Irán se desvincula del ataque contra EE.UU. para esquivar las represalias

Andrés Rey REDACCIÓN / LA VOZ

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Imagen satelital de la base estadounidense Tower 22, en Rukban, distrito de Rwaished, Jordania.
Imagen satelital de la base estadounidense Tower 22, en Rukban, distrito de Rwaished, Jordania. PLANET LABS PBC | REUTERS

Biden asegura que la base bombardeada fue Tower 22, en el noroeste jordano

29 ene 2024 . Actualizado a las 22:26 h.

En el noroeste de Jordania, las fuerzas de Estados Unidos esconden un remoto puesto logístico llamado Tower 22. Está situado estratégicamente, justo donde el país —uno de los principales aliados de Washington en la región— converge con Siria e Irak. Un punto, tres naciones. Fue allí, en esa triple falla, donde el domingo de madrugada la tierra tembló entre estallidos de bombas. Un dron de las milicias proiraníes de Irak atacó la «torre», acabó con la vida de tres soldados estadounidenses e hirió a otros 34 (la mayoría eran reservistas).

Al menos, así lo aseguró el presidente Joe Biden. Desde Amán, sin embargo, negaban su versión y apuntaban que, en realidad, el ataque golpeó la base norteamericana de Al Tanf, en Siria, justo al otro lado de la frontera.

Sea donde fuere, los muertos son los primeros que deja entre las tropas de EE.UU. esa espiral violenta que se ha desatado en Oriente Medio. Una espiral que empezó a gestarse hace mucho tiempo, pero que el 7 de octubre, con el inicio de la guerra entre Israel y Hamás, se hizo gigantesca. Del lado de los yihadistas de la Franja de Gaza pronto se colocaron el Líbano, Siria, Irak, los hutíes de Yemen... e Irán, en la sombra, moviendo buena parte de los hilos. Del lado de Israel se colocó EE.UU.

El presidente Joe Biden culpó rápidamente a los grupos proiraníes de la región, y poco después ellos mismos lo confirmaron: la agrupación de milicias Resistencia Islámica de Irak (Hashd al Shaabi) asumió la responsabilidad de la agresión. «Perdimos tres almas valientes», dijo el político en Columbia. Luego guardó unos instantes de silencio, justo antes de asegurar: «Responderemos».

«Rumores infundados»

Los milicianos «no reciben órdenes» iraníes, sino que actúan de forma independiente para oponerse a «cualquier agresión y ocupación», prometió ayer Naser Kanani, portavoz del Ministerio de Exteriores de Irán. Como intento de esquivar cualquier posible represalia, comentó que los rumores que apuntaban a Teherán como autor del ataque eran infundados, y señaló a Tel Aviv y Washington por alimentar la inestabilidad en la región.

Mientras tanto, todos los demás frentes siguen abiertos. Israel y Hezbolá, otro aliado iraní, continúan intercambiando disparos a través de la frontera libanesa; los hutíes de Yemen —también respaldados por Irán— lanzaron nuevos misiles y aviones no tripulados contra barcos comerciales en el mar Rojo, y EE.UU. y sus aliados mantienen su respuesta. Hasta ahora, han atacado territorio yemení al menos diez veces.

El 20 de enero, otros cuatro miembros del Ejército estadounidense habían resultado heridos al oeste de Irak, cuando su base fue atacada intensamente también por milicias proiraníes. Esa fue la última agresión que protagonizaron contra tropas norteamericanas, entre otras 160 desde mediados de octubre.

«Terrorismo»

«Insistimos en el firme apoyo de nuestro reino a los esfuerzos internacionales para eliminar el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones», subrayó el Ministerio de Exteriores saudí. Egipto también consideró terrorista el ataque e Irak, por su parte, expresó una «profunda preocupación» por la seguridad regional y llamó a «dejar espacio a las negociaciones en curso con la parte estadounidense». Hay que «fortalecer los esfuerzos internacionales para llegar a la estabilidad».

Hashd al Shaabi, la amenaza para Washington que derrotó al Estado Islámico en Irak

Pablo Medina

Los iraquíes vieron cómo en el verano del 2014, un grupo que se había autoproclamado Estado Islámico de Irak y el levante empezó a ganar territorio para instaurar un califato de vocación global. Frente a la amenaza suní extremista, el ayatolá Al Sistani llamó a la población chií a alzarse en armas, «defender su país, su pueblo y sus lugares sagrados ofreciéndose como voluntarios para lograr el santo propósito» de derrotarlos. Con esas palabras nacería Hashd al Shaabi ese mismo año.

La milicia llegó a aglutinar a 160.000 personas al término de la caída de los dominios yihadistas en Irak. Pese a su aspiración proiraní y financiados y adiestrados por estos, lo cierto es que llegaron a formar parte de ellos los cristianos que, al comienzo de la guerra con el EI, no tuvieron protección de los peshmerga kurdos y tuvieron que hallar otras fuerzas con las que defenderse.

Unos 30.000 de los antiguos miembros de Hashd al Shaabi se reintegraron en el Ejército de Irak. Sin embargo, fuentes militares del Kurdistán iraquí aseguran que la mayoría de ellos actualmente «no responden a la agenda de seguridad iraquí» y gozan de autonomía para actuar según los designios de los oficiales locales o los de Teherán.