La capitana fiscal Irma von Nunes fue implacable con Indalecio González, un minero que ejerció como  jefe «kapo» en Gusen-Mauthausen, acusado de matar a presos ahogándolos en letrinas

En las zonas grises de la guerra, donde no existen solo el blanco o el negro, se desarrolló el caso del asturiano Indalecio González, un preso del campo de concentración de Gusen-Mauthausen en el que llegó a ser uno de los kapos principales. Ese era un cargo que los nazis otorgaban a internos de confianza para que, siempre ejerciendo violencia sobre otros presos, les obligaran a realizar tareas de todo tipo.

Pero, a diferencia de otros muchos criminales de guerra, González no se libró de su destino invocando la obediencia debida. Una joven e implacable capitana fiscal del ejército de EEUU, Irma von Nunes, lo llevó a la horca tras los juicios de Dachau.

A la izquierda, la capitana fiscal de EEUU Irma von Nunes, hacia el año 1947. A la derecha, el «kapo» asturiano de Gusen-Mauthausen Indalecio González, poco antes de ser ahorcado por crímenes de guerra
A la izquierda, la capitana fiscal de EEUU Irma von Nunes, hacia el año 1947. A la derecha, el «kapo» asturiano de Gusen-Mauthausen Indalecio González, poco antes de ser ahorcado por crímenes de guerra

En este proceso, González y otros cinco españoles fueron protagonistas de un hecho insólito: ser juzgados en un tribunal norteamericano de crímenes de guerra pese a pertenecer a un país (en teoría) no beligerante. La cuestión suscitó no poca polémica, tanto por la jurisdicción del tribunal como por la forma en que se llevó a cabo el juicio, en el que varios autores ven irregularidades.

De hecho, hay voces que critican la presuntamente deficiente defensa que sufrieron los reos y que ponen en duda la limpieza del juicio, que acabó con la única condena a muerte de Indalecio González (como Joseph Halow, autor de Inocente en Dachau, 1992, que cuestiona el proceso contra los españoles; o la propia traductora del tribunal, Eve Hawkins). Otros tres españoles fueron condenados a penas de cárcel y uno más fue absuelto.

Pero no cuadra con la personalidad de Nunes el haber dejado cabos sueltos o permitir abusos tan gratuitamente. Hija de uno de los abogados más famosos de Atlanta, Tillou Von Nunes, ella siguió pronto los pasos de su padre y realizó la proeza de prepararse por su cuenta y aprobar el ingreso en el colegio de abogados a la temprana edad de 19 años, sin pasar por la facultad.

Tras una carrera brillante, se convirtió en la primera mujer fiscal en participar en los tribunales militares con el grado de capitana en el ejército de EEUU. Nada fácil. Era pequeña, de pelo corto y aspecto frágil, aunque dura. Decía con sorna en una entrevista que «el matrimonio, como la cárcel, es algo bueno, pero yo prefiero ver en ambos a otras personas». Fue, además, la primera mujer en participar en los juicios de Dachau contra criminales de guerra al terminar el conflicto, simultáneos a los de Núremberg.

Hechos, solo hechos

Dudas procedimentales aparte, el punto de partida es incontrovertible, según todos los testimonios, incluido el del mismo Indalecio González: en la cantera de Kastenhofen, la más grande de Gusen, un campo auxiliar de Mauthausen, él llegó a ganarse el dudoso honor de ser nombrado oberkapo y estar a cargo a su vez de 14 a 16 kapos, 40 ó 50 ayudantes y 1.600 prisioneros que trabajaban forzados como esclavos en las peores condiciones imaginables. Allí se ganó los apodos de Asturias y Napoleón.

Asturias por su procedencia, claro está, y dice Gerardo Vizueta (Españoles en el Holocausto) que «siempre que el lagerkommandant salía del campo, anunciaba: ¡Napoleón es el comandante! El comandante sabía de quién fiarse» en su ausencia, es decir, de González. Y, si era de confianza del sanguinario criminal Franz Ziereis, resulta poco creíble que se comportara con benevolencia hacia los prisioneros.

