Camino al infierno, pero da igual

OPINIÓN

Mario Vaquerizo en el programa TardeAR
Mario Vaquerizo en el programa TardeAR TardeAR

10 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

No vemos las cosas de la misma manera. Entre las diferentes especies animales hay diferencias importantes en la fisiología de la visión. Resumiendo: en función de cuántos tipos de células fotorreceptoras, sensibles a diferentes longitudes de onda de la luz, llamadas conos, se tengan, se verán unos colores u otros. Por ejemplo, mapaches, pulpos, hámsteres y salamandras tienen solo un tipo de conos y, por tanto, visión monocromática; algo parecido al blanco y negro. La mayoría de mamíferos tienen dos tipos de conos, es decir, visión dicromática; un espectro entre dos colores. Los primates tenemos visión tricromática y abarcamos eso que denominamos el «espectro visible» —visible por estas especies, claro—, que está entre los 400 y los 700 nanómetros de longitud de onda, es decir, entre el violeta y el rojo. Porque aves, reptiles y peces tienen cuatro o más tipos de conos y visión tetracromática; pueden ver colores que los humanos no podemos, como el ultravioleta. Y nos creíamos la cima de la Creación. Os recuerdo que es muy probable que hormigas y cucarachas nos sobrevivan en este planeta.

El caso es que si, por ejemplo, las vacas pudieran «hablar» con los caballos, podrían coincidir en que el cielo es azul, pero podrían no ponerse de acuerdo en qué color tiene la hierba que comen. Ambas especies tienen visión dicromática, solo coinciden en el azul: los vacas distinguen también el verde y los caballos, el amarillo.

Sirva este ejercicio de divulgación científica como analogía de la hipótesis de los estilos cognitivos de la especie humana, con el que intento explicar algunas diferencias en el procesamiento de la información para la acción. Resumiendo: si establecemos dos ejes relacionados con el tiempo (de corto a largo plazo) por un lado, y el alcance social de nuestras acciones (desde uno mismo, hasta todos los seres vivos) por otro, podemos obtener desde especímenes que solo actúan en función de sus intereses a corto plazo (egoístas), hasta aquellos que piensan en el planeta a largo plazo (cooperadores). Como pasa con la ficticia discusión sobre el color de la hierba entre vacas y caballos, dos ejemplares humanos que se encuentren en extremos opuestos de esta distribución, no pueden ponerse de acuerdo en cómo nuestras acciones cotidianas, y nuestras decisiones políticas y económicas, pueden afectar a la calidad de vida y a la supervivencia de la especie, a medio y largo plazo respectivamente.

Da igual que exista un amplio consenso entre los científicos sobre el factor antropogénico de las anomalías climáticas que estamos viviendo. Tal vez tengan más valor las opiniones negacionistas de «fobósofos» como M. Vaquerizo, parte esperpéntica de un plantel de «sabios» de un programa de gran audiencia, que está a favor de la contaminación porque, dice, si no puede ir en bicicleta, dron o en tirolina desde Vicálvaro a la Gran Vía de Madrid, tendrá que ir, forzosamente, en coche; porque debe tener una restricción de clase que le impide utilizar la línea 9 de Metro. Recordaremos estos lamentables espectáculos como señales de la decadencia humana.

Da igual que las previsiones científicas no solo se estén cumpliendo, sino que se están acelerando peligrosamente en un proceso de retroalimentación de consecuencias fatales. Tal vez todos esos científicos de todo el mundo formen parte de una gigantesca conspiración de activismo climático que el frustrado candidato a Presidente del Gobierno de España, alérgico al conocimiento, no está dispuesto a aceptar.

Da igual que vecinos mediterráneos como Grecia o Libia estén sufriendo catástrofes climáticas sin precedentes. Tal vez estén demasiado lejos como para comprender que puede suceder aquí en cualquier momento.

Da igual que ya esté afectando, también en nuestro propio país, al abastecimiento de agua y a la producción de alimentos. Tal vez los restaurantes caros y los campos de golf sean los últimos en sufrir restricciones, y hasta que no haya protestas masivas por estos motivos, no se tomen medidas. En primer lugar contra quienes se manifiesten, ley mordaza mediante; sólo faltaba.

Da igual que el Papa diga que, además de evitar entre todos que la temperatura global siga subiendo, «el esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va creando una nueva cultura. Este solo hecho de modificar los hábitos personales, familiares y comunitarios alimenta la preocupación frente a las responsabilidades incumplidas de los sectores políticos y la indignación frente al desinterés de los poderosos. Advirtamos entonces que, aun cuando esto no produce de inmediato un efecto muy notable desde el punto de vista cuantitativo, sí colabora para gestar grandes procesos de transformación que operan desde las profundidades de la sociedad». Y «Me veo obligado a hacer estas precisiones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentro incluso dentro de la Iglesia católica.» Aunque, tal vez, muchos de los creyentes católicos de nuestro país lo sean solo como parte de un rol ideológico heredado; tan incoherente que hasta vilipendian a su máximo líder espiritual y niegan su infalibilidad pontificia. Como para decirles que la codicia, la mentira, la soberbia y la ira, son pecados.

Porque aceptar que esta situación que estamos padeciendo es el resultado de la depredación humana del planeta, basada en un modelo económico cuya principal característica es el lucro indiscriminado, es decir, que no atiende a sus efectos sobre la población y el medio ambiente que la sustenta, supone enfrentarse a la necesidad de unos cambios en los modos de vida que quienes solo atienden a sus intereses particulares a corto plazo no están dispuestos a aceptar por las buenas.

Esa incapacidad para percibir determinados colores nos impide ver, como sociedad, el color que anuncia el ocaso de la civilización humana. Vamos camino al infierno en la tierra, pero parece que da igual.