Entre la manipulación y la crisis

Gracia Novás REDACCIÓN / LA VOZ

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PAU BARRENA | AFP

Los intelectuales creen que la adulteración de la historia, la utilización de las emociones y la falta de expectativas en los jóvenes son las principales causas de la ola secesionista

23 oct 2017 . Actualizado a las 07:18 h.

Los argumentos en torno al desafío secesionista catalán son muy diversos en el mundo de la cultura, que comparte mayoritariamente que la ruptura no es buena ni para España ni para Cataluña. Discrepan sobre las causas, aunque la complejidad del problema aconseja aceptar que son muchas.

Pese a que sostiene que la culpa de la tensión generada es de los independentistas, el escritor barcelonés y premio Cervantes Eduardo Mendoza entiende que «uno de los motivos es la desesperación de la gente joven que no ve un futuro ni un presente claro y que vive en un mundo poco estimulante». Esta situación, que se explica en la aún no superada crisis económica, los empuja, dice, a «que se apunten a causas perdidas y falsos romanticismos», a dejarse seducir por la fuerza del «vamos a pegar fuego a todo esto». El ambiente festivo que rodea las movilizaciones -los universitarios han adquirido gran protagonismo- también cautiva lo suyo, y es esta celebración de la calle lo que ha embaucado, razona Mendoza, a los corresponsales extranjeros: «Del niño ven la inocencia y no la rabieta, flipan y se apuntan a una causa tan guay». 

Adoctrinamiento

Otros como el historiador tejano Stanley G. Payne ven en origen un problema de adoctrinamiento. «Hemos tenido en casi 40 años un proceso de reeducación y extorsión fundamental de la historia en escuelas, en todos los medios, y se ha creado un concepto de historia de Cataluña y País Vasco en el que se ha tergiversado todo». Un ejemplo flagrante, señala, es que se ha olvidado que, ningún territorio, salvo Navarra y la Corona de Aragón, fue independiente «en términos históricos». E insiste: «Cataluña nunca ha sido un principado independiente en ningún momento de su historia, sí ha tenido autonomía durante la Edad Media y también en la Edad Moderna, pero autonomía e independencia son cosas bien diferentes», subraya.

Da la razón a ambos el filósofo y ensayista Fernando Savater, que, por una parte, afirma que «no se han contado las cosas tal y como son» y, por otra, ve «evidente» que detrás de este tipo de movimientos están las razones económicas. Así, ironiza: «Antes de que hubiera crisis los dirigentes en Cataluña robaban como en ninguna parte y no había tanto separatismo. Vargas Llosa, que vivió en Barcelona en los setenta, cuenta que no conoció a casi nadie que se declarase independentista». En cuanto a legitimidades, enarbola un fundamento clave: «La nación no preexiste en los ciudadanos, sino que son los ciudadanos los que se constituyen en cuerpo político y las crean».

Albert Boadella, director teatral, ahonda en esa falla de conceptos básicos cuando (sin quitar peso a la expresión multitudinaria de la voluntad popular) recuerda que «la calle es solo un testimonio, no la democracia, que está en el Parlamento, en los partidos. Aunque sea un gesto importante, no hay que olvidar que el separatismo se nutre del populismo». 

Ciudadanía frente a identidad

En un sentido similar, y aunque comparte «la misma sensación que todos los españoles que se sienten mal representados por sus políticos», el cineasta David Trueba reclamó que no se use de «manera fraudulenta el entusiasmo de la gente». Algo en lo que piensa igual que su hermano, el realizador Fernando Trueba, que cree que «los dirigentes políticos no deberían manipular los sentimientos de los ciudadanos para enfrentarlos». «Creo en la ciudadanía, no en la identidad», zanjó para matizar que tiene muchos amigos y ha rodado muchas películas en una Cataluña que ama.

En el mismo espacio profundizó el novelista y reciente premio Nacional de Narrativa Fernando Aramburu, que deplora que se esgriman las banderas y el odio como argumento. Por ello, se muestra triste y preocupado por el clima de crispación que ve en Cataluña, y al tiempo asegura que no es partidario de que las personas que gobiernan las instituciones «dejen de responder ante la ley».

«Si hay que cambiar la Constitución se cambiará -aduce el escritor madrileño Manuel Rico-, pero lo que no se puede hacer es una abolición de facto de la Constitución porque eso tiene un nombre en cualquier país democrático, y ese nombre es sedición o golpe antidemocrático». Rico añade que un referendo de autodeterminación no cabe en ninguna legislación europea.

