La ultra maquillada y el socialista fugaz

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PILAR CANICOBA

Le Pen pone la ira y el drama de su saga y Macron aparece como el emprendedor que cree haber dado con la fórmula mágica

07 may 2017 . Actualizado a las 11:49 h.

Cuenta en su autobiografía Marine Le Pen (Neully-sur-Seine, 1968) que ella se topó con la política «de la forma más brutal y violenta». Cuando tenía 8 años, un atentado hizo volar por los aires la casa de su familia. «Veinte kilos de dinamita», dice en el libro A contre flots. En realidad, según las autoridades francesas, eran cinco kilos de explosivos. La historia muestra la determinación de Marine y también su falta de escrúpulos para moldear la realidad. Por sus discursos contra las élites durante la campaña presidencial, cualquiera diría que creció en los suburbios de París. Pero lo cierto es que, tras el ataque, los Le Pen se fueron al castillo de Montretout, un palacete de 400 metros cuadrados con un parque privado de 5.000 que les dejó en herencia Hubert Lambert, un empresario del cemento.

Emmanuel Macron (Amiens, 1977) siempre ha brillado. Estudió en un colegio privado jesuita y tenía asombrados a los miembros del consejo escolar. En el Instituto de Estudios Políticos de París (el Sciencies Po) disponía de diez minutos para leer su exposición Historiografía del comunismo, pero dicen que el profesor del tribunal hizo una excepción para que continuara. Se graduó en la elitista École National d'Administration. Sus oponentes aseguran que ese título es el código de barras que lo marca como un político del sistema, un producto de la factoría de esa vieja política que él mismo abandonó. Por si fuera poco, fue socio de Rothschild y después socialista fugaz y delfín de François Hollande.

Alumna y profesor

Marine Le Pen hizo la comparación en el debate con Macron: «No haga de profesor ni me haga parecer a mí la alumna». Pero sí lo parecen. Le Pen es más emocional. El líder de ¡En Marcha! es más técnico, más frío, pero más preciso en el dato. En sus mítines, la candidata del FN cuida sus frases, duras, rozando la portería, pero sin zambullirse totalmente en el racismo como su padre o Donald Trump. Un poco de xenofobia allí, todo el antieuropeísmo allá, y más ira que Mélenchon si cabe. Grandeur, mucha grandeur. Afín al presidente estadounidense, en sus actos políticos también suele haber un momento reservado para el abucheo y la acusación. Los enemigos. Sin embargo no le importó usar a los medios en su estrategia de desdiabolización del Frente Nacional. Según un estudio de Lab d'Europe 1 citado por Le Monde, ella y su número dos en el FN, Florian Philippot, fueron los políticos con mas intervenciones en las tertulias matinales de radio y televisión. Sin embargo, en los discursos de la extrema izquierda y la ultraderecha siempre se subraya que Macron es el mimado de la prensa, quizás porque ha sido el único candidato importante que ha establecido una relación normal con los periodistas durante la carrera presidencial.

A Le Pen, defensora de los valores tradicionales, no le gusta que le mencionen sus noches locas de los ochenta, en la discoteca Les Bains y en el pub Sinaloa. Ni tampoco que le recuerden que su madre huyó de casa y posó para Playboy para vengarse de su padre. Ni que le señalen que, cuando era una joven abogada, defendió a algún que otro inmigrante sin papeles. Prefiere hablar de la incoveniencia de la gestación subrogada, aunque sin mostrarse tan dura en cuestiones sociales como su sobrina Marion Maréchal-Le Pen, que por esas grietas se pierden votos. Divorciada, su marido es Louis Aliot, el último gran estratega del FN.

La vida de Macron tampoco satisface precisamente a los más conservadores de la República. Se marchó con su profesora de francés, casada, con tres hijos, y 24 años mayor, y sigue siendo su pareja. Cuando habla de que hay que aceptar a todo tipo de familias hasta podría estar refiriéndose a la suya propia, que es un desafío a ciertas convenciones y que, según los expertos, puede arrastrar voto femenino.

Los analistas también creen que, en cierto modo, Marine Le Pen ha marcado un hito en la política de extrema derecha, donde mandan los hombres. Purgó a la vieja guardia del partido y desafió a su progenitor (en cierto sentido, los dos candidatos han matado a su padre político). Nunca una mujer había llegado tan arriba a lomos de la ideología ultra.

Le Pen visita las puertas de las fábricas para hacerse selfis. Macron cautiva en los despachos de Europa. En Madrid, se reunió con franceses que trabajan en importantes empresas españolas. Convenció. A los ejecutivos les sorprendieron, por ejemplo, sus conocimientos sobre el mundo digital (algo no muy común en la esfera política). Mathias Vicherat, exjefe de Gabinete de Anne Hidalgo, la alcaldesa socialista de París, aseguró a Le Parisien que siempre ha sido un camaleón. Independientemente del color, necesitará una piel dura para unir a Francia.

¿Un nuevo «enarca» en el Elíseo?

¿Qué tienen en común Valéry Giscard-D’Estaing, François Miterrand, Jacques Chirac, Dominique de Villepin, Ségolène Royal, François Hollande y Emmanuel Macron? Todos han pasado por la Ecole National d’Administration (ENA). La cosecha impresiona más si se tiene en cuenta que la institución produce solo ochenta graduados al año. Muchos dicen que Francia es una enarquía, palabra extraña para el frutero del banlieue, pero familiar para el joven de la Sorbona. La ENA es gasolina que inflama el discurso francés contra las élites.

En Francia hay quien añade ese título a sus currículos. En la era de Donald Trump algunos ocultan que estudiaron en Harvard. Alain Madelin, exministro conservador, llegó a decir en 1997: «Irlanda tiene el IRA, España tiene ETA, Italia la mafia y Francia la ENA». El centrista François Bayrou defendió diez años después que la escuela fuera eliminada. Peter Gumbel, antiguo corresponsal de Time en París, describe en Francia’s Got Talent las «consecuencias del elitismo francés». Asegura que la ENA y la École Polytechnique, el otro vivero del poder, entierran el mito de la meritocracia y alimentan la frustración. Señala que la senda hacia la cima es mucho más estrecha y exclusiva en Francia que en el Reino Unido o EE.UU.

Un estudio del Centre National de la Reserche Scientifique demostraba que la mitad de los grandes directivos de las 200 principales compañías francesas proceden de la ENA. En los últimos tiempos, el poder ha estado en manos de la promoción Voltaire: Hollande, Royal, Villepin. Todos compañeros de Michel Sapin, ministro de Economía, y de Renaud Donnedieu, titular de Cultura y Comunicación con los conservadores. Macron no es de esa hornada. Pero puede ser el siguiente enarca en el Elíseo.