Negro sobre blanco

Según la sentencia del juicio (caso nº 000-50-5-25 de 14 de enero de 1948, United States versus Lauriano Navas, et al. Es el nombre del primero de los cinco españoles juzgados, entre los que estaba González) que custodia la agencia National Archives, el registro histórico más importante de EEUU, González fue acusado por la fiscal Von Nunes de «violación de las leyes y usos de guerra», lo que ahora se conoce como crímenes de guerra. El proceso se había celebrado seis meses antes.

Fábrica secreta en un túnel construido por los presos del campo de concentración de Gusen, anexo a Mauthausen. El kapo asturiano Indalecio González aportó su experiencia como minero para realizar estas obras
Fábrica secreta en un túnel construido por los presos del campo de concentración de Gusen, anexo a Mauthausen. El kapo asturiano Indalecio González aportó su experiencia como minero para realizar estas obras U.S. AIR FORCE HISTORICAL RESEARCH AGENCY

González era un minero al parecer nacido en La Franca (este dato no figura en el documento), que se exilió de España al terminar la Guerra Civil, en 1939, y fue internado en Francia. Deportado a Mauthausen, según él mismo testificó, en enero de 1941, al poco tiempo es destinado a la cantera de Kastenhofen ya que su oficio lo hacía válido para ese trabajo.

El Instituto de la Memoria Nacional de Polonia explica que en Kastenhofen se perforaban túneles para la construcción de una fábrica de armamento subterránea en roca sólida, cuyo nombre en código era Kellerbau, al tiempo que se extraía granito. Allí había «tres comandos de prisioneros, inicialmente para tres turnos, túneles de varios cientos de metros de largo (…). Stanislaw Dobosiewicz recuerda que “el tamaño de las obras, que los prisioneros hicieron en menos de un año, se evidenciaba por el área y la capacidad de las labores subterráneas. (...) La masa de piedra, principalmente de granito, que hubo que sacar de la deriva, pesaba unas 50.000 toneladas. Se cargaba a mano, se transportaba en pequeños carros empujados por presos". Todos estos trabajos subterráneos en la cantera de Kastenhofen fueron realizados en 1944 por presos de Gusen.» Los hombres esclavos del kapo Asturias. Miles de ellos murieron realizando estas durísimas tareas, según ese instituto, con escasísimo alimento, sin abrigo y sufriendo malos tratos constantes.

A la izquierda, la «escalera de la muerte» de Mauthausen que los presos debían subir cargados con sacos de piedra. A la derecha, el comandante de ese campo de concentración, Franz Ziereis
A la izquierda, la «escalera de la muerte» de Mauthausen que los presos debían subir cargados con sacos de piedra. A la derecha, el comandante de ese campo de concentración, Franz Ziereis BUNDESARCHIV

Una escalera de 186 peldaños, la «escalera de la muerte» conectaba la cantera con los barracones. Los presos eran obligados, azuzados por los kapos, a subirla diez o doce veces por día, cargados con grandes piedras a la espalda, mientras estos les empujaban, zancadilleaban y golpeaban con bastones. De estos hechos hay cientos de testimonios. ¿Podría un jefe kapo permanecer al margen de semejante atrocidad?

Justicia en sus fuentes

Hay numerosas publicaciones que cuentan la historia de Indalecio González pero, salvo un par de testimonios directos, la gran mayoría se remite a este sumario sin haberlo visto, a juzgar por las inexactitudes. Es un escueto pliego de once folios que resume el juicio celebrado en Dachau (otro campo de exterminio que se tomó como emblema de la justicia) ante una corte militar norteamericana entre los días 14 y 21 de julio de 1947.

Dos páginas del sumario del juicio contra el asturiano Indalecio González y otros cuatro españoles (1947) por crímenes cometidos en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen
Dos páginas del sumario del juicio contra el asturiano Indalecio González y otros cuatro españoles (1947) por crímenes cometidos en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen U.S. NATIONAL ARCHIVES

Por ejemplo, el documento recoge que el minero declara tener 37 años en esa fecha, es decir, habría nacido en 1910 ó 1911, cuando algunas informaciones que se replican unas a otras repiten que había nacido en 1902. En la última foto que se le tomó antes de ser ahorcado no aparenta los 47 años que le suelen atribuir erróneamente. Tampoco pudo viajar en el famoso convoy de los 927, que fue enviado a Mauthausen en el verano de 1940, puesto que él llega al menos seis meses más tarde.