Por ahí reflexiona también el escritor Javier Cercas, que reprueba que los hijos de quienes tras el franquismo lograron una amplísima autonomía para Cataluña hayan convertido el orgullo por su cultura en soberbia o incluso matonismo. Eso es lo que a su juicio significa decir: «Los catalanes vamos a decidir por todos los españoles, o de lo contrario violamos o intentamos violar las reglas que nos hemos dado entre todos».

Mientras la escritora barcelonesa Nuria Amat denuncia (en un caso paralelo al de la cineasta Isabel Coixet) las amenazas, los insultos y el acoso que padece por su oposición al secesionismo, así como lamenta los amigos que ha perdido y la discordia que se ha sembrado en el seno de las familias, el escritor austríaco Peter Handke, que conoció de cerca el conflicto balcánico, confiesa directamente que el proyecto de Cataluña le «da miedo». Sentimiento que comparte el cineasta Juan Antonio Bayona, que tiene «la sensación de que más que un problema entre Madrid y Cataluña, es entre catalanes y catalanes».

«Hay que estar atentos ante este alza de la xenofobia y el fervor étnico y nacional porque es muy peligroso cuando no se controla», anota la pensadora británica Karen Armstrong, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. El brexit y Cataluña, dice, plantean la construcción de muros como los que en EE.UU. tratan de frenar el éxodo mexicano y que contrastan duramente con la caída del muro de Berlín.

Contra los muros y el brexit, y a favor de la integración, se posicionan el arquitecto Norman Foster y el escritor Ken Follett. Este último recalca además que «el nacionalismo está obsoleto».

Premio Princesa de Asturias de Humanidades, también Les Luthiers opinaron, en la voz de Carlos López Puccio: «Lamento el separatismo en todos los sentidos porque siempre encubre una forma de xenofobia, una forma del tú aquí no, tú eres distinto y tú no vienes con nosotros». 

Discurso de 1934

El novelista barcelonés Víctor del Árbol, exmosso, califica el momento de dramático, «ya que se ha secuestrado la idea de ser catalán y la idea de ser español. ¿Qué sentido tiene que sigamos enrocados en un discurso que recuerda un montón al discurso de 1934?», se interroga. «Es muy fácil en estos días dejarse llevar por la rauxa [arrebato], pero -arguye- eso no es lo que pide la literatura. Lo que pide es honestidad, reflexión, meditar y usar las palabras para construir no para destruir». Y es que, inquiere, «cuando los pirómanos se hayan quedado a gusto, ¿cómo recomponemos la convivencia?».

La democracia y el recurso a las urnas

Hay quien defiende que la democracia pasa por el recurso a las urnas. El cineasta Ventura Pons cree que hay que escuchar a los catalanes, a los que quieren independencia y a los que no. El científico valenciano Santiago Grisolía (1923) dice que lleva viendo desde niño cómo aflora una y otra vez el problema y que es tiempo de saber qué quieren los ciudadanos. El director de orquesta Daniel Barenboim pronostica: «Es cuestión de tiempo, aunque no llegue a verlo, que regiones más pequeñas que se sienten diferentes como Cataluña, Escocia, Córcega y Baviera logren la independencia». El actor y director Alberto San Juan aboga por el referendo ante «la vía del autoritarismo del Estado» y cree que está en juego la posibilidad de transformar la sociedad. Para la cantautora María del Mar Bonet, la cuestión es muy sencilla: «Cataluña es una gran nación y tiene que decidir por sí sola, es un país maduro para pensar su futuro».

Apelación al diálogo y la cultura compartida

El diálogo es la receta más reclamada, aunque sin éxito. El escritor Luis Goytisolo, que se confiesa sorprendido por el alcance de la deriva secesionista, exige un esfuerzo al Estado y a la Generalitat. Otro narrador, Enrique Vila-Matas, tras advertir que no cree en las fronteras, dice que los ciudadanos esperan negociación y los dirigentes de uno y otro lado no reaccionan. Dada su incapacidad, el autor de Doctor Pasavento sostiene que «hay que cambiar a los protagonistas».

Otros apelan, desde el humor y el cariño, a la infancia y la cultura compartidas. El cantante Albert Pla, en la ambigüedad de quien reprueba las patrias, recordaba en una carta cómo su padre le cantaba El noi de la mare y después Fina estampa. Ahora dice sentirse como «el Patufet [especie de Garbancito] debajo de la col siendo devorado por el buey del independentismo» y acaba pidiendo «ayuda a todos los catalanes y españoles sensatos».

Converge con el diseñador valenciano Javier Mariscal, que insta a pensar qué está pasando: «El amor es importante, suena hippy, pero la cooperación es la base». Es positivo y admite que se pueda hablar de todo («vivimos en un país muy chulo y llevamos muchos años juntos»), de formas de gestión, de república, pero «con tranquilidad, sin engañifas como la de España nos roba».