Sedición, ¿cómo se fraguó esta locura?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Marta Pérez | EFE

10 sep 2017 . Actualizado a las 08:32 h.

Permítanme que para responder a la pregunta que abre esta columna comience contando una historia personal. Corría junio de 1997 y un grupo de expertos en financiación partidista nos reuníamos en Barcelona para debatir sobre el asunto invitados por la Fundación Jaume Bofill. Tras una sesión de trabajo compartí almuerzo con el entonces responsable de financiación de CiU, quien, en medio de una charla animada y cordial, manifestó que la independencia era el objetivo último de los nacionalistas. Yo le pregunté: «¿Cómo de último? ¿Lo verán tus ojos?» y su respuesta fue inmediata: «¿Lo dudas? Por supuesto». La anécdota cobra todo su valor cuando España afronta, tras la abierta sedición del Gobierno y la mayoría del Parlamento catalán, una crisis constitucional sin precedentes desde 1977 y, sin parangón, después del final de la Segunda Guerra Mundial, en ninguna democracia occidental. 

Y ello porque, vista en perspectiva, aquella respuesta de hace 20 años de un alto cargo del partido que gobernó Cataluña entre 1980 y 2003 y a partir de 2010 («¿Lo dudas? Por supuesto») permite entender la envergadura de la descomunal provocación a la que nos enfrentamos. Ciertamente.

Muy lejos del cuento chino de los nacionalistas, el PSC y una amplia parte del PSOE -que la sedición es el resultado del desencuentro entre España y Cataluña nacido de la sentencia del TCE sobre el Estatuto (sentencia que anuló parcialmente solo ¡14 artículos de un texto de 223!)- la verdad es totalmente diferente. El golpe de Estado del PDeCAT, ERC y la CUP, inexplicable sin la dinámica infernal de competencia electoral entre los tres, metidos en una puja enloquecida por ver quién es más radical, ha sido posible tras casi cuatro décadas de una movilización política, social, educativa y cultural nacionalista que creó el caldo de cultivo para que los golpistas aparezcan hoy ante cientos de miles de catalanes como unos patriotas y no como lo que son en realidad: unos chiflados. La crisis actual solo ha sido posible tras esa contumaz manipulación para la desnacionalización y el odio a España: el borrado de la simbología constitucional, del himno a la bandera; la persecución obsesiva del castellano como lengua común; la invención de una historia propia y las mentiras siderales sobre la que los españoles llevamos siglos compartiendo; el discurso reaccionario e insolidario de una España que roba a Cataluña; y, en fin, el mito de una Cataluña independiente como Arcadia feliz han convertido en socialmente verosímil el delirio de una república catalana independiente.

Por eso, cuando la secesión sea derrotada con las únicas pero poderosas armas del Estado de derecho, la primera gran tarea será la de revertir años y años de lavado de cerebro en una sociedad que se ha creído los cuentos de los mil y un agravios que han inventado unos truhanes con el único objetivo de seguir en el poder.