Las pruebas para la acusación están enumeradas de forma escueta y sin adjetivos, lo que las hace si cabe más alarmantes. Dicen que «un testigo declaró que el acusado era un jefe kapo de Gusen, que golpeó a prisioneros con los puños, un palo y una manguera de goma, y que en enero o febrero de 1945 apaleó a un prisionero francés hasta la muerte». No revelan el nombre de este testigo. Otros confirman que González odiaba especialmente a los franceses, tal vez por el maltrato que, en general, estos dispensaron a los republicanos huidos de España.

Ahogados en una letrina

Y continúan enumerando las atrocidades por las que se sentaba en el banquillo: «Otro testigo dijo que vio al acusado golpear en Gusen a un preso polaco hasta la muerte, que vio el cuerpo de la víctima cuando lo trasladaban al crematorio; que, en septiembre de 1944, siete presos fueron asesinados al ser empujados a un pozo de letrinas lleno de excrementos humanos, que vio al acusado empujar a dos de ellos a la letrina, y que vio sacar los cuerpos de la letrina a la mañana del día siguiente». En otro error recurrente de publicaciones posteriores se le acusa de siete asesinatos, pero en este punto la fiscal le atribuye dos.

Construcción de los barracones del campo de concentración y exterminio de Mauthausen, hacia 1940. Muchos españoles fueron deportados a este campo desde Francia
Construcción de los barracones del campo de concentración y exterminio de Mauthausen, hacia 1940. Muchos españoles fueron deportados a este campo desde Francia BUNDESARCHIV

Von Nunes recogió la declaración de un tercer testigo que «dijo haber visto al acusado golpear a presos con sus manos, un palo, una porra y una manguera de goma, que en septiembre u octubre de 1944 presenció en Gusen cómo el acusado golpeó y propinó patadas a un preso llamado Zyrlich hasta la muerte, que él ayudó a llevar el cuerpo de la víctima de regreso al campo y que, alrededor de la misma fecha, el acusado mató a golpes a un preso polaco con un palo de madera».  

Por último, cita sin dar nombres, «otro testigo declaró que en septiembre u octubre de 1944, en Gusen, vio al acusado matar a golpes a un judío polaco con una pala y que él ayudó a llevar el cuerpo de la víctima al túnel».

Estos fueron los cargos. González negó casi todo, dijo que nunca golpeó ni mató a nadie, aunque admitió haber «dado bofetadas a algunos por robar». Si bien hay quien cuestiona los testimonios de cargo, también hay que decir que los de la defensa no eran en absoluto fiables, pues quienes lo exoneraban o decían no haber visto cómo infligía malos tratos a otros presos eran, a su vez, otros convictos.

Por ejemplo, un tal Schulz, un acusado por delitos en Mauthausen (…) afirmó que «nunca había oído que el acusado matara a nadie a golpes o los empujara a un pozo de letrina». Otro presunto criminal declaró que «nunca oyó que el acusado matara a nadie a golpes, pero admitió haber oído que el acusado golpeaba a los presos. Más testimonios de convictos por crímenes de guerra lo exculparon de formas un tanto cínicas: Uno de ellos, un tal Kansmayer, llegó a afirmar que el acusado fue «forzado en ocasiones a golpear (a otros), aunque lo hizo de forma soportable».

