja hay que darle las herramientas para que se sienta a gusto. Si lo consigues, va a responder porque dentro del área es el mejor. El mejor. Al margen de lo físico y de lo técnico, es muy listo, tiene movimientos en el área que son para enseñar a los chavales del fútbol base.

—Durante su etapa casi no subieron al primer equipo laterales izquierdos.

—Siempre me extrañó que no se asentase ninguno, sí. El pasado verano, me fijé en Osky desde el principio, me cayó bien y siempre escuchaba. Tiene condiciones para trabajarle y para que a corto plazo llegue al primer equipo. Y ahí está Abel Bretones, claro, que se ha adaptado a la perfección. Le vi entrenar un par de días el año pasado y quedé alucinado con sus condiciones físicas. Y tiene una zurda espectacular, es capaz de sacar centro con el rival muy cerca y eso es complicado. Ojalá en unos años el lateral izquierdo del Oviedo esté ocupado por Abel y Osky.

—El sábado se juega el derbi, ¿está cansado de hablar de ello?

—Me jode que, por mucho que lo cuente y me intente explicar, la gente de fuera de Asturias no comprenda cómo se vive este derbi. Acabo pareciendo un anciano contando batallitas. Como experiencia, inmejorable. Y encima mis estadísticas son tremendas (risas).

—Seis victorias, tres empates y una derrota.

—Los afrontamos muy bien todos. Siempre nos tomamos muy en serio el derbi, siempre. De puertas para afuera nos han hecho saber que era un partido especial, pero es que de puertas para adentro también nos lo tomamos así. Siempre entendimos que era muy importante ganar. No estaba aquí hace 15 años, pero sí me han contado que pasó aquí en Asturias durante todos estos años. Entender cómo se sintieron y cómo afrontan ellos los derbis ha sido clave: encaramos los derbis como la afición merecía. Y luego tuvimos la suerte, claro, de sacar muy buenos resultados.

—¿Ha visto alguna otra vez el Oviedo-Sporting en el que marcó dos goles?

—Entero, nunca. Los goles sí, claro, pero porque me los sacan muchas veces… y porque yo también los enseñé alguna vez (risas). Algunos se olvidan del primer gol, solo recuerdan el de la zurda a la escuadra. Fue un partido maravilloso, la verdad. El derbi fue, es y siempre será especial para mí. Lo tengo tatuado, llevo las coordenadas del campo y he sido feliz, pude cumplir sueños. Esos momentos son parte de mi vida y siempre los recordaré.

—Su último derbi fue el que más ruido hizo.

—Teníamos la sensación de que íbamos a ir solos después de que el Sporting no mandase entradas al Oviedo y nos conjuramos. El míster nos repetía mucho que solo íbamos nosotros, pero que no estábamos solos. Cuando marcamos, había gente en la grada que nos enseñó la camiseta del Oviedo. Luego fue muy feo lo que pasó -la agresión a Femenías por parte de hasta seis jugadores del Sporting-, algo que no puede repetirse nunca. 

Mossa golpea el balon para hacer el 2-1 en el derbi de la 17/18Real Oviedo

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