La fortuna y la ocasión

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La fortuna y la ocasión
PintoampChinto

Ese sentimiento, contrariamente a lo que quieren hacernos creer los eslóganes de la Sociedad Estatal de Loterías, no es la ilusión. Es el miedo

17 dic 2016 . Actualizado a las 10:03 h.

La fortuna y la ocasión
PintoampChinto

La Lotería de Navidad no ha tenido suerte con su anuncio de este año. La historia del pueblo que decide seguirle la corriente a una maestra jubilada que piensa erróneamente que le ha tocado la lotería no ha funcionado como se esperaba. Para empezar, ha enfadado a las personas mayores, que piensan que el anuncio retrata a los ancianos como desorientados y vulnerables -algunos lo son, y no habría nada malo en eso-. Pero el anuncio tiene otros problemas. Uno es que puede verse como una burla cruel. ¿Qué sentido tiene engañar a alguien que cree falsamente haber ganado un premio? Otro es que no apela al verdadero sentimiento de fondo que preside el sorteo de Navidad. Ese sentimiento, contrariamente a lo que quieren hacernos creer los eslóganes de la Sociedad Estatal de Loterías, no es la ilusión. Es el miedo.

Dos siglos antes que Facebook, la Lotería Nacional ya había inventado las redes sociales. Los números se dividen en décimos y participaciones, y se distribuyen utilizando los vínculos de la familia, el trabajo, la amistad y la contigüidad física. Es un fenómeno viral que opera por contagio. Siempre pienso que si pudiésemos reconstruir en un gráfico el movimiento de los números, tendríamos una radiografía muy precisa de los hilos invisibles que tejen la sociedad, y que desembocan en ese ritual hipnótico y fascinante que es el sorteo en sí, con la ubicua salmodia de los niños de San Ildefonso cantando cifras.

Esta distribución de boletos se suele presentar como movida por la solidaridad, el deseo de repartir suerte o, en el vocabulario edulcorado de la publicidad, de repartir ilusión. Y sin duda hay algo de eso. Pero todos sabemos que, en el fondo, compramos lotería por el temor a que toque a nuestro alrededor y no a nosotros. Es, fundamentalmente, un seguro contra la envidia. Ese es el temor que encierra esa leyenda urbana que circula todos los años: «Un señor compraba lotería en el mismo sitio todos los años, pero este año se olvidó de comprarla y…».

Ese es el miedo que subyacía sutilmente en los anuncios más exitosos del Sorteo de Navidad, disimulado dentro de cuentos de hadas con final feliz. Manuel, el hombre con cara triste que no había comprado un décimo aquel año en el bar de Antonio; Justino, el vigilante de una fábrica de maniquíes que no llevaba lotería de su empresa… Este último anuncio, en cambio, juega con fuego al presentarnos la lotería con la historia de un engaño. Crees que te va a tocar, crees que te ha tocado, como la anciana protagonista, pero al final resulta que no.

El Calvo de la Lotería que salía antes en los anuncios del sorteo de Navidad mandaba el mismo mensaje, pero era un guiño culto que solo pillaban los profesores de latín de instituto. Se dice que la diosa de la suerte, en la Antigua Roma, era una mujer con la cabeza rasurada. En realidad no es así. A Fortuna, que así se llamaba, se la representaba con una abundante melena y un elaborado peinado. Pero a su lado estaba generalmente la diosa Ocasión, que sí era calva (de ahí la expresión popular «la ocasión la pintan calva»). Para ser más exactos, tenía pelo por delante pero estaba rapada por la parte de atrás de la cabeza. Simbolizaba el hecho de que las ocasiones, una vez que pasan y nos dan la espalda, no pueden asirse ya, ni siquiera por los pelos.

Alguien en la Sociedad Estatal de Loterías del Estado había entendido que quien de verdad preside sobre el ritual del sorteo de Navidad no es Fortuna, la diosa del destino venturoso, sino la diosa Ocasión, la del miedo a las oportunidades perdidas.