Cómo usar EPO sin doparse

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El manejo de la síntesis de EPO por el cuerpo humano es un método lícito de mejora del rendimiento, otra cosa cómo algunas personas vinculadas al deporte traspasan la frontera de lo ético

13 ago 2017 . Actualizado a las 09:57 h.

«En mi opinión no es humanamente posible ganar el Tour de Francia en siete ocasiones seguidas sin doparse». Esto es lo que afirmaba Lance Armstrong, sin duda el caso de dopaje más sonado de un ciclista de elite, en una entrevista con Oprah Winfrey en enero de 2013. En ella admitía haber utilizado eritropoyetina (EPO) durante la preparación para la prueba ciclista francesa. El uso de EPO está prohibido por la Agencia Mundial Antidopaje, la Unión Ciclista  Internacional o el Comité Olímpico Internacional, entre otros organismos deportivos. Pero ¿por qué razón el uso de EPO no está autorizado? ¿Qué ventaja ilícita aporta a un deportista cuando la usa?

Para poder responder estas cuestiones es necesario recordar que todas las células del cuerpo humano necesitan oxígeno para realizar sus funciones: lo necesitan sus neuronas mientras lee este artículo, su corazón que late rítmicamente o las fibras musculares de un deportista durante una prueba deportiva. El oxígeno viaja por la sangre en el interior de los glóbulos rojos unido a una proteína, la hemoglobina. Los glóbulos rojos son células especializadas en el transporte de oxígeno. La EPO actúa sobre estos transportadores de oxigeno. Veamos cómo.

Algunas células del riñón disponen de unos sensores que constantemente miden la concentración de oxígeno sanguíneo. Cuando estos sensores detectan una bajada de la concentración de oxígeno (hipoxia), reaccionan elaborando la hormona eritropoyetina que actúa en la médula de los huesos promoviendo el desarrollo de los glóbulos rojos. El resultado final de esta cadena de reacciones fisiológicas es un incremento del porcentaje de glóbulos rojos en sangre (que se conoce como hematocrito)  y de la hemoglobina. De este modo se ha compensando un bajo aporte de oxígeno a las células corporales  incrementando el número de agentes transportadores, o sea, de glóbulos rojos,  y de este modo las células vuelven a recibir el aporte de oxígeno que necesitan.

Esto es lo que sucede cuando se asciende en altitud desde el nivel del mar. A medida que subimos disminuye la tensión de oxígeno, algo que conocen muy bien los alpinistas. A mediados del siglo pasado ya se utilizó la altitud como un recurso del entrenamiento deportivo. Cuando un atleta entrena en altitudes superiores a los 2.500 metros sobre el nivel del mar incrementa sus niveles de EPO y, por la razón que hemos visto antes, aumenta su rendimiento deportivo. La EPO forma parte de ese mecanismo de aclimatación a la altitud, que es fisiológico y no entraña rastro alguno de dopaje. El manejo de la síntesis de EPO por el cuerpo humano es un método lícito de mejora del rendimiento deportivo.

Pero como sucede con todo tipo de conocimiento se puede hacer un buen o un mal uso de él. Algunas personas vinculadas al deporte decidieron traspasar la frontera de lo ético y entrar en el ámbito del dopaje. Sabiendo que el incremento de la concentración de glóbulos rojos en sangre lleva a un mejor rendimiento deportivo decidieron tomar el atajo del dopaje sanguíneo. Recurrieron a  la autotransfusión sanguínea, que consiste en una extracción de sangre del propio deportista, el aislamiento y conservación de sus glóbulos rojos, que son inyectados  de nuevo previamente a la prueba deportiva. Es un método de dopaje, rápido y sencillo, que consigue el mismo efecto que la EPO (aumento de la cantidad de glóbulos rojos) pero sin utilizar EPO. 

La sombra del dopaje sanguíneo apareció en los Juegos Olímpicos de 1972. Mientras se recurría al dopaje mediante autotransfusión empezaba una carrera que culminaría en el uso de EPO exógena como método de dopaje. La primera etapa de esa carrera culminó con éxito en 1977, cuando  se aisló por primera  vez la eritropoyetina, como la hormona que desencadenaba el proceso de proliferación de los glóbulos rojos en sangre ante una situación de hipoxia sostenida. Como sucede en múltiples ocasiones en biología se conocía el efecto de la altitud pero no se había identificado y asilado la sustancia responsable. La siguiente etapa consiguió la identificación del gen responsable de la síntesis de eritropoyetina y la síntesis, desde 1989, EPO recombinante humana (rhEPO) obtenida por medios biotecnológicos.

A partir de ahí cualquier profesional de la medicina deportiva sin grandes dosis de inspiración podía deducir que inyectando rhEPO en un deportista conseguiría una elevación de su hematocrito, esto es, un mayor rendimiento deportivo. Un recurso excelente para deportistas con grandes dosis de  ambición y escasos escrúpulos éticos. Desde los años 90 la EPO fue usada por deportistas para aumentar el rendimiento deportivo, hasta el punto que llegó a hablarse de una época de barra libre para la EPO.

El uso de EPO exógena no está exento de riesgos para la salud del deportista, quizás el más grave es el incremento de la probabilidad de sufrir accidentes cerebro vasculares debido al aumento en la viscosidad sanguínea. Si el hematocrito de un deportista es de 42%- 45%, cuando se recurre al uso de EPO estos niveles pueden llegar a superar el 55% o incluso el 60% durante una prueba deportiva debido a la deshidratación por el esfuerzo. Por ello existe un riesgo para la vida del propio deportista. Los profesionales del dopaje se han ido aprovechando de las mejoras que se han introducido en la EPO empleada con fines terapéuticos, como un periodo de acción más prolongado o una más difícil detección en sangre.

Si bien el ciclismo ha sido el deporte donde más casos de uso ilícito de EPO se han detectado también se ha usada en deportes como el fútbol y el esquí de fondo. Tal vez el espectáculo que rodea a las grandes estrellas del deporte tenga algo que ver con la perdida de referentes éticos por parte de algunos deportistas. En la mencionada entrevista de Lance Armstrong, éste reconocía: «Me dopé por mi instinto insaciable de ganar, de ganar a todo». Quizás sería un acierto empezar enseñando a los niños que no se puede ganar siempre y que en la derrota puede haber grandes oportunidades de crecimiento personal.