La última verdad del caso Asunta

Xurxo Melchor
xurxo melchor SANTIAGO / LA VOZ

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Antena 3

El documental de Antena 3 cuenta con las voces de los grandes protagonistas del caso, pero intenta sembrar unas dudas sobre la investigación que no son reales

26 may 2017 . Actualizado a las 18:35 h.

El documental Lo que la verdad esconde: caso Asunta realizado por Bambú Producciones para Antena 3 y cuyo primer capítulo se emitió en la noche del miércoles es, ante todo, un muy buen trabajo periodístico. Sin voces en off, sin reconstrucciones dramatizadas con actores ni dibujitos y viñetas. Reúne, y no es una tarea sencilla, a la gran mayoría de los protagonistas de una historia que regresa cada cierto tiempo del olvido y de la que jamás parece haberse escrito el último epílogo. Es la primera vez que el público, y no solo algunos periodistas especializados en el crimen, ha podido escuchar y ver en persona a los guardias civiles que llevaron a cabo la investigación, al juez que la dirigió, José Antonio Vázquez Taín, o a los forenses que practicaron las pruebas de la autopsia. El resultado hace imposible el zapeo. Engancha desde el primer minuto y atrae toda la atención del espectador de la misma manera que lo hizo en aquellos largos meses de finales del 2013 y principios del 2014 en los que este caso hizo contener el aliento a toda España y atrajo el interés de medio mundo.

En ese elenco que forma parte del documental está uno de los dos hombres que halló el cadáver en la pista de Montouto (Teo), Alfredo Balsa, los vecinos de la casa cercana que pasearon aquella noche por el lugar y que no vieron el cuerpo en la cuneta, el guardia civil que detuvo a Rosario Porto en el tanatorio de Santiago y sus compañeros del equipo de investigación o los primeros abogados de los padres de la niña, amigos de la familia Porto. Algunos ya habían salido con rostro y voz en los medios, pero no ninguno de los agentes del instituto armado, cuya participación es el segundo mayor gancho de este trabajo. El primero es, indudablemente, la entrevista telefónica que aceptó Rosario Porto desde la cárcel. Es la primera vez que habla a un medio de comunicación, de ahí que en el primer capítulo ya emitido solo se hayan escuchado algunas frases. El resto se irán desgranando en las dos entregas que faltan.

Con tantos elementos atractivos no hacía falta intentar sembrar unas dudas sobre la investigación y sobre los hechos que se han demostrado probados que no existen. No es casualidad que el jurado popular declarase culpables a Rosario Porto y Alfonso Basterra por unanimidad. Ni que el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) primero y el Supremo después confirmasen la sentencia. Hay muy pocos casos con tantas y tan contundentes pruebas como el de Asunta.

Los hechos probados

Recapitulemos. Basterra compraba el lorazepam -marca Orfidal- con el que se ha probado que fue drogada la niña entre tres y cuatro meses antes de su asesinato. El día del crimen, se le administró una dosis tóxica -unas 27 pastillas machacadas- en la comida o en horas próximas, momentos que pasó en casa de su padre y con su madre también presente. El vestido de Rosario tenía polvo de Orfidal a la altura del muslo, como si se hubiese limpiado los restos que le quedaron en la mano al manipular los comprimidos. Por no hablar de las cuerdas naranjas que había en la casa y en la pista, el clínex con ADN de la madre y la niña y su extraño comportamiento cuando llegaron a la casa de Teo. Sin olvidar que mintió diciendo que dejó a la niña en su piso de Santiago y que solo confesó la verdad al saber que había imágenes de cámaras de seguridad en las que se veía a su hija en el coche. Hay más, sí. Aún hay más, pero estas son las más significativas.

Rosario Porto y Alfonso Basterra planearon y ejecutaron el asesinato de su hija. Se ha demostrado cuándo, cómo, dónde y con qué lo hicieron. Esa es la verdad y no hay nada que la esconda ni que siembre dudas razonables sobre ella. Queda un único extremo por conocer, el por qué lo hicieron. Y esa última verdad solo está escondida bajo la mentira de los padres, que siguen sin confesar.