La Voz de Asturias

Superioridad moral

Opinión

Marcos Martino
El papa en el avión de regreso de su viaje de Irak

09 Nov 2021. Actualizado a las 05:00 h.

En respuesta a mi anterior artículo, cuando escribo sobre la espuria dicotomía entre capitalismo y comunismo con la que el ayusismo quiere asustarnos, hay quien condiciona la validez de mis argumentos a que yo sea autónomo y no funcionario. Es decir, solo es fiable mi denuncia de la lógica del abuso neoliberal si sé lo que es pagar el IAE, el IVA y nóminas de empleados. Un buen ejemplo de falacia ad hominem.

Tal vez esa crítica, aceptable puesto que se hace desde el respeto, se haga desde una ingenua identificación con las élites que teledirigen la política económica a su interés. Pero que las PYMEs puedan reproducir a escala microeconómica el abuso neoliberal que ellas también padecen aplicando, por ejemplo, la lógica de la rapiña, pagando lo mínimo (o menos) por un trabajo que no pocas veces excede a lo estipulado en el contrato, no les hace miembros del club Bilderberg. Las PYMEs también son prescindibles para este modelo económico extractivista.

Efectivamente, un tema harto recurrente en mis artículos es la crítica del neoliberalismo como resultado del análisis de la interacción entre factores como los estilos cognitivos, la conducta y el medio (las condiciones materiales) en la relación bienestar/malestar individual y colectivo. Por ejemplo, en la serie de artículos sobre egoísmo y cooperación titulada Horrible accidente y morir por no cooperar aporto argumentos desde diferentes perspectivas: histórica, antropológica, filosófica, psicológica, física, económica y, por supuesto, política.

Si definimos funcionalmente la política como el establecimiento de prioridades en la gestión pública de la convivencia y, como parte esencial, del acceso a los recursos, las decisiones tomadas desde un estilo cognitivo que prioriza el bien individual a corto-medio plazo (egoísmo) en un extremo, o que prioriza el bien común a medio-largo plazo (cooperación) en el otro, inciden de forma determinante en que los sistemas socio-económicos que habitamos tiendan a la concentración de riqueza sin atender a sus efectos sobre la población y el medio que la sustenta, o a una distribución equitativa y sostenible en el tiempo, respectivamente. Esta es la dicotomía política y no otra.

Son las diferentes políticas públicas, fiscales, laborales, medioambientales, las que nos llevan en una dirección u otra. Y desde los años 80 pasados, la obsesión por acaparar que está amenazando la convivencia global es la que ha impuesto su doctrina irracional. Y aquí estamos, llegando al borde del abismo (clima, energía, pobreza) y avanzando impulsados por la avaricia negligente y el negacionismo. No es extraño que los fundamentalistas del neoliberalismo recelen, cuando no rechazan abiertamente, de los Derechos Humanos, los Objetivos del Milenio o de Desarrollo Sostenible de la ONU, el cambio climático, entre otras confabulaciones “progres”. Muchos de ellos son, además, muy religiosos, pero muy poco coherentes con su fe.

Por eso voy a aportar también argumentos del ámbito religioso. Por contrastar que no quede. Recientemente el papa Francisco hizo las siguientes declaraciones a través de las redes sociales para que se enterara todo el mundo:

«La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad.»

«Es imprescindible ajustar nuestros modelos socio-económicos para que tengan rostro humano, porque tantos modelos lo han perdido. Pensando en estas situaciones, quiero pedirles en nombre de Dios:

A los grandes laboratorios, pido que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que todo ser humano tenga acceso a las vacunas.

A los grupos financieros y organismos internacionales de crédito, pido que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos.»

Sigo con un resumen: a la industria que deje de contaminar e intoxicar a la gente, que no se especule con los alimentos, que cese la fabricación y tráfico de armas, que se deje de explotar y manipular a la gente mediante las nuevas tecnologías, que los medios dejen de mentir, que los países poderosos dejen de amenazar, agredir y sancionar a los débiles. Y volviendo a la literalidad de su declaración: «A los gobiernos y a todos los políticos, pido que trabajen por el bien común. Cuídense de escuchar solamente a las elites económicas y sean servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena en armonía con toda la humanidad y con la creación.»

Un rosario de peticiones que, aun en nombre de Dios, parecen sacadas de un programa electoral del ingente espacio que hay a la izquierda del PSOE. Un discurso honestamente cristiano que deja estupefacta a Ayuso. Tanto que alguno de sus consejeros tiene que justificar su actitud cuestionando la infalibilidad del siervo de los siervos de Dios. Como cuando éste se creyó la leyenda negra y pidió perdón por los abusos cometidos durante la colonización y evangelización de América. Por tanto, a la avaricia le podemos sumar otro pecado capital, y del capital: la soberbia. Soberbia suma.

Si las palabras del sumo pontífice causan perplejidad en la parroquia gazmoña por su estilo cognitivo cooperativo, en una nueva falacia ad hominem, recurramos a la bien asentada Doctrina Social de la Iglesia cuando dice:

«La dignidad de la persona humana implica la búsqueda del bien común. El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo. Cada cual debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que mejoren las condiciones de la vida humana.»

«Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.»

Así que, a ver: la superioridad moral dónde está, que yo la vea.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.


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