¿Por qué Rusia compra drones a Irán?

E. V. Pita VIGO / LA VOZ

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Drones Shahed-136 iraníes.
Drones Shahed-136 iraníes. ContactoSobhan Far | EUROPAPRESS

. Los soviéticos destinaron su producción local de chips para dirigir sus armas nucleares

04 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La guerra de Rusia contra Ucrania ha puesto de manifiesto la importancia que tiene para un país su posición en la cadena de suministros de semiconductores, también conocidos como chips, porque esta tecnología da forma a su capacidad para ejercer el poder militar y económico. Así lo cree Chris Miller, autor del libro Chip War, donde relata la lucha por hacerse con la tecnología más crítica del mundo. Los chips son necesarios para dotar de precisión a los drones y misiles hipersónicos. En el caso de Rusia, la falta de chips avanzados de producción propia le obliga a importar drones de otros países y comprar microprocesadores en el extranjero para que funcionen sus propias armas teledirigidas. La falta de chips es una importante razón por la que esta potencia nuclear tiene que comprar drones a Irán, entre otros países, o usar misiles clónicos, cuyos componentes electrónicos están repletos de obleas de silicio adquiridas en el exterior.

Miller relata que el problema de los chips se remonta a la Guerra Fría. En los años 50, la extinta URSS comprendió la importancia de los transistores recién inventados en California e intentó competir con la naciente industria de Silicon Valley. El ministro soviético Shokin fundó la ciudad tecnológica de Zelenogrado para fabricar sus propios microprocesadores pero, a diferencia de los californianos o los japoneses, no lo enfocaron al uso comercial, sino que estos laboratorios se dedicaron a abastecer exclusivamente al Ejército rojo y a la industria espacial. También ficharon a dos científicos americanos para crear una industria de computadores pero sin éxito. Los soviéticos destinaron su producción local de chips para dirigir sus armas nucleares, pero como estos modelos no requerían grandes innovaciones y además debían superar la burocracia, pronto se quedaron desfasados en la carrera tecnológica mientras sus rivales inventaban el Walkman, el ordenador personal o el GPS pero también sofisticados cazas de combate y munición de precisión.

Componentes extranjeros

Tras la caída de la URSS en 1991, los sucesores del Politburó desistieron de fabricar sus propios microprocesadores y los compraron en el mercado mundial, encargando una importante producción a gigantes como TSMC, en Taiwán, el líder mundial. Los clientes rusos seguían siendo la defensa y el espacio, para quienes era una prioridad adquirir los chips que los proyectos militares necesitaban. Pero sobre el plan ruso para lanzar satélites GPS pesaba una espada de Damocles; en cualquier momento, el proyecto podía paralizarse por los insufribles retrasos en el suministro de semiconductores procedentes del extranjero.

Para Miller, esas dificultades de Rusia para tener una industria doméstica que fabricase sus propios chips y también de adquirirlos explican por qué los drones que lanza ahora sobre Ucrania rebosan de componentes microelectrónicos extranjeros. Para el autor, también explica por qué las fuerzas armadas de Rusia continúan dependiendo en gran medida de municiones guiadas sin precisión, como ocurrió en Siria, donde el 95 % del material que lanzaron no era guiado, según su información. Este autor sostiene que el hecho de que Rusia se enfrentase a la escasez de misiles de crucero guiados a las pocas semanas de atacar Ucrania se debe en parte al «lamentable» estado de su industria de semiconductores.

Por contra, Ucrania ha recibido enormes reservas de municiones guiadas, que supuestamente le proporciona Occidente, como los misiles antitanque Javelin, que se basan en más de 200 semiconductores cada uno cuando se dirigen a un objetivo enemigo.

La conclusión de Miller en Chip War es que la dependencia de Rusia de la tecnología de semiconductores extranjera ha dado a Estados Unidos y a sus aliados un poderoso punto de apoyo de la palanca. Tras la invasión rusa, Estados Unidos implementó amplias restricciones para la venta de ciertos tipos de chips que necesita la tecnología de Rusia, su sector de defensa y su industria de telecomunicaciones. El boicot americano fue coordinado con socios de Europa, Japón, Corea del Sur y Taiwan, explica el autor. Provedores como Intel o TSMC tuvieron que cortar lazos con el Kremlim, asegura Miller. Fruto de ello, el sector manufacturero de Rusia sufrió perturbaciones y una sustancial autoproducción quedó desconectada.

El autor revela datos de un informe de inteligencia de EE.UU. que asegura que un sector tan sensible como la defensa rusa tuvo que idear trucos como instalar chips destinados a lavavajillas en sus sistemas de misiles cuando se quedó desabastecido. A día de hoy, dice el autor, la capacidad de fabricar chips de Rusia es más floja que durante la era gloriosa de la carrera espacial.

Al igual que Europa, el Kremlin se ha dado cuenta de que montar una fábrica propia de chips requiere avanzadas herramientas y maquinaria que solo disponen un puñado de países como Holanda, Taiwán o EE.UU. Miller avisa de que la precaria situación de Rusia no puede compararse con la de China, que está invirtiendo miles de millones de dólares en crear su propia industria de microprocesadores y aspira a tener el tamaño del líder mundial TSMC, en la vecina Taiwán, que produce chips en masa para los iPhone de Apple.