El referendo del hatajo de cobardes

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Quique García | efe

13 jul 2017 . Actualizado a las 08:47 h.

Como era de esperar, a medida que se acerca el momento de la verdad toda esa tragedia y esa épica de cartón piedra sobre las que el independentismo catalán ha construido su procés ha degenerado en comedia de enredo y hasta en ópera bufa. A levantar los cuatro deditos con gesto solemne, a amenazar desde el escaño al Estado que les paga la nómina, a instar a ciudadanos y funcionarios a pisotear la Constitución, y a sacar de la vitrina el boli Inoxcrom para firmar decretos ilegales con cara de estar rubricando la liberación de París se apuntaban todos. Tortas había para salir en las fotos. Todos a una. Pero ha bastado, ¡ay!, que el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, el vicepresidente, Oriol Junqueras, y el resto de consejeros vean seriamente amenazada su cuenta corriente si llevan su farsa hasta el final, para que comience el sálvese quien pueda y el pío, pío que yo no he sido.

Si no fuera por el enorme daño que han provocado a los catalanes y a la sociedad española en su conjunto, sería de carcajada asistir, como estamos asistiendo a dos meses y medio de ese fantasmagórico referendo, a ese juego que no se sabe si es el de las sillas o el de ponerle el cascabel al gato, para decidir quién se come el marrón de apechugar con las consecuencias jurídicas y económicas de convocar y organizar una consulta que todos ellos saben ilegal e irrealizable. Puigdemont ha tardado tiempo, pero por fin parece haber comprendido que ese señor que se sitúa siempre un paso por detrás de él en las fotos, y que declama siempre las mayores barbaridades con gesto de no haber roto un plato, está en realidad haciéndole la cama sin comprometerse con nada, a la espera de barrerle en las próximas elecciones autonómicas. Algo que ha llevado incluso a que Francesc Homs, que hasta hace poco representaba en Madrid el dandismo independentista, advierta de que está «hasta los huevos» de que su partido, el PDeCAT, se lleve todas las tortas y le limpien la cartera, mientras ERC se va de rositas y pone a salvo su zurrón.

Así que, como buen hombre de negocios, Puigdemont va y nos dice ahora que le cede a Junqueras el gran honor de coordinar en exclusiva el referendo, que es algo así como pasarle a alguien la pistola humeante después haber apretado el gatillo. Pero va a ser que no, porque el profesor Junqueras, que será osado, pero no tonto, le responde que nones. Que muchas gracias, pero que él no tiene vocación de «Sant Procés» -literalmente-. Que o ponen todos la cara y la cartera, o que él se da el pase negro. Que hay que «colectivizar la responsabilidad». Es decir, pagar a escote la factura cuando toque. Y claro, cuado les proponen soltar la mosca a oscuros consejeros que ni siquiera salen en las fotos, estos dicen que no. Que es que sale caro. Y que una cosa es ser un buen catalán, y otra pagar de su bolsillo el fiestón independentista.

Construir una nación sobre un sinfín de mentiras y pisoteando la ley es algo ciertamente muy complicado. Pero hacerlo bajo el liderazgo de un hatajo de cobardes es sencillamente imposible.