La Constitución no solo es el 155. Todos somos Lucía

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El criminólogo asturiano se involucra en la investigación de la muerte de Lucía, la niña de Málaga que apareció muerta junto a las vías del tren

13 nov 2017 . Actualizado a las 07:45 h.

Son las 12 de la mañana, la mesa de trabajo alborotada por papeles y documentos rodeando la taza de café. Estoy observando las noticias, y veo una que me llama la atención, una niña menor, un largo recorrido y una muerte, tres elementos que no se relacionan armónicamente, no se, me da el palpito conspiranoico y me invade la curiosidad. Sigo revisando noticias relacionadas con el suceso, ¡¡oppss!!, el ratón sin pilas. Busco incesantemente unas de repuesto pero la agonía informativa se apodera de mí cada segundo que pasa, los nervios relucen, la impaciencia renace, así que conecto otro ratón  por el puerto USB y continúo con la búsqueda de información.

Cada vez veo mas indicios incongruentes en el caso, creo que algo no encaja pero no puedo hacer caso a las informaciones imprecisas que leo en la red. Dejo el ordenador, termino mi café pensativo, vuelvo a reconstruir la situación en mi cabeza, un largo recorrido en unas condiciones tan difíciles por una niña tan pequeña… Lo hago una y otra vez, mi cabeza no termina de encajar, imagino todas las probabilidades, me faltan datos… Lo he decidido, voy a buscar la manera de contactar con los padres y así poder ofrecer mi ayuda. Comienzo a buscar en las noticias de la prensa, pero solo encuentro un nombre, Ana, la letrada de un bufete de abogados y representante de la familia. Me es fácil encontrar su nombre y dirección, ya que el mismo se encuentra en casi todas las portadas como los carteles publicitarios. Me sumerjo por las redes en busca de Ana, y por el paso voy descubriendo información sobre su especialidad y experiencia, ha publicado libros, ha salido en la prensa, es abogada de familia… ¡ya!, acabo de dar con su despacho, se encuentra situado en una población de unos 24.000 habitantes y parece un despacho con recursos. Bueno, busco el email que encuentro y le escribo:

“Estimada colega,

He visto por la prensa que representa a la familia de la menor, caso que he seguido cuyas primeras conclusiones de la investigación resultan poco verosímiles bajo mi criterio profesional y careciendo de la información suficiente para tener una opinión más rigurosa.

El motivo del contacto es para ponerme a su disposición y de la familia de una manera altruista y sin ánimos de publicidad, en aquello que como profesional criminólogo pueda aportar para el mayor esclarecimiento.

Quedando a tu disposición si lo consideras oportuno.

Atte.”

Durante unos segundos me quedo en estado de hibernación, pensativo y reflexionando sobre si pulsar o no la tecla ENVIAR. Me digo a mi mismo que soy un simple criminólogo, con un pequeño despacho en una localidad de unos 41.000 habitantes, con unos recursos bajo mínimos, ya que nuestra profesión no es tan conocida y por tanto poco fructífera, económicamente hablando. No llevamos la misma cantidad de expedientes que un abogado, tampoco seria posible estudiarlos todos, hay que dedicar plenamente el tiempo para uno solo, casi las 24 horas del día, debido a la complejidad de los mismos. Es la única manera de tener algunos resultados, pero tienes que decidir entre mayor resultados y mayor economía, las facturas se amontonan, los pagos pasan la fecha límite, las llamadas del banco no cesan, pero eso ya es cuestión de cada uno, mi conciencia humanitaria no deja de rondar por mi cabeza.  Bueno, una vez mas me autoconvenzo y ..¡clic!, pulsé la opción ENVIAR.

La decisión esta tomada, ya no hay vuelta atrás, pero no tengo la certeza que responda a mi llamada, así que continuo con mis quehaceres diarios.

Pasan unos tres días, son las dos de la tarde, un verano caluroso, estoy sentado junto a la mesa, me preparo para la comida frente a la televisión y la familia. En esos instantes suena el teléfono, dudo si coger la llamada hasta después, me hayo en pleno proceso de necesidad biológica, y sociológica, comida, familia… pero pienso, puede ser algo importante y en esos instantes las caras de los demás integrantes de la mesa se transforman a la vez en estado hipócrita furioso. Y aún percatándome de ello decido atender la llamada.

Es la letrada del caso, y me relata que su único objetivo es humanitario, en su deber social de hacer justicia y por eso lo hace altruistamente. Sus palabras me llegan al alma y quedo expectante al expediente sumarial, es la única manera de hacer un análisis y valoración de la situación con datos y hechos reales, al menos, jurídicamente hablando. Hacer una valoración por datos obtenidos de la red, seria un análisis subjetivo, que por datos sensacionalistas e imprecisos podría llevarme a tomar unas conclusiones erróneas y un camino equivocado. Así que para ser objetivo espero al sumario.

Sábado por la mañana, dos días después de la llamada, recibo un email con el sumario. Suspendo la salida vacacional programada, ya que es un asunto prioritario y en este caso el tiempo juega en contra. En dicho correo se adjunta la autopsia preliminar y los atestados policiales. Preparo otra taza de café, después de aguantar la tempestad familiar, llena de miradas sibilinas, criticas y acusaciones, tengo el sentir de un reo. Es el momento, me siento y comienzo a leer los documentos y... ¡¡Sorpresa!! Una cartilla del rubio de primaria tiene más folios que todo el sumario.

