La valdeorresa Eva María López, discípula del premio Nobel de Química

María Cobas / R. Romar O BARCO / A CORUÑA

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La ourensana Eva María López Vidal, con camiseta blanca, al lado del Nobel Fraser Stoddart.
La ourensana Eva María López Vidal, con camiseta blanca, al lado del Nobel Fraser Stoddart.

Fue doctoranda de James Fraser Stoddart durante cuatro meses en la Universidad de NorthWesternJ

09 oct 2019 . Actualizado a las 16:55 h.

Ambos son hijos de granjeros. Uno de Holanda, Ben Feringa, y otro de Escocia, James Fraser Stoddart. Criados en la cultura del esfuerzo y la humildad, los dos comparten una enorme pasión por su trabajo, un entusiasmo y emoción que han logrado transmitir a sus equipos y que los ha llevado a convertirse esta semana en los nuevos premios Nobel de Química, junto con el francés Jean-Pierre Sauvage, por ser los inventores de las máquinas moleculares, un área aún incipiente de la que se adivinan enormes aplicaciones futuras.

Los dos, según sus discípulos gallegos, estaban predestinados a obtener el galardón en algún momento. Pero las quinielas de los Nobel casi siempre fallan. No lo hicieron Los Simpsons, que en sus predicciones realizadas en el capítulo Everyday Scientist, emitido en el 2010, incluían a Ben Feringa en la lista de los futuros ganadores. Es la primera anécdota que se les viene a la mente a Diego Peña, Martín Fañanás y Fernando López, ahora investigadores del Ciqus de Santiago y que trabajaron en la Universidad de Groningen bajo las órdenes del profesor holandés. Los tres coinciden en destacar, además de sus méritos científicos, sus cualidades humanas.

«Es una persona muy llana, muy, muy humilde, y con una enorme pasión por descubrir cosas nuevas. Tiene una inquietud enorme por todas las áreas de la ciencia, y no solo por la química», relata Fañanás, que trabajó con Feringa durante seis años y con el que mantiene abiertas colaboraciones científicas. «Mi experiencia con él fue maravillosa», constata. Como buen holandés es futbolero, buen navegante y disfruta con el hockey sobre hielo, pocas de las aficiones que se puede permitir más allá de un trabajo al que dedica todos los días de la semana.

Su mente tampoco se relaja en su viaje diario en bicicleta desde su casa hasta la universidad. Cada día recorre 29 kilómetros entre ida y vuelta. «Nos decía que eran momentos que aprovechaba para pensar», explica Diego Peña. «Creo que también solía participar en las carreras que se hacían alrededor del instituto un día al año», añade Fernando López. Tampoco deja de discurrir en los viajes que realiza por todo el mundo para impartir conferencias o asistir a congresos. «Siempre llegaba de vuelta a Groningen con ideas nuevas», señala Peña.

Es familiar, cercano, hablador, despistado y muy trabajador, pero sin descuidar el trato con sus discípulos. Es el ejemplo de que «no hace falta explotar a tus colaboradores para llegar a lo más alto en ciencia, porque lamentablemente no todo el mundo que llega alto es buena persona». «Ben -explica Peña- trabajó siempre a destajo, pero nunca exigió la misma dedicación a quienes lo rodeaban. Aunque se suele imitar al maestro, el lo conseguía transmitiendo entusiasmo. «En el trato personal -coincide Fañanás- era un diez». 

Un ejemplo para Galicia

No es la única lección que ha impartido más allá de la Química. La concesión del Nobel también demuestra que «se puede hacer la mejor ciencia del mundo desde una universidad periférica como Groningen», subraya Diego Peña. De apenas 200.000 habitantes y al norte de Ámsterdam, su ejemplo es válido para Galicia. Solo que en Holanda se apoya mucho más la ciencia que en España. «Feringa -dice uno de sus discípulos- tuvo ofertas para irse a centros punteros del mundo, pero no lo hizo. Los responsables de su universidad y los políticos que gestionan la ciencia en su provincia y en Holanda supieron retenerlo y financiar su trabajo de forma decidida». 

«Es un gran cocinero»

También sabe hacer grupo. Cada año reúne a su grupo, de unas treinta personas, para disfrutar de una barbacoa en su casa. El esfuerzo por hacer piña es algo que también comparte con el escocés James Fraser Stoddart. Lo sabe bien Eva María López Vidal (O Barco de Valdeorras, 1987), que fue su doctoranda durante cuatro meses en la Universidad de NorthWestern (Estados Unidos), a la que llegó tras una estancia en Cambridge. «Cuando se habla de química molecular, él es la referencia, así que para mí fue un sueño que me eligiera para su equipo», relata la joven, que ahora está realizando un trabajo posdoctoral en Bath (Reino Unido). Cuenta que los inicios no son fáciles, por llegar a un grupo grande en el que químicos de todo el mundo tienen el ojo puesto.

«Sabía que estábamos en el punto de mira de todos los grupos de química molecular del mundo, y eso es mucha presión. Además, estás rodeada de gente tan cualificada que resulta difícil destacar, pero al mismo tiempo, es una experiencia muy interesante», señala. Sobre Stoddart, asegura que es un apasionado de su trabajo, y que consigue trasladar esa emoción a su equipo. «Cuando habla de química molecular se le llenan los ojos de lágrimas. Es su pasión, y la transmite», dice. La buena sintonía no fue solo a nivel laboral, sino también personal. Cuenta a modo de anécdota que algunos fines de semana organizaba las reuniones en su casa e invitaba al equipo a comer. «¡Es un gran cocinero!», cuenta. Además, López Vidal dice que la experiencia, además, le sirvió para conocer a «excelentes científicos» que ahora son sus amigos.