«Confiar en que la tecnología controlará el cambio climático es una falacia peligrosa»

Juan Carlos Gea REDACCIÓN

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El catedrático emérito de Ecología de la Universidad de Oviedo considera que el esfuerzo diplomático premiado con el Princesa de Cooperación supone «un avance», aunque advierte de su «posibilismo»

22 jun 2016 . Actualizado a las 18:35 h.

Ricardo Anadón (Vigo, 1950), catedrático emérito de Ecología de la Universidad de Oviedo, es uno de los investigadores que más ha estudiado en los últimos años los efectos -actuales y posibles- del cambio climático sobre la costa cantábrica. También es uno de los científicos que más intensamente ha trabajado en la divulgación al gran público de este urgente asunto de la agenda científica, tecnológica y política. La concesión del Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional a la Comisión Marco de la ONU para el Cambio Climático y el Acuerdo de París le coge pasando unos días de vacaciones en su Galicia natal. Desde allí reflexiona sobre algunas cuestiones relacionadas con el galardón, empezando por una básica: la discrepancia de puntos de vista entre el diplomático o el político satisfechos por su capacidad de generar acuerdos y el ecólogo y divulgador científico.

-Premios como este, ¿dan un empujón a la toma de conciencia de los ciudadanos o pueden relajarla de algún modo desde cierto triunfalismo?

-Los científicos lo que hacemos es proporcionar datos, pensar en los problemas y estimar cómo van a ser en el futuro, y por tanto en los problemas que pueden generarse para las condiciones de vida, pero un político tiene que organizar un sistema de discusión que lleve a tomar decisiones relativas a la vida de las personas, y eso, claro, es muy distinto y complicado. Uno puede decir que va a subir la temperatura, o lo que sea y decir, como científico, que habría que hacer tal cosa. Otra cosa es hacerla, porque eso afecta a las personas. Está claro que, desde el punto de vista de la cooperación internacional, todo lo que ha venido haciendo la ONU y desde luego la última reunión de París es un avance respecto a todo lo que había anteriormente: es un acuerdo mundial en el que han participado todos los países del mundo.

-Y además, vinculante en términos legales, que es lo que se nos ha vendido como un avance respecto a acuerdos anteriores?

-Es un avance con respecto a Kioto, que tenía una pretensión de fijar qué era lo que podía emitir cada uno de los países, París ha cambiado un poco el enfoque. En realidad, es un acuerdo que yo creo que no es tan vinculante como se afirma porque, tras pasar revista a los países, lo que existe aparentemente es un acuerdo vinculante que se revisará en un plazo de tiempo limitado y se irá viendo en función de cómo vayan cambiando los conocimientos y el propio clima. Tiene una parte de vinculación pero también otra de posibilismo que unos pueden ver como un éxito y otros como un fracaso. Yo creo que es un avance.

-Esto por lo que respecta a la estructura legal. ¿Y respecto a los contenidos?

-Las cosas positivas hay que verlas como positivas, no se puede ver todo como negativo. Sí es verdad que, a la vista de las predicciones de cambio que se están produciendo y que se tienen sobre unos determinados escenarios, esto mejora los peores escenarios pero no se pone en los mejores escenarios porque retrasa mucho la respuesta. Yo desearía que fuese una respuesta mucho más rápida por parte del conjunto de los países. Pero también entiendo que hay países que están desarrollándose y que quieren alcanzar mucho más bienestar para sus ciudadanos, y los países en los que vivimos bien tratamos de que las exigencias sobre la sociedad no sean muy grandes.

-El empeoramiento del clima físico parece ir cada vez más parejo con el del clima político internacional. No parece ser el más favorable para acuerdos que requieren una fuerte necesidad de entendimiento.

-Eso es normal. Quiero decir, que si un problema tan complejo como puede ser un acuerdo sobre el clima tuviese una solución fácil, no necesitaríamos de todo esto, pero sucede que, como digo, afecta a las condiciones socioeconómicas de muchos países. Los hay que están seriamente afectados, países que empiezan ya a tener migradores climáticos, junto a países que en estos primeros tiempos incluso pueden verse beneficiados. Cuando hay diversidad de opiniones y de intereses es muy difícil que la gente se ponga de acuerdo. Como ocurre en todas las situaciones, siempre hay algunos que encuentran mecanismos para obtener beneficios mientras otros tienen pérdidas: una persona que se tiene que ir de su terreno de cultivo porque está en un delta y el agua de mar lo está inundando; obviamente ese alguien que sale perdiendo. Pero en estas condiciones como en otras situaciones siempre hay gente que sale beneficiada y a la que interesa que se mantenga la situación. Es un problema muy complejo.