Lo primero que observo atónito es el informe forense, donde prácticamente los únicos detalles son: hemorragia en oído interno y pérdida de masa encefálica. Lo que me llama la atención en la breve descripción de lesiones externas, no presente otras, salvo el severo traumatismo craneoencefálico.

Luego se adjuntan tres documentos más del instituto toxicológico cuyas conclusiones descartan sustancias tóxicas o estupefacientes, ADN masculino en los distintos orificios…  En ese momento doy un alto, intento comprender como una niña de 3 años de edad que ha sido arrollada por un tren no contiene otras lesiones salvo el traumatismo craneoencefálico. Para ello me voy al sumario y busco la declaración del maquinista y puedo leer como indica que pasó con el tren  dos veces por debajo del objeto que  describe como un bulto en un momento inicial y después resulta ser el cadáver. Nuevamente no doy crédito, ¿un tren pasa varias veces por encima de una niña de 3 años y no provoca otras lesiones salvo un traumatismo craneoencefálico?

Algo no encaja, y acabo de comenzar, lo que se me ocurre en ese momento es que el tren tiene una altura considerable y que no hace contacto con la menor, pero tampoco termina de ser lógico, pues el peso de la niña debía ser de entre unos 10 y 14 kilogramos, en principio, por los datos que tenemos en otros accidentes ferroviarios tendría que haberla movido y ocasionar otros daños no contemplados en el informe forense.

Vuelvo al sumario, y puedo leer que la niña se encontraba en posición fetal, como dormida, y que la hipótesis indica que el tren pasó dos veces por encima de la niña sin moverla, la niña seguía durmiendo, y al pasar en unas de las ocasiones el ruido del tren la despertó y esta levanto ligeramente la cabeza, justamente en ese momento el tren la golpea con una de sus partes mecánicas y provoca ese traumatismo craneoencefálico, causante de la muerte.

Quedo unos segundos incrédulo, parece sacado de una novela de ficción, un tren pasa dos veces por encima de la niña, continuando esta en la misma posición inicial, sin moverse, sin proyectar ni las sandalias de plástico que llevaba puesta..

Un cúmulo de casualidades inverosímiles han sucedido con el tren, pero aceptando aún esa versión tan surrealista, quiero ver en el sumario la parte mecánica del tren que le ha producido tal lesión. Pero busco y rebusco entre el expediente, pruebas y declaraciones... ¡¡¡Sorpresa!!! No identifican con qué parte le ha golpeado el tren. Según las declaraciones el tren sobrepasó en unos 300 metros el cadáver hasta su parada total, y ¡¡¿no se ha podido determinar la parte mecánica que golpeó a la niña?!!

Pero una vez más quedo atónito, se acepta la hipótesis de que la niña en zapatillas de plástico, anduvo durante más de cuatro kilómetros por una vía férrea, de noche, con un paisaje sin iluminación y un terreno tortuoso.

Intento encontrar indicios o pruebas que sustenten el largo recorrido que supuestamente realizó la niña en tan inhóspitas condiciones, y el fatal desenlace. No encuentro nada, salvo la versión de dos agentes que dicen haber realizado el recorrido a plena luz del día y no tuvieron mucha dificultad, con lo cual dan como probada dicha posibilidad.

Todo es cada vez más confuso, las pruebas no se sustentan, los investigadores mantienen la misma hipótesis del accidente, pero sin pruebas contundentes que aseveren tal hipótesis. Los padres no creen la versión oficial, entre los incrédulos nos encontramos los profesionales de cada campo.

Es difícil continuar en una investigación cuando los encargados de ella ya tienen desde el primer minuto una hipótesis establecida prácticamente inamovible. Imagínense unos padres que han perdido a su única hija de tres años, en la mesa de un bar, mientras cenaban, en pocos minutos toda su vida se truncó. Pero aún es más difícil que sus padres hayan presenciado el conjunto de negligencias que suscitaron aquella anoche, y tras aseverarles que no pasaría ni un solo tren hasta encontrar a la niña, esta acaba en una dramática situación.

No quiero extenderme en este relato pues tendría perfectamente para escribir una extensa novela, lo que quiero dejar patente es que detrás de la incredulidad hacia la hipótesis oficial, no sólo se encuentran sus padres, hay muchos profesionales que mantenemos distintas hipótesis sustentadas en una construcción de los hechos más rigurosa y extensa, contando con distintos especialistas alejados de la mera publicidad y lucro.

Para la cuestión de Cataluña sacamos muy pronto el sentimiento español y nos rodeamos de banderas, pero cuando hay que unirse por una injusticia de tal índole no veo expresar el mismo sentir ni tampoco la misma preocupación. Que intenten separar un trozo de nuestro país puede parecernos grave, pero que te separen de por vida un hijo, eso no tiene precio y que la única manera de saber la verdad de lo sucedido tenga que ser a golpe de talón por parte de sus padres y el esfuerzo altruista de unos pocos, no solo es injusto, es amoral para aquellos que se enarbolan de sentirse españoles de palabra, que se enorgullecen del 155 de la constitución pero se olvidan de los otros muchos artículos que también forman parte de nuestra constitución en cuanto a los derechos y no se aplican con la misma celeridad ni eficacia.

Son muchos los días que han pasado desde entonces, y todavía no dejo de pensar ni uno solo, que le ocurrió aquella fatídica noche a ese ángel de tres años de edad.  

Ahora es el momento de sacar ese sentimiento español y gritad: ¡TODOS SOMOS LUCÍA!