¿Importa el nombre?

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

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Como todo lo que está hecho de letras, no es más que un conjunto de sonidos en un orden determinado. Pero, por otro lado, como todo lo que está hecho de palabras, es la metáfora de aquella cosa que designa

06 ago 2016 . Actualizado a las 16:09 h.

«What’s in a name?», ¿qué importa el nombre?, le decía Julieta a Romeo en el baile de máscaras. Importaba: al final, sus nombres les costaron la vida; él por llamarse Montesco y ella por llamarse Capuleto. En Cien años de soledad los nombres de los personajes de García Márquez condicionaban su carácter, y al final incluso determinaban su destino, generalmente trágico. Eso era ficción, pero en la vida real lo determinan también, en alguna medida: la lotería del orden alfabético, las burlas en el colegio, los nombres difíciles de transcribir que provocan errores y que pueden acabar convirtiéndose en una pesadilla burocrática... En ese sentido, el nombre importa. Ponerlo es una de las primeras decisiones de los padres respecto a sus hijos y, aunque no sea de las más cruciales, al menos sí es una de las más permanentes. Y, puesto que, a veces, este poder no sirve más que para dar rienda suelta al narcisismo y al capricho, está bien que exista una ley que defienda los derechos de quien va a tener que cargar con el nombre toda la vida.

El problema es que la ley que hay no está demasiado bien pensada, como se está viendo en el caso, famoso estos días, del niño de Fuenlabrada (Madrid) al que sus padres quieren poner por nombre Lobo. El Registro Civil lo ha rechazado amparándose en la letra de la norma. Esta dice que no se permitirán nombres que sean infamantes, que no identifiquen claramente el sexo de la persona o se confundan con apellidos -que es, al parecer, el principal argumento contra el registro de Lobo-. Pero esto no es muy coherente. La realidad es que muchas personas llevan nombres que, en teoría, no permitirían la diferenciación por sexo: Práxedes, que vale para hombre o mujer, es ya poco frecuente, pero hay muchos José Marías y Marías Josés. Los nombres que se confunden con apellidos son muy habituales (Martín, Ferrán). De hecho, buena parte de los apellidos peninsulares son variantes de nombres propios (Fernández, Sánchez, González). Queda, pues, solo la cuestión de los nombres infamantes, que en la ley aparece de forma demasiado imprecisa.

En cuanto a Lobo, lo curioso es que, justamente, no se trata de un nombre raro. Históricamente, ha sido muy frecuente. Existe como nombre propio en muchas lenguas Eso es lo que significa el serbio Vuk, el escandinavo Ulf, el galés Bleddyn, el irlandés Conan, el hebreo Zeev... En alemán no es ya que exista Lobo como nombre propio (Wolf) sino que hay una interminable lista de variantes, que se dan también en las versiones latinizadas de los nombres germanos: «noble lobo» (Adolfo), «lobo águila» (Arnulfo), «padre de lobo» (Ataúlfo), «lobo famoso» (Ludolfo). Mozart se llamaba «camino del lobo» (Wolfgang); el padre de Churchill se llamaba «escudo de lobo» (Randolph); Lope de Vega se llamaba directamente «lobo» (de Lupus). Son millones las personas llevan ese nombre de Lobo, lo sepan o no. Yo mismo me llamo así, aunque sea en el segundo apellido: López, hijo de Lope o hijo de un lobo. Es el apellido más corriente en la provincia de Lugo, uno de los más corrientes en Galicia, España y Portugal. En fin, no hará falta seguir.

¿Importa el nombre? En principio, no. Como todo lo que está hecho de letras, no es más que un conjunto de sonidos en un orden determinado. Pero, por otro lado, como todo lo que está hecho de palabras, es la metáfora de aquella cosa que designa, y acaba tomando vida propia, y puede acabar siendo la cosa misma. Hasta el punto de que al final, quizás, sea todo lo quede de nosotros cuando todo lo demás haya desaparecido.