El ocaso de Ivanka en la Casa Blanca

Adriana Rey NUEVA YORK / CORRESPONSAL

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SAUL LOEB | Afp

La hija de Trump pierde influencia en las decisiones presidenciales mientras reduce su exposición pública

03 sep 2017 . Actualizado a las 09:36 h.

Uno de los principales valores de Ivanka Trump como asesora del presidente era la capacidad que tenía de influir en las decisiones de su padre. Sin embargo, desde hace meses es obvio que su poder de convicción no pasa por sus mejores momentos.

El contingente familiar de la Casa Blanca comenzó a tambalearse tras la salida de EE.UU. del Acuerdo de París. Esta fue la primera señal de que el peso de Ivanka no era el que muchos habían imaginado cuando recibió en la Trump Tower de Manhattan, al exvicepresidente Al Gore y al actor Leonardo DiCaprio, ambos aguerridos activistas de la lucha contra el cambio climático.

La empresaria fue bautizada de forma despectiva como «princesa real» por los funcionarios El poder de «la princesa real» (tal y como algunos la llaman despectivamente dentro de la Casa Blanca) continuó menguando cuando el republicano prohibió a los transgénero su participación en el Ejército; una decisión que cogió por sorpresa a su propia hija tras enterarse del nuevo arrebato presidencial, vía Twitter. Lo ocurrido supuso toda una bofetada para su agenda, teniendo en cuenta que Ivanka es una de las voces a favor de la comunidad LGTB.

Consciente de las limitaciones para frenar a su padre, la joven ha optado por retirarse del foco de atención en medio de algunas de las peores crisis de la nueva Administración y en este sentido, su marido, Jared Kushner, ha ido de la mano. Ocurrió por ejemplo con la debacle parlamentaria tras intentar derogar la ley sanitaria conocida como el Obamacare. En medio de las negociaciones entre la Casa Blanca y un Partido Republicano absolutamente dividido, la asesoría de Jared e Ivanka brilló por su ausencia. Sin reparo alguno, ambos publicaron fotografías esquiando en la elitista estación de Aspen, en Colorado, mientras la ruptura entre los conservadores y el presidente abría los telediarios.

El distanciamiento entre la primera hija y su padre se repitió tras los ataques racistas en Charlottesville. Mientras Trump defendía el argumentario de los supremacistas blancos, su hija y yerno ponían tierra de por medio. En este caso, el judaísmo que ambos profesan no fue suficiente para condenar lo ocurrido y su silencio dañó intensamente su imagen. Nadie entendió por qué no hubo ninguna declaración de Kushner, teniendo en cuenta el horror que sus propios abuelos vivieron como víctimas del Holocausto nazi.

Estrategia de salida

El alejamiento familiar se ha consolidado con la llegada de John Kelly como jefe de gabinete. En un intento de controlar la información que entra y sale del Despacho Oval, el general retirado ha trasladado a la pareja la obligatoriedad de pedir cita, si quieren hablar con el presidente de asuntos que no sean familiares.

La rebeldía del mandatario ha hecho que la nueva Administración navegue bajo una tormenta permanente, donde el Rusiagate es el gran huracán y aquí, Ivanka tampoco lo tiene fácil en ese campo. Jared Kushner es una de las figuras más investigadas por el fiscal especial de la trama, Robert Mueller, después de revelarse que el joven ofreció un canal de comunicación secreto entre el Kremlin y la Administración Trump. Esto, junto con los diferentes encuentros que mantuvo con un banquero ruso, o una abogada cercana a Vladimir Putin, han removido las aguas hasta tal punto que algunos en la avenida Pensilvania creen que es mejor que Jared Kushner abandone el barco y «dejarlo ir».

Bajo este panorama, medios como Vanity Fair, sostienen que la pareja ya ha comenzado a sopesar su estrategia de salida, e incluso podrían estar considerando la posibilidad de salir de Washington, a finales del año escolar 2018. Su marcha tendría lugar no porque corran el riesgo de ser expulsados, sino porque el matrimonio querría salvar su propia reputación e intentar retomar, lo más ilesos posible, sus antiguas posiciones entre la élite del Upper East Side neoyorquino y los círculos de poder de la alta sociedad de Nueva Jersey. 

8.000 millones para afectados del «Harvey», cuyos daños superan ya los 105.000

«Hemos visto mucha felicidad, a pesar de lo duro que ha sido», dijo Trump tras su primer encuentro con víctimas de la devastación del Harvey. Era su primera parada en uno de los cientos de centros de asistencia habilitados en Houston. Trump charló con niños y padres, se fotografió con todo aquel que le pidió un selfi y ayudó a Melania Trump, a servir varias comidas. «Mis manos son demasiado grandes», bromeó el neoyorquino mientras se hacía con unos guantes de látex para preparar los menús. Así fue como Trump se acercó por fin a la imagen que se espera de un presidente, cuyas responsabilidades también pasan por visitar a las víctimas de una catástrofe. Fue justo lo que no hizo el martes cuando viajó a Texas por primera vez después del huracán y no habló con los damnificados.

Además de Houston, el viaje de ayer llevó a los Trump hasta Lake Charles, una de las zonas más afectadas en Luisiana, que también fue golpeado por la tormenta. La visita a ambos territorios se produjo horas después de que Trump enviase una carta al Congreso pidiendo un paquete inicial de casi 8.000 millones de dólares en asistencia para los esfuerzos de ayuda y recuperación. El pedido incluye 7.400 millones para la Agencia Federal de Emergencias y 450 millones para préstamos a dueños de pequeños negocios afectados por un huracán que ya se ha cobrado la vida de 50 personas. Los daños, se calcula, superan ya los 105.000 millones.

Para la nueva Administración, la tempestad también se avecina en terreno internacional, tras ordenar el presidente instrucciones para retirar a EE.UU. del acuerdo de libre comercio con Corea del Sur. La medida agudizaría las tensiones con un fiel aliado en un momento en el que ambos enfrentan una crisis severa con el régimen de Piongyang.