Ángel Rey, trabajador social: «Los padres deben ganarse el respeto de sus hijos y conseguir la autoridad, no imponerla»

Esther Rodríguez
Esther Rodríguez REDACCIÓN

LA VOZ DE OVIEDO

El director de la Asociación Centro Trama en Asturias, Ángel Rey
El director de la Asociación Centro Trama en Asturias, Ángel Rey

Hay progenitores que se convierten en víctimas de sus retoños, cuando esto ocurre hablamos de violencia filio parental. En el momento que se da a conocer estos casos significa que la situación familiar está ya al limite. Pero, ¿por qué se llega a esta tesitura? El también presidente de la Asociación Centro Trama explica las causas y cuáles son los pasos a seguir para frenar esta coyuntura

20 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Con el objeto de seguir defendiendo los derechos humanos y mejorar la calidad de vida de los colectivos socialmente desfavorecidos, la Asociación Centro Trama desembarcó hace 25 años en Asturias. Desde entonces, esta entidad social trabaja con menores en situación de vulnerabilidad y con adolescentes que han cometido algún delito y cuentan por tanto con alguna medida judicial. Son además especialistas en resolver conflictos familiares, sobre todo aquellos que tienen que ver con la violencia filioparental. Es decir, cuando un hijo agrede física o verbalmente a alguno de sus progenitores. Unos comportamientos que «bajo ningún concepto son justificables», pero aún así las personas que lo sufren les da vergüenza hablar de ello y no denuncian ni siquiera esta situación. Por tanto, ¿Cómo se debe actuar en estos casos? ¿Por qué un padre o una madre se convierte en víctima de sus retoños? El presidente y trabajador social de dicha institución en nuestra región, Ángel Rey, indica los pasos a seguir, además de analizar en profundidad este tipo de violencia.

—Cada vez es mayor el número de casos de padres que son víctimas de sus hijos, ¿Cuándo una situación es realmente un caso de violencia filioparental?

—Cuando nosotros empezamos a operar aquí en Asturias apenas había casos de violencia filio parental. Pensamos que esas actuaciones no se llegaban a denunciar porque si para una mujer víctima de violencia de género es difícil denunciar, para una madre es mucho más complicado por todo el estigma social que conlleva que una madre denuncie a su propio hijo. Pero cada vez tenemos más casos de padres, madres y abuelos que denuncian a sus hijos y nietos por esta situación. Suelen ser menores con la edad cercana a la mayoría de edad y no hay diferencia de género como sí podemos tener en otro tipo de programas. Tampoco hay diferencia social, hay menores agresores de clase baja, media y alta, en cuanto a nivel económico y cultural. Son menores cuyas pautas educativas en el ámbito familiar no han sido las más adecuadas, bien por dejadez, por incoherencia o por llevar a los extremos normas excesivamente permisivas o estrictas. La cuestión es que esas medidas no han funcionado y ha generado estas situaciones complicadas y dificil de intervenir. Cuando los padres deciden denunciar es porque hay ya una situación de descontrol a nivel normativo en el ámbito familiar. No llegan tarde pero tampoco pronto. Hay veces que los padres no denuncian pero al intervenir con ese menor por otras cuestiones que han sido derivadas a Trama nos damos cuenta de que esta violencia también se está dando.

«Una excesiva bronca por parte del menor cuando tan solo se le ha dicho no a comprarle el nuevo modelo Iphone no se puede permitir»

—¿En qué momento deben saltar las alarmas?

—Las alarmas deben saltar en el momentos en que un menor en el ámbito familiar viva una situación disruptiva especialmente grande y no comparable a la edad que tiene. Hay que ser consciente de que hay un época que es la adolescencia por la que todos hemos pasado, donde más o menos mostramos disconformidad con la norma y eso es algo normal que hay que saber llevar, trabajar y educar. En cambio, la violencia física es una cosa que no se puede permitir, es una línea roja que no hay que traspasar. No se puede permitir que un niño o una niña agreda a sus padres o abuelos, ni que haya vejaciones o insultos de manera más prolongada. Tampoco se pueden permitir situaciones que no son propias de edad o cuando no hay una proporcionalidad entre el hecho que sucede y la respuesta que da el menor. Una excesiva bronca por parte del menor cuando tan solo se le ha dicho no a comprarle el nuevo modelo Iphone no se puede permitir. Ahí es cuando hay que pedir ayuda.

