«Me prometieron hacerme fija a los seis meses. Cuando lo reclamé, me despidieron»

Pablo Batalla Cueto

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Álvaro Ballesteros

Dos «exfalsas autónomas» con denuncias en curso relatan sus casos

20 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Sólo trabajaba para ellos. Trabajaba en su local de nueve de la mañana a ocho de la tarde, utilizaba su material, tenía su uniforme, acudía como una trabajadora más a las reuniones de equipo, aparecía en su página web como una trabajadora de la empresa..., pero estaba como autónoma, y cobraba unos quinientos euros al mes a razón de quince euros por paciente. Me habían asegurado que me harían fija a los seis meses, pero cuando ese plazo pasó y yo reclamé lo que me habían prometido, me empezaron a hacer la vida imposible para que me fuera». Quien esto testimonia anónimamente, porque hay una denuncia en curso que desaconseja revelar su identidad, es terapeuta ocupacional y una antigua trabajadora de un centro de rehabilitación neurológico. La llamaremos Virginia. Su caso, que abarca los meses comprendidos entre enero y noviembre de 2016, es representativo de un fenómeno que no hace sino aumentar: el de los falsos autónomos, trabajadores asalariados que, sin embargo, computan como autónomos a efectos legales a fin de que las empresas que los contratan sorteen leyes laborales como las que regulan las bajas por enfermedad, las indemnizaciones por despido o las vacaciones pagadas.

A Virginia, el trabajo se lo había ofrecido, después de que terminara un período de paro y se quedara sin ningún ingreso, el compañero de universidad que iba a abrir el centro. «Me dijo», cuenta, «que me iba a contratar, pero cuando llegué allí me ofreció unas condiciones totalmente diferentes. De todas maneras, acepté. Me dijeron que la cuota de autónomos me la pagarían ellos, pero sólo me pagaron dos meses: luego tuve que empezar a pagármela yo». En la misma situación estaban otras dos trabajadoras: una logopeda y un fisioterapeuta.

Virginia debía estar disponible todo el día para acudir al centro a ocuparse de los pacientes que se le iban asignando en cuanto la llamaran. El problema es que distaba de haber regularidad en ese goteo de pacientes, y por lo tanto Virginia no la tenía en sus ingresos. «Yo tenía que estar disponible de nueve a ocho, y por lo tanto no podía desempeñar otro trabajo a la vez que éste, pero podía tener un paciente a las diez y hasta la una no tener otro, y luego a lo mejor tenía que comer allí porque sí tenía uno a las cuatro», evoca. Además, «cuando el dueño se iba de vacaciones, me pasaba sus pacientes, igual que cuando se casó, pero cuando volvía quería recuperar el dinero perdido y yo estaba una temporada con muy pocos pacientes», relata. Por supuesto, a sus propias vacaciones ella tenía que irse asumiendo no ser objeto del derecho a vacaciones pagadas que la legislación española reconoce para los asalariados desde 1938 y es uno de los pilares del Estado del bienestar. «Cuando eres autónomo, no trabajas, no cobras», resume Virginia.

«Él me mandaba y yo obedecía»

El caso de Diana -también en este caso hay que respetar el anonimato-, otra trabajadora que fue falsa autónoma entre septiembre de 2015 y enero de 2016, es diferente y a la vez parecido. Diferente, porque ella no cobraba menos que el salario mínimo interprofesional sino bastante más: unos 1200 euros. Pero parecido, porque también a ella se le hizo la promesa de hacerla fija y cuando exigió su cumplimiento se la despidió ipso facto. Su centro de trabajo era un laboratorio de análisis clínicos que la contrató como comercial: su trabajo consistía en visitar clínicas veterinarias para mostrar a sus dueños el catálogo de vacunas y medicamentos de la empresa. Cobraría un salario base de 860 euros que se vería complementado por una serie de comisiones variables que permitirían elevarlo por encima de los mil euros. Pero lo cobraría como autónoma. «Quien me contrató me dijo, literalmente, que me estaba ofreciendo una mierda, pero que a los seis meses me contrataría por cuenta ajena». Durante esos seis meses, Diana, como Virginia, fue una trabajadora del centro a todos los efectos. «Trabajaba», evoca, «de ocho de la mañana a siete de la tarde. El dueño me daba unos horarios y unos objetivos semanales: él mandaba y yo obedecía; yo no tenía ningún tipo de control sobre mi trabajo».

Cuando los seis meses pasaron, Diana, también como Virginia, fue al despacho de su jefe a recordarle la promesa que le había hecho y rogarle su cumplimiento, pero lo que recibió de él fue la carta de despido. Lejos de resignarse, dio inicio entonces a un proceso judicial que debe solventarse a finales del próximo mes de mayo. Así enumera los pasos que siguió: «Yo soy afiliada a la Corriente desde hace tiempo, y fui allí a contar lo que me estaba pasando y a asesorarme un poco. Los abogados dudaban de si denunciar judicialmente a la empresa, porque decían que demostrar que se está contratado como falso autónomo puede ser muy complicado. Lo que hicimos, en consecuencia, fue reunir pruebas e interponer una denuncia en Inspección de Trabajo. Inspección de Trabajo me dio la razón y entonces fue cuando ya sí nos planteamos denunciar judicialmente para reclamar el dinero que me hubiera correspondido si hubiera estado contratada por cuenta ajena. Intentamos llegar a un acuerdo con la empresa, pero no accedieron, así que hubo que ir a juicio, y en eso estamos ahora».

Tanto Diana como Virginia animan a quienes se encuentren en una de estas situaciones a dar el paso de denunciar. «La única manera de que empiecen a tomarse medidas contra esta lacra es que empiecen a llegar denuncias a Inspección de Trabajo y a los juzgados», dice Diana.