Testimonios presenciales

Aparte del juicio y años más tarde se producen al menos dos testimonios clave, en momentos y lugares separados, sobre la culpabilidad de Indalecio González. Uno es el de aragonés Domingo Félez, precisamente otro de los encausados, un barbero que fue condenado a dos años y luego absuelto. Este declaró que Indalecio no le gustaba porque «se las daba de hombre» duro, lo que en el contexto tiene un significado inequívoco, aunque entre líneas, ya que continúa: «Me imagino que por el trabajo que hacía, por el puesto que tenía; no creas, la cosa era dura, no le quedaba más remedio que cortar oreja y rabo, porque si no... hay que aplicar aquello de que nadie podía negarse a nada». Una afirmación tan frecuente como falsa y autoexculpatoria, pero al mismo tiempo reveladora.

El segundo y tal vez más importante testimonio es del también asturiano Sandalio Puerto Martínez: «Me propuse como voluntario a Gusen II, pues era un recién llegado y conservaba aún ciertas reservas físicas intactas, lo que me permitiría resistir mejor, si había alguna represalia de aquellos brutos. Desde allí organicé la ayuda a otros compañeros de varias nacionalidades y en particular hacia unos niños judíos húngaros de 10 a 12 años, a los que se obligaba a trabajar como hombres adultos. Con perseverancia, logramos impedir que el kapo Asturias (hombre de mano de los SS, de nombre real Indalecio González González) prosiguiera su nefasta labor de maltratar a sus compañeros de cautiverio». Declaraciones recogidas por Begoña Álvarez Cienfuegos en el blog Deportados Asturias

Aquí caben aún menos dudas de la actitud de un kapo como González, que logró sobrevivir con privilegios en el infierno durante nada menos que cuatro años. Por su parte, Puerto, fallecido en 2005, no es en absoluto sospechoso de mentir sobre González, tanto tiempo después de muerto este y sin necesidad. Resulta por ello muy creíble que El Asturias fuera uno de los «brutos» que maltrataban a otros presos, como recogió Von Nunes.

¿Clemencia?

El sumario del juicio registra varias peticiones de revisión o alegaciones, tanto del abogado militar, teniente coronel Douglas T. Bates Jr., como de clemencia por parte de «Irujo, París; de la Liga Española por los Derechos del Hombre; del ministro de Defensa e Interior de la República, Julio Just; de la esposa del acusado, Paquita González, y del propio acusado».

Un supuesto testigo, el preso Luis Estañ, dijo supuestamente muchos años después que González le habría salvado la vida al protegerlo de un guardia SS. Tampoco parece que le sirviera de nada mentir en este episodio, pero no prestó declaración en el juicio, ni fue mencionado hasta hace relativamente poco.

Hay un hecho que ha venido pasando inadvertido a los autores que citan el caso, y que resulta también cuando menos llamativo: el propio González pidió clemencia para otro criminal, el sargento de las waffen SS Wilhelm Grill, colega suyo en el campo por el lado de los verdugos. ¿Por qué habría de defender Indalecio González a Grill? ¿Qué le debía, o qué temía? Ese individuo fue también condenado a muerte, aunque más tarde se revisó su caso y se le conmutó la pena por reclusión por falta de pruebas.

Justicia universal

En contra de lo que algunos autores escriben, la propia fiscal también recoge, argumenta y resuelve la cuestión jurisdiccional: «Todos los acusados son ciudadanos españoles. España era un país neutral. Aunque no se cuestiona desde la defensa la jurisdicción de la corte, los problemas jurisdiccionales merecen discusión», comienza la última parte titulada Cuestiones de Ley que escribe la capitana.

Hay que puntualizar que, en Dachau, la única potencia que juzgaba era EEUU, a diferencia de Núremberg, donde estaban implicados todos los aliados. Pero asegura Von Nunes que «criminales de guerra, piratas y bandoleros son enemigos comunes de toda la humanidad y, en este sentido, todas las naciones tienen igual interés en su captura y castigo». Cita precedentes y concluye que todo es conforme a la ley. Rubrica los papeles su firma y la del teniente coronel C. E. Straight, juez adjunto de crímenes de guerra en Dachau.

Ambos consideraron que «las evidencias eran suficientes y que la pena no era excesiva», por lo que González nunca volvería a pisar Asturias. Fue condenado a muerte por sus crímenes probados y ejecutado en la horca en Dachau (Alemania) el 2 de febrero de 1949.