—Las víctimas en un primer momento no suelen ser conscientes de la situación

—Está claro que esto no pasa de un día para otro. Al principio, obviamente, lo vemos como algo normal y puntual. Pero en el momento que se está repitiendo y se va prolongando en el tiempo, haciendo que los episodios sean cada vez más violentos y por causas cada vez menos lógicas, hay que pedir ayuda.

—¿Cuáles son los principales motivos por los que los padres se convierten en víctimas de sus hijos?

—Tiene que ver con el ámbito educativo. La ausencia de normas y límites es un factor desencadenante. Hay que poner siempre normas y límites coherentes a la edad y al momento, al igual que los castigos o los premios tienen que ir acordes a la edad y la causa. Si un niño suspende una asignatura no le puedes poner un castigo enorme pero si las aprueba todas no le puedes comprar un regalo enorme. A la hora de llegar un niño a casa o de ir a la cama no puede ser igual a los 12 que a los 16 años. Hay que buscar proporcionalidad. La permisividad en determinadas conductas también influye. Si tú nunca le dijiste que no a un niño, cuando cumpla16 años vas a tener el conflicto creado. El problema no es que le hayas dicho que no sino que no se lo lleves diciendo desde los ocho años. En ocasiones la violencia filio parental se da en edades más tempranas, mientras que en otro despunta en plena adolescencia. Influye mucho también la personalidad de cada uno y el grupo de iguales con el que se relaciona, pero por lo general es por falta de normativas en casa y de padres que no consensúan las normas. Al ser un progenitor más permisivo que el otro, el niño no sabe cómo reaccionar porque no sabe lo que está bien o está mal. Esa situación acaba degenerando en situaciones de violencia. Da una respuesta obviamente muy agresiva a situaciones que deberías saber controlar y contener de otra manera.

—¿Influye también si los padres se divorcian?

—Quizás en situaciones de familiares donde los padres ponen normas diferentes, esto se acentúa cuando se separan. Si un padre permite mucho una cosa pero castiga otra, por ejemplo le da mayor importancia a los estudios que al horario de llegada, y en el otro caso es justo lo contrario, al final el niño no sabe cuál es el limite bueno o malo, se aprovecha de los dos y genera el conflicto. Las separaciones no son una causa pero sí que acentúan la situación previa. Un menor que ha vivido en un hogar donde las normas han sido consensuadas y proporcionales, si los padres se separan eso no va a suponer ningún problema porque tiene bien claras esas normas.

«Si no vas a poder controlar el uso del móvil a tu hijo, edúcale para que sepa qué puede ver y con quién puede hablar»

—¿Qué papel juegan en este sentido las nuevas tecnologías y los videojuegos?

—Las nuevas tecnologías han llegado para quedarse, eso está claro. Han llegado para un montón de cosas buenas y como todo en la vida también tienen sus partes negativas. Hay que entender que los niños y los adolescentes las utilizan de una manera habitual, no saben interactuar ni socializar sin ellas. Entonces, no podemos pensar que como antes no las habían los niños no las pueden utilizar, al final es como todo, es una herramienta que hay controlar. En mi época, me restringían las horas de televisión por semana y me controlaban los contenidos que veía porque mis padres se sentaban conmigo a verla. Ahora se debe hacer lo mismo, en este caso como el acceso al móvil es libre y a los padres les cuesta más controlar que ven pues hay que educar al respecto. Si no vas a poder controlar el uso del móvil a tu hijo, edúcale para que sepa qué puede ver y con quién puede hablar. Es muy importante también controlar el número de horas que se pasa con el móvil porque es algo que no se puede prohibir.

—¿Cómo es el perfil del hijo o hija maltratadora?

—La idea de que el maltratador ha sido maltratado no tiene porqué. Tenemos menores que no han sufrido ningún tipo de maltrato ni lo han visto en casa. Son menores que en un momento dado empiezan a dar una respuesta que no es apropiada a la situación que genera el conflicto. Inicialmente puede ser una respuesta verbal agresiva que pasa a una agresión física. Son menores que no asumen un no por respuesta y que no saben controlar esa frustación al no conseguir lo que quiere o con la inmediatez que desearía, entonces reaccionan de esta manera desproporcionada que deriva en violencia filio parental.

