El hombre sin huellas de Hezbolá en Siria

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

ACTUALIDAD

ANWAR AMRO | Afp

El único aspecto un poco claro en la vida de Mustafá Badreddine ha resultado ser su muerte

17 may 2016 . Actualizado a las 12:42 h.

Paradójicamente, el único aspecto un poco claro en la vida de Mustafá Badreddine ha resultado ser su muerte. Se sabe que este comandante de la rama militar de Hezbolá murió esta semana en el aeropuerto de Damasco, aparentemente en un ataque artillero de «grupos takfiris», el modo en el que la milicia libanesa se refiere a Al Qaida y al Estado Islámico. Sin embargo, los 54 años años precedentes de Badreddine están envueltos en un misterio intencionado.

 De Badreddine no se conocían más que dos fotografías de su juventud -el viernes Hezbolá difundió otra más reciente-. No tenía pasaportes ni permisos de conducir ni cuentas bancarias o propiedades a su nombre. Sus huellas dactilares no se conservan en ningún archivo y hay lustros enteros de su vida en los que su pista se pierde completamente. En su juventud se le relacionó con algunas acciones espectaculares y violentas de Hezbolá, en particular con los atentados de Kuwait de 1983, por los que fue encarcelado y condenado a muerte -se salvó cuando Sadam Husein invadió el país el 1990 y lo dejó marchar sin saber quién era-. Más recientemente, se le ha acusado de organizar el atentado que acabó con la vida del primer ministro libanés Rafic Hariri en el 2005. Pero lo que da una relevancia especial a su muerte es que últimamente se daba por hecho que comandaba las fuerzas de Hezbolá que luchan en Siria al lado del Ejército de Al Asad.

Para Hezbolá, la muerte de Badreddine es una especie de broche trágico a una larga campaña en la que se cree que puede haber perdido cientos de milicianos. Broche, porque, en realidad, su participación en el curso actual de la guerra es menor de lo que se cree generalmente. Fue clave, sin embargo, en el 2013, cuando la oposición logró cortar el delgado corredor que une Damasco con el norte del país y que transcurre en paralelo a la frontera libanesa. Ese fue el único momento en los cinco años de la guerra de Siria en el que la oposición estuvo a punto de ganar.

Hezbolá quizás hubiese intervenido de todos modos para impedir la derrota de su aliado estratégico, pero su entrada en la guerra se hizo inevitable cuando los rebeldes se emplearon a fondo en la limpieza étnica de la zona, que es de mayoría chií, e incluso comenzaron a atacar aldeas en el interior del Líbano. El momento clave fue la batalla de al-Qusayr, en la que Hezbolá logró desalojar a la alianza entre el opositor Ejército Sirio Libre y Al Qaida. El arquitecto de aquel triunfo para la milicia libanesa fue Mustafá Badreddine.

Su desaparición es un golpe duro para Hezbolá pero no para sus objetivos en Siria, porque desde hace tiempo su participación en la guerra se reduce casi exclusivamente a proteger esa región de al-Qusayr y mantener el control sobre un suburbio de Damasco en el que se encuentra el santuario de Sayyidah Zaynab, que los chiíes reverencian especialmente y que los radicales suníes han intentado destruir en muchas ocasiones. Es ahí donde ha muerto Mustafa Badreddine, el «hombre sin huellas».