Por qué no te callas

María Viñas Sanmartín
María Viñas REDACCIÓN

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MARIA PEDREDA

Twitter ha prescindido de su principal seña de identidad para dar rienda suelta a la verborrea de sus usuarios, que ahora, en lugar de con 140, cuentan con 280 caracteres para arremeter contra el prójimo. Lejos de estar contentos, resulta que prefieren la contención. ¿Quién sale ganando entonces?

02 jul 2018 . Actualizado a las 20:55 h.

Hay varios argumentos sobre la mesa para explicar la drástica decisión de ampliar a 280 el límite de caracteres de cada tuit. No solo han cambiado las reglas del juego; todo el planteamiento es distinto. Twitter nos ganó con el relámpago, con la descarga de adrenalina que supone una idea, réplica o titular comprimido en las palabras justas y necesarias, un par de líneas, el triunfo de lo bueno que si es breve, dos veces bueno. Pero entonces llegaron los peros. Pero no puedo contar historias largas -y alguien hizo del hilo práctica común-. Pero no caben enlaces, pero no hay sitio para las fotos. Pero es que en español necesito el doble de palabras que en japonés para decir exactamente lo mismo. Pero cómo voy a meter mi anuncio en esta claustrofóbica caja.

La excusa oficial consuela solo una de esas quejas, la de la injusticia entre idiomas: «En japonés, en chino o en coreano puedes dar el doble de información en un solo carácter que en lenguas como el inglés, el español o el francés», defendió Aliza Rosen, product manager de la compañía. Y no le falta razón: la mayoría de tuits en japonés no sobrepasan los 15 caracteres; en inglés, no suelen llegar a los 34. Los usuarios españoles, en cambio, se tiraban de los pelos porque los 140 no les llegaban a nada. Ahora que pueden teclear el doble ?el contador ya está en 280 excepto en Japón, China y Corea, que se mantiene invariable?, no hacen otra cosa que quejarse. La mayoría de los tuiteros ibéricos ?excepto los relacionados con la comunicación y la política, que comulgan? ponen a caldo la ocurrencia de Twitter de permitir en su patio párrafos generosos. Y todo porque lo extenso, creen, resta frescura a la red, mata el ingenio y la originalidad, acaba con el ritmo y llama al aburrimiento. Si todo son pegas, ¿por qué emergió entonces el masivo fenómeno del hilo? ¿Por qué ahora lo único que queremos es que Twitter se calle?

El estirón, aunque inesperado, no ha sido repentino. Con más de escalada que de salto, transigió primero con imágenes y links, ignorándolos en el recuento. La dilatación de su caja de texto llegó después, tras semanas de tanteos en las que Twitter comprobó que, con todo, era una buena decisión: aún pudiendo hacerlo, la mayoría de las veces sus usuarios no sobrepasan el límite de los 140, «preservando la naturaleza de brevedad» de la plataforma. «Los que tenían más espacio recibieron más interacciones, más seguidores y pasaron más tiempo en Twitter», constataron los responsables del cambio, desplegando una retahíla de persuasivas conclusiones de las que se extrae que, a la fuerza, tiene que haber algo más. El más se llama publicidad -más espacio, más atención-, hambre de nuevas altas y una seria preocupación por la propagación de las fake news, amigas del titular compacto que ni profundiza ni respalda el dato. El riesgo: acabar convirtiéndose en un nuevo Facebook.