—Son menores que no tienen en cuenta la autoridad y por tanto no respetan a los mayores

—Está claro que la autoridad ha cambiado o se ha desvirtuado o se ha perdido en algunos casos. Hay que ser también consciente de ello porque un adulto no tiene la razón porque sí. Esa autoridad que tenían las personas mayores en épocas anteriores se ha ido perdiendo por diferentes causas. Partiendo de ello, los padres deben ganarse el respeto de sus hijos y conseguir la autoridad, no imponerla. Hay profesores de instituto que algunos tienen autoridad y otros no porque se lo han sabido ganar. También es porque hemos educado a nuestros hijos de que la autoridad no es como era, antes si un profesor castigaba a un alumno, cuando llegaba a casa el padre podía castigarlo porque «por algo sería». Ahora cuando sucede el padre no está seguro de que ese castigo sea proporcional y, por tanto, justificas. Hay entonces que trabajar con la realidad que tenemos, no con la de la generación anterior. Mi generación trataba de usted a los profesores o mi padre trataba de usted a su padre y ahora eso ya no se hace. No quiere decir que por tratar de tú se pierda el respeto pero sí que es verdad que se gana por ejemplo en cercanía y confianza. Puedes tratar de usted y no tener ningún respeto, sino más bien miedo, entonces hay que ser conscientes de que la situación ha cambiado. Si tú no eres como eran tus padres, tus hijos no van a ser cómo eras tú. Es otra generación, con sus cosas buenas y malas.

—Si hablamos del perfil de la víctima, ¿cómo es?

—Son víctimas de violencia filio parental tanto padres como madres, sí que es verdad que la parte física la sufren más las mujeres porque los menores físicamente ven más débil a su madre o su abuela. Como a su padre físicamente no pueden pues llevan a cabo una violencia verbal que es muy dura también.

—¿Cuándo son realmente conscientes de que son víctimas de sus hijos?

—Se dan cuenta cuando se produce una agresión física, ven que ahí algo falla. Pero cuando realmente lo cuentan o lo comparten con alguien de su círculo cercano y les hacen ver que no es lo normal es cuando las agresiones también las empiezan a sufrir los hermanos pequeños. Ahí es cuando deciden dar el paso de denunciarlo o ponerlo en conocimiento de algún profesional.

—Entiendo que suelen justificar siempre que pueden el comportamiento y no ver así la realidad 

—La persona que sufre violencia, ya bien sea de género, filioparental o lo que sea, justifica lo injustificable. Asumir que tu pareja que es la persona que más quieres en el mundo te está agrediendo es duro y no te quiero contar si tienes que asumir que tu hijo, que quieres de manera incondicional, te está agrediendo. Asumir eso como algo que no es normal, que no es una respuesta puntual y que encima no es tu culpa, cuesta mucho. Está claro que como madre o padre no hicieron las cosas del todo bien, hay una causa, pero no es una justificación. Sí que se puede explicar pero es injustificable que un niño o una niña pegue a su padre o madre porque otros niños y niñas con las mismas causas no lo han hecho. Ellos no se pueden excusar en lo que hay, si su padre por ejemplo le pegaba eso no justifica para que pegue a su hermano. No pueden justificar sus acciones por lo que han vivido, jamás.

—La mayoría de las familias por vergüenza ni denuncia...

—Sí, el problema es ese que por vergüenza siguen sufriendo en silencio y no se atreven a dar el paso a denunciar o buscar un profesional para trabajar con el menor. Asumir que tu hijo o tu hija te pega es muy duro y eso es un paso muy grande, pero luego hay que poner encima de la mesa y reconocer que durante 14 años no le he puesto ningún limite a mi hijo, he permitido y le he dado todo lo que me ha pedido, antes de prestarle tiempo porque mi trabajo era más importante. Has priorizado tui trayectoria laboral con dedicarle tiempo a tu hijos. 

—Una vez que reconocen que son víctimas, ¿qué pasos deben de seguir para reconduri la situación?

