Un ataque soez y machista a las mujeres deja a Trump al borde del KO

ADRIANA REY NUEVA YORK / E. LA VOZ

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Líderes republicanos piden al partido que lo destituya y el magnate dice que seguirá

09 oct 2016 . Actualizado a las 17:36 h.

Todo comenzó a las 11 de la mañana del viernes con una llamada a la redacción del Washington Post: «¿Podría estar interesado el señor Fahrenthold (periodista) en ver un vídeo con material no emitido previamente de Trump?», dijo una voz al otro lado del teléfono. Seis horas más tarde comenzaba el terremoto político y los cimientos del Partido Republicano se tambaleaban más fuerte que nunca.

«Cuando eres una estrella, te dejan hacerles de todo. Puedes hacer lo que quieras», se escucha decir a  Donald Trump en la grabación. «Lo que quieras», afirma una segunda voz. «Agarrarlas por el coño», contesta soez el magnate. Entre pitidos, la grabación comenzó a escucharse en las radios y televisiones del país, mostrando cómo el candidato a presidente de EE.UU. alardeaba de sus intentos de acostarse con una mujer. El material es de septiembre del 2005, año en el que la esposa de Trump estaba embarazada de Barron, el hijo de ambos. «Las palabras de mi marido son inaceptables y me ofenden», señalaba la aspirante a primera dama ayer en un comunicado antes de pedir a los votantes que aceptaran las disculpas del magnate.

El evidente machismo y desprecio con el que habla ha puesto encima de la mesa un problema que va mucho más allá de las urnas y del voto femenino. Todo el mundo tiene una madre, una hermana, una hija, o una amiga a la que aprecia. Con sus palabras, Trump abofetea a toda la población estadounidense y de ahí el profundo enfado en la cúpula del partido, donde no se conforman con sus disculpas. «Lo dije y me equivoqué», decía Trump escuetamente para después contraatacar: «Bill Clinton ha abusado de mujeres y Hillary ha acosado, atacado, avergonzado e intimidado a sus víctimas». «Yo no me rindo», añadía desafiante horas más tarde después de ser preguntado por una hipotética renuncia. «Tengo un apoyo increíble», insistía tras negar una crisis interna.

La evidencia le volvió a quitar la razón con el paso de las horas, a medida que un republicano tras otro le retiraba su apoyo. Más de una decena de congresistas y senadores alzaron sus voces escandalizados y algunos como Greg Ganske pedían la marcha inmediata de Trump: «Esperaría que Mike Pence -el número dos del ticket republicano- fuese nominado». El candidato a vicepresidente, mientras tanto, se cansaba de mirar el toro desde la barrera y daba un paso al frente: «Como marido y padre, me siento ofendido con las palabras de Donald Trump». La queja del número dos del neoyorquino suponía una ruptura que evidenciaba horas antes un enfadado Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes: «Me enferma lo que he escuchado», decía tras cancelar un mitin con Trump en Wisconsin. Hasta el presidente del partido, Reince Priebus, ha reconocido que «ninguna mujer debería jamás ser descrita en esos términos».

Así, aquel que dijo que podría disparar a gente en la Quinta Avenida de Manhattan sin perder votos, pone a prueba su teoría y vuelve a dejar el partido patas arriba. «Ha llegado la hora de la verdad», trasladaban los demócratas a sus rivales. «Esto es un horror», protestaba Hillary Clinton. El escándalo causó una revolución en las redes sociales donde el actor Robert De Niro puso nombre a la ira popular: «Es un cerdo, una estafa, un papanatas que no sabe de lo que habla».

«Bill Clinton me ha dicho cosas peores en el campo de golf»

«Vean el debate», retaba Donald Trump en su vídeo de disculpas por sus desafortunadas palabras sobre las mujeres. La invitación se producía inmediatamente después de recordar los escándalos sexuales pasados del expresidente Clinton y dejando entrever por donde iba a ir su estrategia de cara al duelo de esta noche. «Bill Clinton me ha dicho cosas peores en el campo de golf», insistía el multimillonario tras culpar además a su mujer y candidata demócrata, Hillary Clinton.

