¿Nos robarán los robots nuestros trabajos? Ya lo están haciendo

María Viñas Sanmartín
María Viñas REDACCIÓN / LA VOZ

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MARIA PEDREDA

El 45 % de las tareas actuales son susceptibles de ser desempeñadas por máquinas: hay cerca de millón y medio de robots industriales operando ya en el mundo; en el año 2030, los autómatas habrán ocupado tres de cada diez puestos de trabajo e impulsado un 14 % el PIB

03 sep 2017 . Actualizado a las 09:07 h.

En mayo de 1997, el campeón del mundo de ajedrez Garry Kaspárov y el superordenador de IBM Deep Blue libraron en Nueva York una igualada y mediática partida que terminó ganando la máquina. Fue la primera vez en la historia que una inteligencia artificial se alzó sobre el intelecto humano. Han pasado veinte años y hoy convivimos con este tipo de mentes, diseñadas, como el equipo que doblegó al ruso, para ser las mejores en tareas específicas. Para hacer muy bien algo concreto. Si en lugar de peones y alfiles, el ajedrecista hubiese puesto sobre la mesa fichas de dominó, el sistema informático no hubiese tenido nada que hacer. Solo sabía desenvolverse en un tablero de casillas negras y blancas.

Esos softwares, programados para desempeñar tareas determinadas y mecánicas, son susceptibles de ocuparse hoy de hasta la mitad de las actividades que el ser humano realiza en sus puestos de trabajo -un estudio reciente de la consultora McKinsey sitúa el porcentaje en el 45 %; el Banco Mundial, por encima del 60 %-. En ello están ya. Actualmente, la automatización de tareas es algo corriente en montaje y fabricación, en transporte, logística y en apoyo administrativo. Hay cerca de 1,5 millones de robots industriales operando en el mundo, según la International Federation of Robotics. Pero, ¿qué pasará a corto plazo? ¿Hasta qué punto están en peligro nuestras nóminas? ¿Podrá un robot diagnosticar y tratar un cáncer algún día, educar a nuestros hijos, redactar una emotiva crónica periodística tras un partido de fútbol?

Vamos a los datos. Los prestigiosos economistas Daron Acemoglu, del MIT, y Pascual Restrepo, de Yale, que llevan años estudiando el fenómeno, estiman que por cada máquina que se incorpora en un proceso productivo se destruyen seis puestos de trabajo. Desde PwC apuntan que, en el 2030, tres de cada diez sillas las ocupará una máquina y que el PIB habrá escalado un 14 % como consecuencia de la inteligencia artificial -la productividad será mayor, también la fuerza laboral y, con productos y servicios de más calidad, personalizados incluso, el consumo aumentará-. Afina más el Foro Económico Mundial, que tasa en cinco millones los puestos que se habrán perdido en el 2020 en favor de la IA. «El avance es frenético -señala Senén Barro Ameneiro, catedrático de Ciencias da Computación e Intelixencia Artificial-. De hecho, la tecnología que existe a día de hoy permitiría ir mucho más lejos en la automatización de tareas». ¿Qué la frena? «Muchas razones -continúa-, como la relación coste/beneficio (el coste de los empleados del sector textil en muchos países es insultantemente bajo, por lo que no hay interés en mecanizar estas labores), los recelos éticos o las cuestiones legales». «Podríamos automatizar por completo el vuelo de una aeronave, por ejemplo, pero seguramente chocaría con la desconfianza de los pasajeros y las aseguradoras», ilustra el experto.

No hay que echarle demasiada imaginación para suponer cómo será el escenario laboral de aquí a unos años. En el 2015, la fábrica de móviles china Changying Precision Technology Company sustituyó por robots el 90% de su plantilla, quedándose, de 650 operarios, con solo 60. Al margen del enorme ahorro en costes que le supondrá la amortización de la inversión, la robotización de su actividad le ha permitido incrementar la producción en un 250 % y reducir el número de defectos en la producción del 25 % al 5 %. ¿Qué hacen los trabajadores que se salvaron? Supervisar el correcto funcionamiento de toda la planta. «En la mayor parte de los casos, se automatizan tareas o actividades, no puestos de trabajo -explica Barro-, labores que no requieren para su desempeño de una formación especial y están peor retribuidos».