—Lo primero de todo es saber porque hemos llegado hasta ahí. Los padres deben hacer una reflexión y ver qué no han hecho bien, tienen que entenderlo y comprenderlo. Luego hay que trabajar con el niño y la niña para ver y explicarle porque se ha llegado a esa situación. Indicarle que hay otras alternativas a los comportamientos, que no pueden normalizar determinadas situaciones que han vivido en el ámbito familiar. Es por tanto un trabajo a doble campo, por un lado con padres y abuelos y por otro con los menores. Luego hay que hacerlo de manera conjunta para llegar a acuerdos y consensos. Las dos partes tienen que ceder para alcanzar un espacio porque hasta ese momento las situaciones están muy dispares, las pretensiones de uno y de otro son tan diferentes que el conflicto es permanente. Entonces, de un día para otro no puedes reconducir una situación así, eso lleva un tiempo. No puedes pretender que si tu hijo ha llegado a las cuatro de la mañana a casa lo haga a partir de ahora a las diez. Hay que recortar momentos, espacios y días para poco a poco reconducir. Además al final hay detrás un daño emocional que hay que recomponer y hacerlo es muy difícil, por eso hay que hacer acercamientos paulatinos y que las dos personas vean que son buenos para ambas partes. Por tanto es un trabajo arduo, largo y complicado.

—Ante estos casos, ¿qué servicios ofrecéis al respecto?

—Tenemos programas terapéuticos en los que psicólogos trabajan con el menor y con la familia, tanto en el ámbito de la justicia juvenil como en el ámbito de la protección. De forma paralela trabajamos todo el tema de habilidades sociales y competencias con los menores porque en ocasiones hay baja autoestima, baja tolerancia a la frustración y falta de empatía que es consecuencia de la causa en la que estamos. También actuamos en tema formativo, laboral y prelaboral porque no deja de ser una herramienta para conseguir otras cosas. No es un objetivo incorporar al menor al mundo laboral pero sí que es un medio porque de esta manera vuelve, por ejemplo, a las rutinas y va poco a poco siendo consciente de la realidad. Si por ejemplo está acostumbrado a levantarse a las dos de la tarde, si conseguimos que a las siete acuda a un centro escolar, a un taller, ya se va a levantar por las mañanas. Eso son puntos que ayudan, pequeños avances y concesiones de una parte que son victorias para la otra y viceversa.

«No se puede castigar de la misma manera a un niño porque no quiere comer pescado porque no le gusta que si le pegó a un compañero»

—¿Hay posibilidad de que un menor que ha maltratado a sus progenitores se reinserte o puede que un futuro se comporte así con otras personas, como puede ser la pareja?

—No creo haya una relación entre menores que agredan a que sean futuros agresores en el ámbito de pareja porque la causa que lo genera es diferente. Eso no quiere decir que haya un pequeño porcentaje que lo haga pero no tiene por qué. Son niños y niñas con los que trabajamos esa situación y no veo una relación directa en cómo puede ser el día de mañana. Ese menor realmente está acostumbrado a reaccionar de una manera agresiva a situaciones o conflictos, pero no porque sea un agresor sino porque es su forma de responder. Pero, el momento que le enseñamos a cómo responder a esa situación pues va a responder de esa manera a su padre, a su pareja o a un compañero de trabajo.

«Tiene que haber muy pocos límites en el ámbito familiar pero tu hijo los tiene que tener muy claros»

—Es por tanto muy importante establecer desde bien pequeños límites

—Hay que buscar siempre una coherencia entre el límite y la norma, una coherencia entre lo que exiges al niño y la edad que tiene. Hay límites que son líneas rojas innegociables que no se permiten bajo ningún concepto ni se justifican como que un niño pegue a su hermano. Eso tiene que tener una consecuencia inmediata y el niño tiene que saber que ese hecho es punible y tiene siempre la misma respuesta. Pero no se puede castigar de la misma manera a un niño porque no quiere comer pescado porque no le gusta que si le pegó a un compañero. Eso sí, si es innegociable no puede ser hoy sí y mañana no. Hay otros normas que hay que negociar, sobre todo en la adolescencia, y habrá momentos en los que tenga que ceder un paso para ganar otros dos mañana, sino vas a conseguir lo contrario. El no por el no no funciona. Tiene que haber muy pocos límites pero tu hijo los tiene que tener muy claros. Debe haber tres o cuatro normas claras con una respuesta inmediata y clara. Luego hay que establecer normas, consensuadas entre ambas partes, y que sí son negociables como las horas de televisión o de móvil porque dependiendo de las notas que saque o de la época del año son unas u otras. También hay directrices que tienen que saber que están ahí que hay cumplirlas pero que llegado el momento se puede negociar.

