Juchitán, destruida tras el terremoto: «Estamos en la calle»

Azucena Alfonsín
Azucena Alfonsín VILLAHERMOSA / LA VOZ

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El pánico y el desabastecimiento se interponen en el intento de recuperar la normalidad tras el seísmo en México

10 sep 2017 . Actualizado a las 14:13 h.

Dos días después del seísmo que estremeció las entrañas de México y en el que fallecieron al menos 90 personas, las principales ciudades afectadas intentan recuperar la normalidad mientras los equipos de rescate siguen removiendo escombros en busca de personas sepultadas.

El viernes se suspendieron las clases con la finalidad de valorar el estado de los edificios y para evitar que la gente saliera de sus casas ante la amenaza de nuevas réplicas que afectaron a ciudades como Villahermosa. En Tabasco obligaron a desalojar en repetidas ocasiones edificios como la Torre Empresarial y la pirámide de Pemex, centro neurálgico de la petrolera en el sureste de México.

De todas las ciudades afectadas, Juchitán de Zaragoza se llevó la peor parte. Un silencio espeso, como una mezcla de duelo, trauma e incertidumbre se ha apoderado del municipio mexicano. «La ciudad está destruida y por donde caminas encuentras un amigo o vecino que perdió su hogar. Es muy triste saber que a donde uno va, Juchitán está en ruinas», explicó a EFE Edgar Mario.

En dos minutos los lugares históricos más emblemáticos del municipio mexicano desaparecieron, cientos de viviendas se derrumbaron y una gran cantidad de familias se vieron arrojadas a la intemperie en medio de la noche. El temblor, de magnitud 8,2, le quitó a Andrés Aquino Sánchez la casa que había comprado hace dos años. El amplio patio y techo de teja, los enormes pilares de adobe y ladrillo son hoy solo un montón de escombros. «Siempre deseé una casa como esta. Me costó 680.000 pesos (unos 38.800 dólares), ¿ahora a quién le reclamo?», relató a DPA.

La pérdida de las casas también ha significado para muchos perder sus negocios y sus fuentes de ingresos. «Mi casa se cayó, estamos en la calle. ¿Cómo voy a trabajar? El horno de pan también se destruyó», se lamenta Luis López, de 30 años. Por las noches el temor se adueña de los ciudadanos por los rumores que circulan en las redes sobre la posibilidad de un nuevo temblor.

La noche del terremoto, en las calles, las familias no durmieron esperando el amanecer y la claridad del nuevo día. «Hacemos un llamamiento a las autoridades para que nos apoyen. Nuestras casas quedaron destruidas, estamos en la calle. Necesitamos que nos brinden agua y comida y un lugar donde quedarnos», suplica Noel Martínez, de 55 años.

Mientras, el resto del país intenta recuperar la normalidad y volver a la rutina, con el luto aún palpitando en el ambiente.

Noches en vela junto a las casas para evitar saqueos

Conforme la noche cae sobre Juchitán, un miedo de doble filo se apodera de sus habitantes: que se replique el terremoto y tener que refugiarse en albergues mientras ladrones desvalijan sus endebles hogares. Así, las calles de este poblado de unos 74.000 habitantes se convierten en zona de campamento para cientos de familias que no tienen agua ni electricidad, y se niegan a pernoctar en sus frágiles casas.

«Estamos en una paradoja terrible: si nos quedamos en casa, puede volver a temblar y se nos cae encima. Si nos vamos a los albergues, los rateros nos quitan lo poco que queda», explica a AFP Héctor Aguilar, un profesor de Historia de 52 años. «No podemos correr más riesgos. Las estrellas no se van a derrumbar sobre nosotros y entre vecinos nos vamos a proteger de los ladrones todas las noches que sean necesarias», asegura. Graciela Saavedra, una comerciante de 52 años, no puede contener las lágrimas cuando relata la pesadilla que no quiere revivir. «A mi hermana le iba a caer la librería encima y mi sobrino la agarró para protegerla», recuerda entre sollozos mientras observa el amasijo de ladrillos, cables y láminas al que quedaron reducidos su casa y su comercio. Saavedra, junto con sus dos hermanas, se preparan para pasar varias noches a la cálida intemperie.

Los rincones más emblemáticos de Juchitán parecen post apocalípticos: la iglesia está desgajada, el palacio municipal derrumbado de un costado y con la cúpula del reloj partida, la escuela es un revoltijo de escombros y vidrios rotos, y los comercios, en el mejor de los casos, están cerrados.