Atrapados en Grecia

Helia G. Rivero ALEXANDREIA (GRECIA)

ACTUALIDAD

La periodista asturiana Helia G. Rivero relata la difícil situación del campo de refugiados de Alexandreia

20 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En el campo de refugiados de Alexandreia (Grecia) sobreviven a día de hoy más de 800 personas. El 96% son ciudadanos sirios que huyen de una guerra que acaba de cumplir 5 años y que tiene pocos visos de acabar. En total, son 61.000 personas las que hoy viven en el país heleno sumidas en la incertidumbre total y a las que Europa sigue dando la espalda. Personas que ven pasar los días en una antigua base militar hoy reconvertida en residencia temporal para cientos de familias.

Con un permiso temporal de un año de residencia en Grecia, tienen prohibido trabajar en el país aunque sí disponen de libertad de movimiento. El proceso parece simple, pero se dilata demasiado en el tiempo. Tras registrarse en el programa de reubicación o reunificación de la Unión Europea, les toca esperar luz verde para poder continuar su camino hacia otros países. Países como España, donde nuestro gobierno adquirió hace un año el compromiso de acoger a cerca de 18.000 personas antes de que termine 2017. Hasta la fecha han llegado sólo 687.

La respuesta ante la parálisis siempre es la misma: el proceso burocrático es lento. De todas formas, la voluntad de agilizarlo por parte de los gobiernos europeos y de la UE parece poco menos que inexistente. La primera fase que han de superar los demandantes de refugio es una entrevista en el Ministerio de Inmigración griego. La segunda se celebraría ya en la embajada del país que pretenda acogerles. Mientras, en los asentamientos temporales de Grecia como el de Alexandreia, los funcionarios de ACNUR se encargan de darles información y asesoramiento legal. Les recuerdan que tienen tres opciones: pedir la reunificación familiar con sus familiares directos en otros países europeos si estos ya han sido reconocidos como refugiados; acogerse al programa de reubicación aprobado por la Comisión Europea en 2015 o pedir asilo en Grecia.

Mientras llega el SMS que les emplaza a la primera entrevista, en el campo de Alexandreia los voluntarios de Refugee Support tratan de que la vida de los refugiados sea lo más digna posible. A las tres comidas diarias que reparte el ejército griego, basadas sobre todo en pasta y arroz, se suman productos de higiene y ropa, fruto de donaciones particulares. No se puede obviar que la gran mayoría de los campos oficiales del gobierno griego no cumplen con unos mínimos sanitarios, higiénicos ni alimentarios. Tampoco que la infancia está insuficientemente protegida en campos plagados de cristales rotos y metales oxidados. En algunos de los asentamientos temporales de personas desplazadas se están dando tímidos avances. Si en la mayoría los servicios son químicos, en el de Alexandreia los residentes disfrutan, desde hace unos meses y gracias a International Rescue Committee, de unas letrinas con agua corriente. Y, desde unos días, también de casetas prefabricadas que les han permitido dejar atrás las tiendas de plástico y encarar el invierno en unas condiciones algo más dignas.

En todo caso, resulta vergonzoso que sean las organizaciones presentes en los campos griegos las que se tengan que encargar de organizar y distribuir las donaciones y de desarrollar actividades con los residentes. Mientras civiles lo hacen de forma altruista, a la Unión Europea la atención a todas estas personas le sale gratis. Una vez más, son las organizaciones civiles las que asumen la responsabilidad de los estados.

De todos modos, en el funcionamiento de las grandes ONG’s también hay claroscuros. Las voces más críticas de los movimientos sociales sostienen que, para que sus fondos no peligren, han de renunciar a contextualizar políticamente su papel. En este sentido, la escritora india Arundhati Roy, es su artículo La ONG-ización de la resistencia, habla de una de las consecuencias de esta preocupante dinámica: las víctimas patológicas. Personas que parece que ineludiblemente necesitan la ayuda del hombre blanco, de organizaciones y de  voluntarios cuando quien realmente tiene la responsabilidad les abandona. Por eso y para evitar tener que llegar a ese punto, es necesario que el voluntario, además de desarrollar su labor asistencial sobre el terreno, vuelva a casa con la voluntad de hacer partícipe a su entorno de una lucha que es de todos. Porque es nuestro Mediterráneo en el que, en lo que llevamos de 2016, han muerto ahogadas 4.271 personas. Porque se antoja algo incoherente apoyar económicamente a una organización humanitaria mientras se mira hacia otro lado cuando Europa sella sus fronteras a personas que huyen de una muerte casi segura.

Según el Centro Sirio para la Investigación Política, un 11,5% de la población ha muerto como consecuencia del conflicto armado. Los que han logrado escapar y juntar los cerca de 1.000 euros que les exigen las mafias para cruzar la frontera viven hoy en campos como el de Alexandreia.