—A su juicio, ¿cómo se podría disminutir este tipo de violencia?

—Se puede reducir con educación, marcando pautas educativas coherentes y dedicando a cada niño y cada niña lo que necesita y lo que necesita es una parte material pero también de afecto. Hay que dotar al menor de un espacio seguro en el ámbito familiar que solo se consigue con normas y con límites. A veces pensamos que una norma es un castigo cuando no es así. La muralla de la ciudad no es para que tú no salgas de la ciudad sino para que no te entren a atacar, sus muros permiten protegerte del invasor, no los ves como una cárcel. A partir de ahí hay que ir trabajando.

«A tu hijo tienes que marcarle siempre unas normas y unos límites, ponerle a cada edad también responsabilidades»

—¿Qué consejo le daría a aquellos padres que reconocen que son víctimas de sus hijos pero no se atreven a dar el paso?

—Que lo ponga en conocimiento de un profesional, bien de un orientador en el ámbito educativo o de los servicios sociales municipales, que lo cuente, explique lo que hay y lo que está viviendo, para que el experto valore si la situación es más o menos normal o qué nivel de intervención necesita. A veces marcando pautas claras el problema se soluciona. Cuando vemos que a nivel físico algo no va bien, vamos al médico, pues en el ámbito familiar y educativo lo mismo, si algo nos llama la atención es porque no está bien, entonces preguntemos. De esta manera, resolveremos un porcentaje muy alto de la situación porque es algo que si no paramos cuanto más lo dejemos luego resolverlo va a ser más complicado y más largo.

—Hay que controlar siempre el comportamiento del menor

—Sí, siempre. La educacion empieza en el momento que el niño nace. Hay que marcarle siempre sus normas y sus límites, ponerle a cada edad también responsabilidades. Si desde pequeño le acostumbras a darle responsabilidades, a unas normas, a unas conductas, proporcionales al momento, la edad y la cuantía pues lo asume como algo positivo para él, el problema es cuando quieres imponer una norma fuera de lugar, que no va a acorde a la edad, que no está consensuada dentro del ámbito familiar y ahí es donde surge el problema y el conflicto. Pero si las cosas se hacen de forma natural, teniendo en cuenta la manera de ser de cada uno, ellos lo asumen como algo nuevo. Eso sí, se tienen que sentir siempre seguros.

—¿Con qué otras situaciones lidiáis a diario en vuestra entidad?

—Trabajamos con situaciones muy distintas. En el ámbito de justicia juvenil nos centramos en aquellos menores que cometen pequeñas faltas como lesiones entre su grupo de iguales o delitos de más enjundia como los de carácter sexual o algún homicidio y tienen impuesta una medida judicial. El objetivo es que sean conscientes de que han cometido un delito y obviamente para evitar nuevas comisiones de delitos. Ahí trabajamos a nivel individual y a nivel comunitario cuando la intervención lo requiere. En estos casos, tenemos menores de todas las edades, de entre 14 y 18 años y de todo tipo de menores, no hay diferencia de clases sociales, nivel económico o cultura. Tenemos de todo y hay de todo. Sí que el perfil mayoritario es de chicos.

En el ámbito de la protección trabajamos con menores y familias en situación de dificultad, riesgo o desamparo social. Contamos con programas de apoyo y centros de día para que la situación no vaya a más. En estos casos, trabajamos con menores de entre 10 y 17 años. Luego tenemos otro grupo donde la situación es más compleja, porque hay una desprotección y se requiere de una intervención mucho más especializada y con mayor intensidad porque sino sería la retirada de la tutela por parte de la Administración. La intervención sería en el ámbito terapéutico y muchas veces con los programas sociofamiliares. El tercer grupo importante sería con los menores extranjeros no acompañados. Tenemos tres centros de alojamiento en Asturias, que tienen una capacidad de 55 menores, y en ellos alojamos a chicos mayores de 14 años que llegaron a Asturias sin un adulto de referencia y, por tanto, son tutelados por el Principado. La mayoría son de origen marroquí y el resto del áfrica subsahariana. Cuando llegan a la región tienen un proyecto migratorio más o menos claro y lo que hacemos es acompañarles en el proceso, trabajamos con ellos como un menor más. Ponemos su documentación en regla para poder regularizar su situación en España, trabajamos en su formación y los preparamos para el mundo laboral para que así puedan tener una vida independiente.