Los socios bávaros de Merkel exigen echar a refugiados enfermos, y a países en guerra

Patricia Baelo BERLÍN / E. LA VOZ

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SVEN HOPPE | AFP

Tras la semana más violenta de la Alemania de posguerra, el debate sobre la política migratoria resucita con más fuerza que nunca

27 jul 2016 . Actualizado a las 17:52 h.

Tras la semana más violenta de la Alemania de posguerra, en la que se han producido cuatro ataques, tres de ellos perpetrados por refugiados, el debate sobre la política migratoria resucita con más fuerza que nunca. «Además de pedir la intervención del Ejército en caso de amenaza terrorista, el Gobierno de Baviera exigió a la canciller que endurezca el asilo, argumentando que entre los refugiados «también hay gente con un potencial de violencia terrible».

Horst Seehofer, primer ministro regional y líder de la CSU, el socio más conservador de Merkel en el Ejecutivo de gran coalición, apostó por intensificar los controles sobre los inmigrantes tanto en la frontera, aunque no lleven papeles, como después. «Debemos saber quién está en el país», señaló el halcón bávaro, que al igual que sus homólogos de Baden-Württemberg y Renania del Norte-Westfalia, los otros dos Estados federados que más refugiados recibieron en 2015, prometió más personal y recursos para la policía. Su ministro de Interior, Joachim Herrman, reclamó que deje de ser un «tabú» la expulsión a países en guerra, así como que no se paralicen por motivos médicos.

La líder de La Izquierda, Sahra Wagenknecht, acusó a la canciller de haber subestimado los «importantes problemas» derivados de su política de acogida, cosechando el aplauso del ultraderechista AfD, que responsabiliza a Merkel de los atentados. Pero incluso algunos correligionarios de la canciller alzaron la voz para defender expulsiones más eficaces y poner en duda el célebre mantra «Lo lograremos», con el que el pasado otoño quiso calmar a la población, que teme la islamización del país. Oenegés como Pro Asyl alertan del riesgo que suponen las deportaciones precipitadas, e instan a no criminalizar a los refugiados, que suelen sufrir estrés postraumático.

Ese parece ser el caso del suicida de Ansbach, identificado como Mohammed Dalil, un sirio que, según las últimas investigaciones, pasó ocho meses en Bulgaria sin mostrar signos de radicalización ni cometer delitos, pese al vídeo difundido por la agencia Amaq, afín al Estado Islámico, en el que se autodefine como un soldado del califato. «No quiero usar armas contra otra gente. Tengo miedo de volver a Siria porque podría convertirme en un asesino», dijo al solicitar asilo a las autoridades alemanas Dalil, cuya mujer e hijos murieron en Alepo y cuyos padres fueron encarcelados por manifestarse contra Bachar al Asad.

«Sabemos que los refugiados no son ni santos ni delincuentes», declaró el ministro del Interior, Thomas de Maiziére, al tiempo que dijo no poder creer que la gente «en Alemania esté llena de miedo». Según una encuesta del instituto GfK, el 83% de los alemanes consideran que la mayor preocupación actual es la crisis migratoria y uno de cada cinco se opone a acoger a más refugiados. Tal es la presión, que Merkel ha decidido interrumpir sus vacaciones para adelantar al jueves su tradicional rueda de prensa de finales del verano.