No son, sin embargo, los empleos menos cualificados los que necesariamente se verán más afectados. «Los que requieren de interacción con otras personas o que, aún siendo físicos, son poco rutinarios, no van a ser fáciles de mecanizar -avanza-. Por el contrario, las tareas desarrolladas por profesionales especializados, pero que están muy pautadas y son repetitivas, como el diagnóstico de imágenes médicas, pasarán pronto a ser realizadas íntegramente por máquinas; es más, disponer de sistemas capaces de apoyar la labor humana puede hacer que personas con capacidades o habilidades menores que otras puedan superar a estas en el desempeño de sus trabajos». ¿Por ejemplo? «Un empleado de banca no especialmente cualificado puede decidir la concesión de un crédito bancario asesorado por un sistema experto con mayor fiabilidad que un especialista en la materia».

La idea es que el robot y el trabajador convivan y cooperen, «mejorando el primero las condiciones de trabajo del segundo y consiguiendo, entre ambos, un proceso más eficiente», anota Carlos Abella, del Centro Tecnológico de Automoción de Galicia, implicado, junto al Grupo PSA, en el desarrollo de una planta piloto 4.0 que acaba de captar 50 millones públicos y que permitirá mantener 400 empleos y crear 80 nuevos. Porque la disrupción digital generará también nuevas oportunidades, pero ¿y los desahuciados del mercado laboral? El Foro Económico Mundial ya lo tiene claro: la renta básica universal.

En Galicia los robots hacen coches y ropa

Dos son los sectores que concentran los proyectos más importantes de la industria 4.0 en Galicia: el de la automoción y el textil, con PSA e Inditex a la cabeza, a los que se suma el imparable auge de los drones. El tejido productivo gallego tiene, sin embargo, un perfil tecnológico medio-bajo, que se compensa con una demostrada capacidad de I+D y un número creciente de empresas con suficiente potencial para dinamizar el actual escenario. «La industria de automoción lleva años trabajando en la digitalización de todos los procesos, buscando el control individual de cada pieza que se fabrique -señala Abellas, del CTAG-. Además, en los últimos años se han incorporado tecnologías como AGVs (vehículos industriales inteligentes) y cobots (robots colaborativos)». Estos dispositivos permiten mejorar la flexibilidad y la autonomía de los procesos, tanto productivos como logísticos, pero, de nuevo, las máquinas no son suficientes. «Una empresa que se digitaliza demanda más profesionales de alta capacitación -apunta Abellas-. Cada vez hay más necesidad de personal TIC en las fábricas para absorber estas posibilidades, así como nuevos perfiles que no existían hace diez años, como científicos de datos o ingenieros del Internet de las cosas». A corto plazo, el Centro Tecnológico de Automoción de Galicia prevé un mayor desarrollo de la robótica colaborativa y de la explotación de la información que actualmente se obtiene de los procesos productivos. Esto será posible gracias a las nuevas tecnologías de sensorización y a la implantación generalizada de sistemas para la lectura de datos, lo que aumentará la competitividad de las plantas gallegas.

Máquinas capaces de aprender y de sentir

Lograr un pensamiento similar al humano no es solo el más grande, sino el último reto de la IA. «Estaríamos como poco a unas cuantas décadas de alcanzar una inteligencia artificial comparable a la nuestra -comenta Senén Barro-. Eso sí, si llegamos a esa superinteligencia, o singularidad tecnológica, las máquinas tendrían una capacidad exponencialmente creciente para diseñar a su vez otras máquinas aún más inteligentes». Y nos superarían. De momento, hay dos importantes desafíos: que los robots «aprendan» y que «sientan». «No es posible programar las máquinas para que desempeñen tareas cada vez más complejas si no es a través de mecanismos que les permitan aprender al menos una parte de lo que luego les ayuda a tener un desempeño adecuado», sigue Barro. Los robots no piensan en el sentido humano, pero sí son capaces de hacerlo en el práctico. Pueden llegar a razonar, alcanzar conclusiones nuevas a partir de información o hechos conocidos.

Por otra parte, cada vez más, los sistemas informáticos pueden «sentir», ya que son capaces de percibir el entorno a través de sensores, y actuar en consecuencia. «Sentir resulta imprescindible para tener autonomía, algo muy importante para diseñar robots complejos y competentes», apunta el experto. Hoy, asegura, máquinas y personas somos bastante complementarios en nuestras capacidades. Ahora solo les queda interactuar.