Un pacificador que se hizo en los oficios de pastelero y juez

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

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Jose Manuel Vidal | EFE

Rajoy ha encontrado el relevo para Fernández Díaz en otro católico que presume de practicar la fe

04 nov 2016 . Actualizado a las 07:37 h.

Parece que Mariano Rajoy entendió finalmente que su amigo Jorge Fernández Díaz, pese a ser hombre que frecuentaba la iglesia, no era precisamente un adalid de la paz. Sus habituales deslices verbales (y otros excesos como la guerra sucia contra el soberanismo catalán) incendiaron un ministerio cuya gestión debe caracterizarse por la discreción, la mesura y el buen juicio. El presidente ha ido a hallar su relevo en otro católico que presume de practicar la fe, aunque no se teme que Juan Ignacio Zoido (Montellano, Sevilla, 1951) pueda llegar a protagonizar una escena como la de la concesión de la medalla de oro al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor. Su acusado perfil técnico se celebrará en el agitado palacio del número 5 del paseo de la Castellana, muy necesitado de un político de talante pacificador. Tampoco es que le deba estas virtudes a su amigo de los tiempos de facultad Javier Arenas, valedor de Zoido en un partido en el que ya acumula más de 20 años de sensata trayectoria. El temple le viene de familia, la que ostenta en Fregenal de la Sierra (Badajoz) un negocio de pastelería: el comercio y la fábrica de turrones y dulces Hijos de Manuel Risco, establecimiento que su bisabuelo Zoido Álvarez fundó y al que Alfonso XII otorgó la condición de proveedor real. Ante la prematura muerte del padre, el adolescente dejó enseguida el obrador y fue encaminado hacia los estudios, que realizó con brillantez. Con 25 años era juez en Canarias y con 41, juez decano de Sevilla. La llamada de la política llegó en esa época: fue Margarita Mariscal de Gante, ministra de Justicia, la que le hizo colgar la toga al nombrarlo director general. Aznar se fijó en él y lo puso después al frente de las delegaciones del Gobierno, primero, en Castilla-La Mancha y, después, en Andalucía (afrontó en el cargo un duro trance personal, cuando su hijo José María murió en accidente de tráfico). La derrota del 2004 lo metió de lleno, con Arenas, en la renovación del PP andaluz. Así fue forjándose como candidato a la alcaldía de Sevilla, que logró en sus segundas elecciones, en el 2011. En fin, un hombre tranquilo que pondrá pronto a prueba su oficio de pastelero y juez con la ley mordaza, poco querida en el Congreso y que las nuevas mayorías quieren liquidar.