Cristina y Urdangarin, la pareja ideal que descendió a los infiernos

Gonzalo Bareño Canosa
G. Bareño MADRID / LA VOZ

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La ambición y el gusto por el lujo truncaron el futuro de un matrimonio que parecía destinado a modernizar la Corona

18 feb 2017 . Actualizado a las 09:00 h.

¿Quién es ese rubio? Con esa pregunta, formulada por la infanta Cristina durante un partido del equipo español de balonmano en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, comenzó una historia de 20 años en la que la hija del rey y su marido, Iñaki Urdangarin, han pasado de ser vistos como la pareja ideal admirada por una mayoría de los españoles a descender a los infiernos del desprestigio y a ser tratados por la ciudadanía y por la propia familia real como unos apestados. Aquel rubio resultó ser algo así como el yerno ideal para cualquier suegra. Alto, guapo, deportista, elegante, discreto, con estudios y de buena familia. No tanto para el rey Juan Carlos, que acogió con escepticismo la posibilidad de que su hija se casara con un jugador de balonmano, hijo además de un militante histórico del PNV. Su matrimonio con la infanta Cristina, la primera persona de la familia real en obtener un título universitario, los situaba como la gran esperanza para renovar y modernizar la monarquía española.

Deporte y negocios

Pero ese andamiaje se vino abajo con estrépito. El simpático Urdangarin desarrolló pronto un carácter estirado y distante y una ambición desmedida. Y doña Cristina, que hasta entonces había mantenido una vida relativamente austera dentro de su posición, pasó a compartir la codicia y el gusto por el lujo de su pareja. En una España que vivía un bum económico y estaba inmersa en la cultura del pelotazo, Urdangarin aprovechó sus contactos en el mundo del deporte para hacer negocios. Fue nombrado vicepresidente del Comité Olímpico Español (COE). Y llegó a ambicionar ser algún día presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) gracias al apoyo del rey Juan Carlos. Pero, mientras tanto, decidió hacer caja. Ambos vivían por entonces en Barcelona en un buen piso, sin excesivo lujo, aunque las sospechas sobre que Urdangarin se lucraba a costa de la promoción altruista del deporte eran notorias.

El palacete los puso en el foco

Pero el gran salto vino cuando el matrimonio compró el llamado palacete en Pedralbes. Una vivienda que costó seis millones de euros y en la que invirtieron otros tres en reformas. Nadie ha podido explicar cómo pudieron afrontar ese gasto, que superaba con mucho la asignación que la Casa Real dedicaba a la infanta. Ni siquiera con el préstamo de 1,2 millones de euros que don Juan Carlos reconoció haberles concedido tendrían para semejante dispendio. Ese derroche desmedido fue el que los puso en el disparadero y situó el foco en los negocios de Urdangarin.

Por ello, en el 2006 la Casa Real le pidió que pusiera fin a sus actividades empresariales, impropias hasta entonces de un miembro de la familia real. La relación de Cristina con su padre, con el que compartió de joven la afición a la vela y el carácter campechano, había sido siempre inmejorable. Pero las cosas habían cambiado. La campechanía se había transmutado en altivez. Y esa orden a su marido, que les cortaba las alas a ambos, no fue aceptada. Pese a ser nombrado consejero de Telefónica en el 2006, Urdangarin siguió con sus negocios. Pero cuando en el 2009 el enriquecimiento de la pareja empezó ya a ser notorio y a salir en los medios, se le ofreció al yerno del rey un contrato en Washington como alto ejecutivo de Telefónica. El matrimonio se alejaba así de los focos, pero su suerte estaba ya echada. En el 2010 nació el caso Nóos, desgajado del caso Palma Arena, uno de los grandes escándalos de corrupción del Gobierno balear, en el que se había hallado documentación sobre dos convenios de colaboración entre la Administración autonómica y el Instituto Nóos. Y en el 2011, llegó el principio del fin con la imputación del yerno del rey, un hecho sin precedentes en la monarquía española.

Pese a todos los rumores, Cristina permaneció fiel a su marido, al que apoyó sin fisuras en todo momento, incluso por encima de las recomendaciones de miembros de su familia y de sus amistades. Nunca pensó que Urdangarin llegaría a ser juzgado. Y mucho menos, que lo fuera a ser ella misma. Rechazó divorciarse y también renunciar a sus derechos sucesorios o a su título de duquesa de Palma, que compartía con su esposo.

La pareja intentó mantener una vida discreta en Washington, pero la evolución del caso los obligó a regresar a finales del 2012 a España, en donde comprobaron hasta qué punto habían caído en desgracia. Fue más bien una vuelta a la realidad de un país en crisis que ya no tenía nada que ver con aquel de finales de los 90 y principios del segundo milenio. Acosados por la prensa, y convencidos de estar siendo injustamente tratados, se alejaron de antiguas amistades y se cerraron en un círculo muy reducido. Luego, para eludir la presión se trasladaron a vivir a Ginebra, una decisión que generó polémica.

Un futuro muy incierto

Tras la imputación y desimputación de Cristina, la abdicación del rey Juan Carlos en junio del 2014 y la llegada al trono de Felipe VI, su pérdida de la condición de familia real y su abierta enemistad con la reina Letizia los dejaron aún más expuestos. Solo la reina Sofía mantuvo la conexión. Imputada definitivamente a finales del 2014, Cristina empezó a comprender el futuro que la aguardaba. Asumido que Urdangarin sería sentenciado, los esfuerzos se centraron en librarla a ella de una condena, aunque para ello la preparada e independiente Cristina tuviera que asumir el papel de mujer ignorante que firmaba lo que su marido le decía sin enterarse de nada.

Ese objetivo se consiguió ayer. Pero, tras la confirmación de que Urdangarin irá a prisión, a la infanta Cristina le aguarda todavía un incierto futuro. De momento, se especula con que quizá traslade su residencia junto a sus hijos a Lisboa. Portugal es un país con grandes lazos con la familia del rey, desde el que podría visitar además a su marido si este ingresa en la prisión de Olivenza, en Badajoz. Un futuro que pondrá a prueba de nuevo su matrimonio y su fidelidad a aquel rubio que conoció en los juegos de Atlanta.