Pablo Iglesias, astuto

Mario Bango
Mario Bango REDACCIÓN

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El líder de Unidos Podemos abomina de la casta y ha sido capaz de marcar diferencias con los partidos de toda la vida, pero su retórica se parece cada vez más a la de la vieja política

21 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La tarea que le espera por delante es una minucia con lo que Pablo Iglesias ha sorteado para llegar hasta aquí. Este joven predicador nacido unas semanas antes de que se aprobara la Constitución de 1978 tal parece que hubiera participado en aquellas arduas negociaciones para lograr un texto que diera democracia y estabilidad a España. Lleva debatiendo desde siempre y se siente a gusto en ese papel.

Iglesias es listo y tiene olfato. Nadie había logrado conectar con tantos votantes y reunir tantas confluencias en tan poco tiempo. Bien es verdad que ayudado por la penosa ?y escandalosa- política del PP en el gobierno y la inconcreta actitud del PSOE en la oposición. Eso lo ven muchos pero ninguno ha sabido organizar un grupo tan numeroso en tan poco tiempo. Y solo o acompañado de grupos afines ha logrado las alcaldías de Madrid, Barcelona y Zaragoza. Casi nada.

De modo que el profesor tertuliano se ha convertido en poco tiempo en un personaje imprescindible para entender la política española. Y parece que va a quedarse una temporada larga. Es un político por convicción, un estratega ?partidario de las tesis de Laclau que ponen fin a la maltrecha socialdemocracia- que para aumentar el caudal de votos ha optado por un tacticismo a veces sorprendente.  De hecho parece seguidor acérrimo de Marx, los hermanos humoristas (si no le gustan mis principios tengo otros) no tanto del fundador del teórico autor de El Capital, aunque algunas de sus propuestas beben en esa histórica fuente.

El caso es que avanza a pasos agigantados hacia la cúspide de la política nacional y todas sus propuestas han abonado el crecimiento. Incluido el abrazo a Izquierda Unida que certifica el principio del fin del invento de Gerardo Iglesias, una idea buena que solo ha podido concretar la hegemonía de la izquierda post-socialista con la irrupción de Podemos. A los antiguos dirigentes comunistas y asociados no les queda más opción que asumir su rol secundario en la gran escena del cambio. Ha llegado la nueva generación y todos los anteriores a la Constitución del 78 pasan a la reserva. Y punto.

De momento, pues, sólo hemos visto la cara positiva del fenómeno  pero a tenor de cómo son los españoles es fácil pronosticar a medio plazo conflictos y divisiones, aunque Pablo Iglesias sabe algo de eso y quien controla, manda. Lo ejerce. Además por ahora la expectativa del poder agrupa y ayuda. Y asusta a aquellos simpáticos dirigentes populares que celebraban con gran algarabía el 15-M porque lo veían como una oposición a Zapatero y Rubalcaba. Ahí lo tienen ahora.

Como dirigente con posibilidades se ha granjeado no pocos enemigos, desde los veteranos de su entorno universitario hasta los servicios secretos que hurgan por todas las esquinas para encontrarle algún flanco débil. Hasta ahora sólo han podido añadir la colaboración con el régimen chavista de Venezuela que ya está desgastada, casi tanto como el gobierno del bocazas de Maduro. Todas las demás denuncias, por más esfuerzo que emplean los antiguos alentadores del fenómeno podemita, han caído por su peso, incluidos los intentos de entorpecer la limpieza fondo del ayuntamiento de Madrid, que lo necesitaba.

El chico de la coleta no ha tenido tiempo a casi nada más a que debatir y polemizar, con cal o sin ella, con sus rivales. Pero no ha gobernado aun y por tanto carece de rémoras que dificulten su tarea de crecimiento. Es el faro que atrae a tantísimos seguidores que se han visto expulsados del mundo laboral, que han perdido sus viviendas o que penan malamente en puestos mal pagados. Esa gente que resulta invisible tantas veces para el poder y que por un lado o por otro están agarrándose a propuestas nuevas ?a veces tan disparatadas como las de Le Pen en Francia- ante la ineficacia de las recetas antiguas.

Iglesias se ha subido en esa ola y viaja cómodo en ella. Otra cosa es que sea capaz de revertir o al menos de paliar las consecuencias de esta crisis. Desde luego hasta ahora no ha dado la receta para ampliar el gasto y reducir el déficit más allá de algo tan obvio como limitar el fraude y la evasión fiscal. Y no parece que por muy ilegítima que sea la deuda pública vaya a renunciar a pagarla sin un coste muy serio para todos los españoles.

Iglesias abomina de la casta y ha sido capaz de marcar diferencias con los partidos de toda la vida, pero su retórica se parece cada vez más a la de la vieja política. Debate con argumentos tan retorcidos y manidos como los que denuncia.  En ese sentido parece más moderado Iñigo Errejón. Esa pareja recuerda en cierto modo al tándem Felipe-Guerra de los mejores momentos de la oposición a Adolfo Suárez y a UCD, pero al revés: entonces Felipe era el prudente y Guerra el aguijón. Y, como ellos, mantienen diferencias sobre el modelo de su organización que ya no pueden negar.

A medida que va desplazándose hacia zonas más moderadas Iglesias modula el gesto y la expresión y quiere parecer más estadista que líder radical. Su participación en el debate de candidatos es un ejemplo de la capacidad que tiene para, sin abandonar a los suyos, atraer a los demás. Eso es un gesto de buen político aunque pierda naturalidad, si es que alguna vez la tuvo.

No quiso pactar con Pedro Sánchez y en el siguiente paso incorporó a sus filas a los votantes de IU, que en sitios como Asturias aun están vivos, en dos maniobras que le van a reportar muchos beneficios en forma de votos según las encuestas. Si fuera un empresario sería un visionario, como es el líder de Podemos recibe caña de sus rivales que hasta ahora sólo lo han visto crecer electoralmente. Todo ello porque es astuto, una cualidad más que notable en esta materia.