Nacido para dominar

Juan Carlos Martínez REDACCIÓN / LA VOZ

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Brillante y carismático, fue un padre para millones de cubanos hasta que vieron en él a un tirano

27 nov 2016 . Actualizado a las 08:57 h.

Solo el paso de los años ha podido con este hombre tantas veces expuesto a la muerte, en combate o en los 637 atentados que, según la Seguridad cubana, se cometieron, se intentaron o se planearon contra él. La fortaleza de Fidel comenzó a mostrarse incluso antes de nacer; su madre, Lina Ruz, contó a un periodista que, estando embarazada, semanas antes de dar a luz a Fidel, se cayó del caballo que montaba. «Al no abortar -dijo-, comprendí que este niño iba a ser alguien grande».

Fuerte era también su padre, Ángel Castro Argiz, que participó como soldado en la guerra de Cuba y luego emigró a la isla. Era un hombre rudo, tenaz y emprendedor; trabajó para la United Fruit y acabó siendo terrateniente en Birán, cerca de Mayarí, dicen que por su laboriosidad pero también por esa mala costumbre gallega de mover marcos de fincas. Estaba casado y tenía dos hijos cuando comenzó su relación con Lina, una empleada suya casi treinta años más joven que él. Tuvieron siete hijos; Fidel fue el tercero.

Fidel fue un niño rebelde y se peleaba con otros mayores que él; si recibía una paliza, al día siguiente volvía a por más. Cuando, por su mal comportamiento, la familia quiso sacarlo del colegio marista de Santiago, donde estudiaba, amenazó a su padre con quemarle la casa. Volvió al centro, pero a los trece años lo enviaron a otro más estricto, el colegio jesuita de Belén, en La Habana. Allí destacó por su memoria prodigiosa y por sus dotes para el deporte; en el curso 1943-44 llegó a ser el mejor deportista escolar de Cuba. En la Academia Literaria Avellaneda, que dirigía el coruñés padre José Rubinos, los jesuitas lo formaron en la oratoria, por la que tanto se señaló después.

Castro siempre fue consciente de sus propias dotes. Contaba con ser importante. Su nombre de pila era Fidel Casiano; cuando por fin su padre lo reconoció, se inscribió en el registro como Fidel Alejandro, en honor a su admirado Alejandro Magno. Su primer hijo, fruto del matrimonio con Mirta Díaz-Balart, se llamó Fidelito, pero los que tuvo con su segunda esposa, Dalia Soto del Valle, recibieron los nombres de Alexis, Alexander, Alejandro, Antonio y Ángel, muestra de su fijación con aquel personaje. Y de su personalismo y su rechazo a la dirección colegiada, que serían fuente continua de tensiones.

La personalidad de Fidel era magnética, tanto por su elocuencia apasionada como por su físico. Desde que entró en la universidad ya nunca dejó de estar rodeado de una camarilla de admiradores; el primero, su hermano Raúl. En aquellos tiempos de iniciación en política se le conoció por el apodo de El caballo, por su vigor y su decidida marcha hacia adelante. Las mujeres lo consideraban irresistible. Tuvo ocho hijos reconocidos, otros dos conocidos y probablemente muchos más regados, como dicen en el Caribe, por media América. Millones de cubanos lo consideraron también un padre. Pero a medida que la revolución liberadora e igualitaria se fue convirtiendo en autocracia, buena parte de aquellos hijos renegaron de él y pasaron a verlo como un tirano.

Su educador político fue Eddy Chibás, líder del partido ortodoxo y seguidor del ideario de José Martí, el héroe de la independencia de quien Castro se creyó sucesor. La revolución cubana se hizo en nombre de la libertad frente a la injusticia, la corrupción y la pérdida de independencia. En su primer discurso al entrar en La Habana, Fidel insistió en el apoyo del pueblo, que «puede reunirse libremente», cuando «no hay torturas, ni presos políticos, ni asesinatos, ni terror», «cuando todos los derechos del ciudadano han sido restablecidos, cuando se van a convocar unas elecciones». Pero pronto la necesidad de defender lo conquistado generó cambios. Una muestra temprana fue la detención del comandante Huber Matos, que criticó la infiltración comunista en el mando revolucionario. Camilo Cienfuegos, tan carismático como Fidel, fue encargado del arresto, pero no mostró ningún entusiasmo. A los pocos días desapareció, al parecer en un accidente de aviación. Era el comienzo de una era de represión que ha durado ya más de medio siglo.

De la libertad a la autocracia

La prensa occidental, y particularmente la norteamericana, siguió con atención y medios la aventura de Sierra Maestra. Gracias a aquellas imágenes bien encuadradas y difundidas por las revistas ilustradas, Fidel se ganó amplias simpatías en Estados Unidos. Las confirmaría en su primer discurso ante la ONU, en 1960. Pero en el mismo año 59, el del triunfo de los castristas, la CIA ya sugirió asesinar al líder. Se desató una brutal campaña de atentados que culminó en 1961, con la invasión de la bahía de Cochinos. La beligerancia estadounidense empujó a Fidel hacia el bloque soviético, que estacionó misiles nucleares en Cuba en el movimiento de fichas más peligroso de la guerra fría.

El Gobierno cubano cometería errores en el campo económico desde los primeros tiempos, con Che Guevara al frente. Establecida la represión interior y arruinado el país, en parte por el férreo bloqueo y en parte por la falta de alternativa al monocultivo azucarero, los descontentos crecieron hasta que en el año 80 se da la estampida del puerto de Mariel. El régimen se había convertido hacía tiempo en una autocracia, que aún se endureció más tras la caída del bloque soviético. Pero incluso con represión y con escasez, Cuba mantuvo políticas de educación y de salud universales que han reducido indicadores como la mortalidad infantil muy por debajo de las cifras de los países de su entorno, incluido Estados Unidos.

En 1953, tras el asalto al cuartel de Moncada, Fidel sentenció: «Condénenme, la historia me absolverá». Estaremos atentos: el juicio de la historia va a tener lugar en estos días.