El de hoy es el segundo debate presidencial después de un primero en el que el magnate fue vapuleado por la demócrata. Ahora todo parece apuntar a que, si Trump muere, lo hará matando. El estilo utilizado probablemente estará muy lejos de lo que la cúpula republicana desearía. De ser así, de nada serviría lo conseguido por su vicepresidente, Mike Pence, el pasado martes.

«Las propias palabras de Trump se han convertido en su peor enemigo y en una poderosa arma electoral para Clinton», apuntan los analistas. Y es que lo ocurrido no puede llegar en mejor momento para la demócrata, al ver cómo sube en las encuestas y cómo ahora la carga de este debate la lleva el multimillonario.

Sin duda que este escándalo será uno de los temas que domine el encuentro presidencial en Saint Louis, Misuri, pero no será el único. Las preguntas a los candidatos serán trasladadas por un grupo de indecisos en un formato «town hall», donde ambos líderes no solo tendrán que medir sus respuestas, también la manera de moverse y dirigirse a ellos. A los mandos del encuentro estará el periodista de CNN Anderson Cooper y la corresponsal política de ABC News Marta Raddatz.

El segundo round llega además en un momento en el que la relación entre EE.UU. y Rusia, pasa por su peor fase. Y es que el Gobierno de Barack Obama ha acusado al ejecutivo de Vladimir Putin de intentar «interferir en el proceso electoral en EE.UU.», tras los ataques de hackers que sufrió el Partido Demócrata. «Son tonterías», decía ayer el Kremlin después de negar los hechos.

En paralelo, una nueva filtración de Wikileaks ponía encima de la mesa más de 2.000 correos de John Podesta, jefe de campaña y uno de los asesores más fieles de Hillary Clinton y cuyo nombre a buen seguro, saldrá en este segundo asalto que comenzará a las 21.00 hora local (3.00 de la madrugada en España).

Los escándalos sexuales han marcado la carrera de numerosos aspirantes

Lo ocurrido con Donald Trump es solo una gota dentro de un enorme océano de poder, donde los escándalos sexuales son bastante más habituales de lo que la gente sabe y cree. Congresistas, senadores y presidentes, la lista es larga y los relatos son dignos de cualquier guion de cine sobre las cloacas del establishment. Es más, la historia de la polémica en Washington no puede ser contada sin hablar de mentiras, maltratos e infidelidades.

De los primeros escándalos documentados, fue el que salpicó al tercer presidente de EE.UU. En 1802, Thomas Jefferson fue acusado de tener un romance con su esclava Sally Hemmings y de ser el padre de uno de sus hijos. Jefferson siempre lo negó y de hecho salió airoso de la polémica, manteniéndose en el cargo siete años más. Tuvieron que pasar casi dos siglos para que el tiempo le quitase la razón. Fue en 1998 cuando una prueba de ADN demostró que efectivamente uno de los hijos de Hemmings tenía como padre al que a su vez, había sido padre de la Constitución.

La historia también le sacó los colores a Grover Cleveland, el único presidente conocido por ser elegido durante dos mandatos no consecutivos. Fue acusado de tener un hijo ilegítimo. Él sí admitió su culpabilidad sin que esto le impidiese llegar a la Casa Blanca en 1884. Si las paredes de la residencia oficial del presidente hablasen, también recordarían la aventura entre Franklin D. Roosevelt y Lucy Mercer, quien para bochorno de la primera dama, era su secretaria personal.

Pero si de escándalos sexuales se trata, ninguno fue tan mediático como el que golpeó al expresidente Bill Clinton. El terremoto Lewinsky sacudió los cimientos de la política mundial después de conocer que el presidente había mantenido al menos nueve encuentros sexuales con la becaria en pleno despacho oval. Los efectos colaterales de esta polémica llegan hasta hoy y casi diariamente, el candidato republicano acusa a su rival y exprimera dama de haber mentido a los estadounidenses.

No es extraño tampoco que actualmente se sigan descubriendo detalles sobre la pasión desenfrenada entre el presidente John F. Kennedy y Marylin Monroe. En aquel entonces el carismático líder tuvo la suerte de que la intimidad sexual del presidente era un asunto intocable. El pacto de silencio se rompió cuando Kennedy fue asesinado y la prensa volvió a publicar todos esos secretos de alcoba, que tantos dolores de cabeza provocan después.