Michel Temer, de las bambalinas del poder a la Presidencia de Brasil

Mar Marín EFE

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ANDRESSA ANHOLETE | AFP

Asume un país dividido políticamente y en recesión, pero inflado de nacionalismo tras unos Juegos Olímpicos que han puesto a Brasil ante la mirada del mundo

31 ago 2016 . Actualizado a las 19:23 h.

Michel Temer, de carácter frío, calculador y con una dilatada experiencia política, ha pasado de maniobrar entre bambalinas a la Presidencia de Brasil, sin acudir a las urnas. A los 75 años, Michel Miguel Elias Temer Llulia -abogado constitucionalista, católico y descendiente de una familia de origen libanés- asume un país dividido políticamente y en recesión, pero inflado de nacionalismo tras unos Juegos Olímpicos que han puesto a Brasil ante la mirada del mundo.

Mientras los brasileños seguían atentos al ruido de los Juegos, el proceso destituyente contra Dilma Rousseff avanzaba y Temer, presidente interino desde mayo, se afianzaba en el cargo y lograba que las denuncias por corrupción que le salpicaban pasaran desapercibidas.

Apenas apagados los fuegos artificiales, Temer abandona el apellido de «interino» y asume la jefatura del Estado de forma plena tras acompañar a Rousseff como vicepresidente desde el 2011, liderar durante quince años el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el más importante del país, y ocupar tres veces la presidencia de la Cámara de Diputados.

Una larga carrera política que le permitió cultivar un importante caudal de influencia entre bastidores, pese a que nunca fue candidato a la Presidencia y probablemente no lo habría conseguido con el respaldo de las urnas si lo hubiera intentado. Cuando asumió la Presidencia interina en sustitución de Rousseff, en mayo, apenas arrastraba el 3 % de intención de voto, según las encuestas. Hoy roza el 10 %.

«Temer no sería elegido ni para presidir la comunidad de vecinos de su edificio», comenta un alto funcionario de la Cancillería que pide el anonimato.

Paradójicamente, quien hoy es calificado de «verdugo» de la ya expresidenta, e indirectamente del Partido de los Trabajadores, llegó a las puertas del poder de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva, el líder del PT, para acompañar a Rousseff en la vicepresidencia, en enero del 2011. «Me equivoqué con el vicepresidente», se lamentó en numerosas ocasiones Rousseff.

Este matrimonio de conveniencia nunca tuvo una relación fluida y Temer decidió terminarlo a finales del pasado año, cuando Rousseff empezaba a acusar el desgaste de su aislamiento y del deterioro económico. Fue entonces cuando divulgó una carta en la que denunciaba que Rousseff le trataba como un «vice decorativo» y que se sentía como un «accesorio».

Arropado por el poderoso Eduardo Cunha, que abandonó la presidencia de la Cámara de Diputados acusado de corrupción, Temer se movió rápido y apuró su red política para hacerse con el poder. El 12 de mayo, Rousseff fue separada de la Presidencia temporalmente. Temer se puso la banda presidencial y se arrogó el papel de «salvador» del país con la promesa de superar la profunda crisis económica y política. En sus planes no cabía una sustitución provisional: «Gobierno como si fuera para siempre», dijo a periodistas extranjeros.

Temer afronta el desafío de mantener las alianzas que le sostienen, reconducir la economía y recuperar la confianza de la sociedad brasileña en su desprestigiada clase política. Sus primeros pasos como presidente interino levantaron ampollas y le obligaron a rectificar, en medio de críticas por la ausencia de mujeres y negros en su gabinete.

Los escándalos de corrupción le obligaron a cambiar a tres miembros del Gobierno en las primeras semanas y él mismo carga con sospechas similares. Hábil negociador en la sombra, Temer mantuvo un perfil público bajo y cultivó una imagen de sobriedad y un lenguaje rebuscado que le valieron el apodo de «mayordomo de una película de terror» entre sus adversarios políticos.

En los últimos meses ha tratado de cambiar esa imagen, pero no parece haberlo conseguido. El sonoro abucheo que sacudió el estadio de Maracaná durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos le mantuvo al margen de la cita internacional. Tanto, que ni siquiera fue a la clausura. «Estaré en la inauguración de los Paralímpicos», anunció a la prensa cerca del final de los Juegos, el único día que apareció en el parque olímpico, donde se multiplicaron los carteles con la frase «Fora Temer».

La próxima semana volverá a Maracaná para inaugurar los Paralímpicos. Aún no se sabe si estará acompañado de su mujer, Marcela, una exreina de la belleza local 43 años más joven que él, madre de su hijo pequeño, Michelzinho, y musa de los encendidos versos que el presidente escribe en servilletas de papel en su tiempo libre. «Me falta tristeza/ Instrumento movilizador / De mis escritos. (...) Lamentablemente / Todo anda bien», escribió en uno de sus poemas. Textos que, según la crítica, demuestran su «falta de trascendencia artística» y auguran que, si Temer quedara en los libros de historia, no sería como el presidente poeta.