El Reino Unido se separa del Reino Unido

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa FARRAPOS DE GAITA

ACTUALIDAD

25 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

o que más estremece de la tragedia -no sé si más griega o shakesperiana- del brexit es lo que tiene de imprevisto. Fallaron los sondeos previos, incluso las israelitas a pie de urna de la noche del jueves. Se equivocó la City, que ya había celebrado por adelantado el remain con subidas en las cotizaciones bursátiles y en el tipo de cambio de la libra. Pero -palabras mayores- también erraron en su pronóstico las casas de apuestas, donde uno lo mismo puede jugarse unas esterlinas a acertar el próximo Nobel de Literatura que a calcular cuánto tardará Inglaterra en volver a casa de la Eurocopa. Cuando el Reino Unido no puede fiarse de lo que predice Ladbrokes, donde la encuesta es meditada y de pago y no una alegre e improvisada respuesta telefónica, entonces es que los cimientos de la civilización británica se están tambaleando.

Perdió el atildado David Cameron y ganó el despeinado Boris Johnson, que lidera una nueva revuelta popular y populista de líderes despeinados que hará que añoremos las revoluciones de café de los antiguos descamisados y de los nuevos descorbatados.

Al encorbatado Cameron, que se ha hecho un harakiri en diferido seguramente asesorado por su colega conservadora De Cospedal, lo recordaremos por esta extraña ludopatía que le llevó a jugarse no ya su carrera, sino el futuro del Reino Unido en una timba permanente, apostándose su país a trozos de referendo en referendo, hasta que ha conseguido arrojar por la borda una isla y media al Canal de la Mancha.

Cameron ha despedazado el Reino Unido. Londres, la auténtica capital del mundo, la ciudad más global del planeta, votó masivamente a favor de la permanencia. Igual que Escocia e Irlanda del Norte. Al otro lado del abismo, Gales y la Inglaterra irreductible se apuntaron al suicidio colectivo. Con la aventura de la consulta, Cameron solo buscaba rescatar el voto más conservador. Para cautivar a las huestes nacionalistas no ha dudado en arriesgar -y quebrar- la propia unidad del Reino Unido, agigantando además una brecha generacional que difícilmente cicatrizará a corto plazo. El tiro en el pie que se han disparado los mayores de 50 años, partidarios de la salida de la Unión Europea, ha condenado a la población más joven a asumir un brexit contra el que votaron masivamente. Cuando los jubilados que inconscientemente han apoyado el portazo en los morros a Bruselas y Berlín ya no estén entre nosotros, la siguiente generación seguirá pagando las consecuencias del entusiasmo nacionalista de los mayores y de la irresponsable afición de Cameron a la ruleta rusa. Un apocalipsis zombi regado, no lo olvidemos, con la pasmosa indolencia que han mostrado ante la consulta las instituciones y Gobiernos europeos.

Chesterton, que era un inglés católico e irreverente, escribió que el cisma de Inglaterra y Europa se remontaba ya a Enrique VIII: «Enrique no solo separó a Inglaterra de Europa, sino que hizo algo peor: separó a Inglaterra de Inglaterra». Y ahora Cameron, que ha logrado que Blair nos parezca Churchill, ha repetido la jugada. Ha separado a Gran Bretaña de Europa, sí, pero ha hecho algo mucho peor: ha separado a Gran Bretaña de sí misma.