-A todo esto se une en la opinión pública una especie de confianza de fondo en que científicos y técnicos pondrán remedios que ahora mismo no están sobre el tapete. ¿Una confianza fundada?

-Eso es una falacia peligrosa. Cuando uno tiene una confianza ciega en la técnica, cuando cree que somos los que generamos el cambio pero también los que vamos a encontrar los mecanismos para controlarlo estamos ante uno de los mayores problemas en todo este cuadro. En realidad, que vayamos a lograrlo es una suposición que puede hacerse, pero probablemente no lo logremos. Si no tomamos ninguna medida de eficiencia energética o de otro tipo, si no encontramos modo de reducir las emisiones, tendremos un problema severísimo. Si tomamos medidas y realmente existe una solución a futuro, habremos gastado algo que supone al final una eficiencia energética, lo que tampoco está nada mal. Lo que me parece muy falaz es decir: «No nos preocupemos, que los humanos somos muy inteligentes, hemos tenido solución para multitud de problemas y esto lo solucionaremos también porque nos vamos a poner manos a la obra». Pero, en realidad, la mayor cantidad de dinero en investigación se gasta en salvar vidas humanas, no en organizar el clima o las sociedades de una manera diferente para que reduzcan emisiones y controlen el clima.

-La curva del cambio climático se acelera. ¿Va pareja la curva de la conciencia ciudadana o sigue a su rebufo?

-Yo creo que vamos un poco a rebufo. Tomar decisiones, sean colectivas o individuales, que supongan la limitación de las emisiones -por ejemplo hacer cambios en la propia casa de uno aislándola mejor- obliga a gastar dinero y a dar una respuesta individual. Cuando eres de los muchos que tienen problemas para comer, este no es tu problema porque la recompensa la obtienes a muy largo plazo. Ese sería uno de los problemas; el otro es que, colectivamente, tampoco sucede. Cuando hay una temporada de fuerte calor o fuerte sequía nos acordamos del cambio climático, pero la mayor parte del tiempo pensamos que no es tan grave, que se está exagerando. Y este «se está exagerando» está en la misma línea que lo que comentaba: es muy problemático para tomar medidas que suponen esperanzas a largo plazo.

-Para eso se necesita cierta capacidad de anticipar muy gráficamente el futuro. Todos lo hemos hecho, mirando nuestro paisaje de todos los días. ¿Se atreve con el boceto de una marina de Asturias dentro de unas décadas?

-Lo primero que hay que decir es que eso es problemático porque, en realidad, no sabemos cómo va a ser el futuro. Todo dependerá de las emisiones que hagamos. Si logramos controlarlas a nivel mundial de manera rápida e intensa, el cambio será menor. El futuro no está escrito porque depende de la respuesta humana, pero ahí nos tendríamos que mover en las horquillas de la tendencia más favorable, con control de emisiones, o la más desfavorable. Si sucede esto último, en Asturias está previsto que la temperatura media suba tres, cuatro, incluso cinco grados, pero en verano podría llegar en algunas zonas incluso hasta siete grados más. La temperatura del agua subirá un poquito menos, pero sí unos cinco o seis grados. Ahora sabemos que se está calentando más en verano de lo que lo hacía hace cuatro o cinco décadas, y el nivel del mar está subiendo como en todo el mundo, por dilatación del agua y el agua que aporten los glaciares y los casquetes. Las previsiones que uno pueden tener es que, posiblemente, como ya se está viendo y recogen algunos trabajos míos y de otros colegas, la costa sea parecida al Mediterráneo. Las algas de gran porte están desapareciendo, cada vez hay menos, como lo perciben los pescadores, los buceadores? En cuanto uno muestrea se da cuenta de que la variedad de especies que había y su abundancia ha variado de una manera tremenda y algunas han desaparecido totalmente. Es la mediterranización, que es un término que ya se empleaba en los años cincuenta ante las oscilaciones que se detectaban en el Cantábrico, es algo que ya se está produciendo y que se acelerará.