Merkel y Hollande sellan en Bratislava un matrimonio de conveniencia

Cristina Porteiro
CRISTINA PORTEIRO BRUSELAS / E. LA VOZ

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CHRISTIAN BRUNA | Efe

Francia y Alemania ocultan enormes desavenencias para evitar nuevas deserciones

18 sep 2016 . Actualizado a las 18:23 h.

«Francia y Alemania se implicarán intensamente en los próximos meses para conseguir que todo sea un éxito», proclamó la canciller alemana, Angela Merkel, al término de la cumbre europea a 27 celebrada el pasado viernes en Bratislava. Frente a la imagen de vodevil que dieron los líderes en las últimas cumbres europeas, Merkel salió acompañada de la mano del presidente francés, François Hollande, en una puesta en escena muy medida que no se veía desde el 2012, cuando el galo accedió al Elíseo. Los discursos, bien calculados, se sincronizaron a la perfección para evitar los habituales cruces de acusaciones y reproches. La «crisis existencial»  que hizo estallar el brexit ha obligado a sus líderes a sellar una entente cordial de al menos seis meses para rebajar las tensiones internas y marcar el paso al resto de socios. 

El marchito eje francoalemán intenta retomar el pulso y repartirse el protagonismo. La UE siempre recurre a él cuando el proyecto europeo se asoma al precipicio, pero no está claro que este matrimonio de conveniencia pueda perdurar. Berlín y París tienen visiones muy contrapuestas del rumbo que debería tomar la UE. A pesar de ensalzar el «espíritu de Bratislava», que Merkel asocia con la «cooperación» leal y la «unidad», la realidad es que el único idioma en el que Francia y Alemania se entienden es en el de la seguridad y la defensa de la UE y la lucha contra las fuerzas populistas, que no dejan de crecer en ambos países a las puertas de sus correspondientes citas electorales del 2017. 

Francia ha tomado la iniciativa para cubrir el vacío peligroso que dejará el Reino Unido en el tejido militar europeo. Los países del Este, Centroeuropa y el eje francoalemán se aferran al plan de refuerzo de defensa y seguridad en las fronteras internas y externas como a un clavo ardiendo. Y es que la denominada Agenda de Bratislava para el próximo medio año es una perfecta cortina de humo para difuminar las enormes desavenencias que existen entre sus socios.

Templar los ánimos, cerrar acuerdos de mínimos y recuperar posiciones mientras la tormenta amaina. Es a grandes rasgos el plan que seguirán Hollande y Merkel. La pareja aspira a funcionar con el piloto automático  aunque París y Berlín sigan batiéndose puertas adentro en varios frentes. El más importante es el de la política económica y el crecimiento. Hollande insiste en introducir más flexibilidad en el pacto de estabilidad. Su país está con el agua al cuello, incapaz de cumplir los plazos para ajustar el déficit. Berlín no quiere dar su brazo a torcer. Ni en lo que se refiere al déficit ni a las súplicas que lanza la UE desde hace cuatro años para que abra la mano a políticas de estímulo en la eurozona. Merkel no ceja en su empeño de apretar el cinturón, tanto es así que en Bratislava solo se pudo dar luz verde al plan de Bruselas de duplicar el esfuerzo financiero del plan Juncker de inversiones. No se hizo ni una mención a la flexibilización presupuestaria o a planes concretos de estímulo para las economías enfangadas del sur. 

La ocasión no era la propicia para discutir ferozmente, pero la cuestión está lejos de resolverse. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, se mostró indignado con las conclusiones de Merkel y Hollande en torno a la economía y migración: «Igual que los países deben respetar las reglas de déficit, otros deberían respetar las reglas del superávit comercial. Hay países que no lo respetan, como Alemania», espetó el socialdemócrata.

Hollande traga saliva. El mismo que prometió en el 2012 cambiar los tratados «que solo propugnan disciplina presupuestaria», guarda ahora silencio. Las consecuencias de agrandar las fisuras con Berlín pueden ser más dolorosas. Nadie quiere nuevas bajas en la UE ni alimentar el populismo. 

Tampoco hay acuerdo sobre el futuro del acuerdo de libre comercio con Estado Unidos. París quiere «enterrar» las negociaciones. Berlín pide tiempo y, paradojas de la vida, «flexibilidad» para sacar adelante un convenio que le puede reportar grandes beneficios económicos. El matrimonio francoalemán tampoco es capaz de fijar una postura común de cara a las negociaciones futuras con el Reino Unido. Hollande exige dureza y cero concesiones. Merkel opta por un divorcio más amistoso, aunque para ello haya que estirar los tratados. 

Buenas palabras y pobres avances en seguridad, economía y migrantes

Paseos en barco, fotos y buenas palabras para ocultar que el rey está desnudo. Que no hay grandes soluciones ni consenso. La UE se enfrenta a una larga lista de retos y crisis sin resolver con la única certeza de que solo se ponen de acuerdo en cuestiones de defensa y seguridad. Sí a mutualizar las capacidades militares, pero ¿qué pasa con la deuda? Cada Estado miembro deberá hacerse cargo de su emisión y lidiar en solitario con los mercados. Los tiempos que se avecinan exigen mucha más voluntad política. ¿Qué pasará con la recuperación económica y el desempleo juvenil? Los países del sur no pueden seguir soportando las altas tasas de desempleo que amenazan con cronificarse. El tratamiento difiere de uno al otro lado del Rin. No puede faltar en el rompecabezas la crisis migratoria. La UE quiere evitar las imágenes de caos del pasado año y apuesta por convertir al bloque en una fortaleza inexpugnable con el despliegue de guardias de fronteras europeos desde octubre y con un plan de inversiones en África. Lo que deberán calcular es el coste de las concesiones a Ankara para que no eche por tierra el acuerdo de contención migratoria si Bruselas no le permite avanzar en el proceso de liberalización de visados.

Otro desafío será reformular la política de reparto de refugiados, ahora que los 27 se han plegado a las demandas de los países centroeuropeos para hacerlas voluntarias. Italia se niega. ¿Y qué pasará con el terrorismo? ¿Está la UE preparada? Y en el radar entra la deriva autoritaria de Polonia y Hungría, que amenaza a otras estructuras de la UE.